Dos días antes del decisivo encuentro en Cádiz, Jon Erice (Pamplona, 1986) sufrió un accidente leve de tráfico. Verle descender del autobús en el hotel de concentración era revelador: apenas podía mover el cuello. Fue duda hasta el último momento, pero, con la ayuda del doctor, jugó aquel 31 de mayo de 2015. Compitió y ascendió. Fue uno de los héroes. El pasado 4 de junio, dos años después, el mismo futbolista abandonaba el Tartiere después de una de sus tardes más difíciles. Había recibido críticas, silbidos y cánticos en contra. Fue su último choque con el Oviedo, del que sale apartado por el propio club. En 24 meses había pasado de héroe a villano. ¿Cómo se fragua un cambio tan drástico?

La explicación más directa apunta al brazalete. Oviedo no es una plaza sencilla y con la capitanía se tiene especial atención. Situarse como capitán, y la forma en que se produjo, le situó en el foco y su carácter ha hecho el resto. La tensión generada en el Tartiere ha terminado por engullirle.

El punto de inflexión se sitúa en plena pretemporada de 2016. El Oviedo había ascendido a Segunda con Esteban, emblema azul, como capitán. Ese verano, el club (cuentan que Carmelo del Pozo encabezó aquella iniciativa) decidió que serían los propios futbolistas los que votarían a los capitanes. Cervero, Erice, Generelo y David Fernández fueron los más votados. Dejar a Esteban sin distintivo fue una medida impopular, poco meditada por los que instigaron aquella votación. El navarro acogió el rol de segundo capitán aunque fue el que más habitualmente portó el brazalete, con Cervero en un segundo plano por los deseos del técnico.

La temporada avanzó sin sobresaltos hasta que la salida de Egea le situó en el centro de la diana. A aquel entrenamiento en el que el argentino se enzarzó con Bautista, José Fernández y Linares le sucedió una reunión en el vestuario en la que los futbolistas le expresaron al técnico sus quejas. Egea, defraudado, renunció. Nadie salió a defenderlo. La sucesión de acontecimientos desde entonces dañó a los capitanes. Erice es uno de los señalados. Generelo, de los del núcleo duro de la plantilla, le sucede en el banquillo. Mucha gente sospecha del movimiento.

Con Erice también hay parte de leyenda urbana. Rumores en torno a su vida privada que nunca se han probado y algunas historias infladas. Como la del viaje a Mallorca, cuando una simple discusión en una discoteca se convirtió, mediante un mensaje de whatsapp que se hizo viral, en una trama elaborada y ficticia en la que supuestamente estaban involucrados Egea, otros miembros de la entidad e incluso la policía. Alguno quiso relacionar aquella salida nocturna con la marcha del argentino cuando el técnico había dado permiso a la plantilla. Pero la marcha de Egea le marcó. Es indiscutible. Quedó en una situación similar a la Del Pozo, a quien la afición acusó de no defender lo suficiente al argentino. Ni la intervención de Arturo Elías apoyando al capitán y a los otros futbolistas cuestionados sirvió para pasar página.

El final de temporada terminó por empañar su imagen. Los malos resultados dañaron y la sensación de que Generelo era un deseo de los futbolistas ahonda la herida. El Oviedo jugó ante Osasuna en la última jornada, una especie de juicio público en el Tartiere, y el navarro, como otros veteranos, no participó en el choque. Hay quien le achacó falta de compromiso. El brazalete le vuelve a perjudicar.

Del Olmo habla entonces de un entrenador con mano firme por los problemas en el vestuario. Erice sigue, el Oviedo le había renovado. El inicio de temporada demuestra que las heridas no han cicatrizado, pero el paso de las jornadas atenúa la tensión. Todo se calma salvo algún fogonazo. El día del Getafe, por ejemplo. Erice hace el 2-1 y lo celebra con vehemencia. Michu le abraza y se lo lleva de la banda para evitar malentendidos. Hay quien le reprocha el gesto de reivindicación.

El decepcionante final vuelve a salpicarle. Symmachiarii acusa a los capitanes de no estar con el entrenador, de criticarle en diversos círculos. De repetir comportamientos del año anterior. Nacho Suárez, representante del grupo, lo explica en una tertulia radiofónica y Erice salta. Va a buscarle a su lugar de trabajo, se sienta en la tienda y empieza la discusión. Nacho Suárez le insta a continuar fuera. Erice hace referencia a la familia, al perjuicio que cree que le hace a los suyos esos comentarios. El navarro está acompañado de su mujer, su hija pequeña y un amigo. Suárez permanece inalterable. Alguien graba la escena a distancia: acababa de firmar su salida del Oviedo.

El vestuario se queda sin el, para muchos, jefe de la caseta. Los críticos creen que contaba con demasiado poder, que le faltaban límites. De ideas claras y gestos marcados, a algunos compañeros no le sentaban bien sus correcciones y aspavientos en el campo. Alguno le ha rebautizado con sorna como "el guardia de tráfico". Los entrenadores, sin embargo, siempre le han defendido. Lo hizo Egea mientras dirigió la nave y Hierro lo ha repetido en varias ocasiones. La última, el jueves: "Erice tiene buen corazón, pero se ha confundido".

Ese carácter fuerte, esa manera de actuar a veces impulsivamente ha terminado por consumirle. Hombre familiar, los que le conocen dicen que siempre sitúa a su mujer y sus tres hijos por encima de todo, no ha sabido superar la presión que conlleva el brazalete del Oviedo y la crítica de los últimos días. A pesar de conocer el fuerte carácter del navarro, en el vestuario su actuación con el aficionado ha causado sorpresa.

Con un año más de contrato, los caminos del Oviedo y de Erice se separarán a final de temporada. Queda por salvar un último obstáculo, y no parece sencillo. Las dos partes saben que la rescisión es la mejor solución, aunque queda por dilucidar el tema económico. Ver quién perdona dinero a quién. El ciclo de uno de los héroes de Cádiz acaba de la peor manera posible.