En el bar La Bolera, el único que queda de los tres que hubo en Alles, a la hora del aperitivo un apretón de manos ha vuelto a cruzar un instante los rumbos de Manuel Eduardo Roque y Jesús Antonio Noriega. Son de aquí, amigos y compañeros de una generación que no hace tantas décadas ocupaba todavía con unos treinta niños, calculan, los pupitres de estas escuelas que han llegado hasta hoy cerradas, silenciosas. Con el tiempo, como tantos otros, los dos se marcharon, «nos educaron para eso», pero después Jesús decidió redoblar la apuesta y ha terminado regresando para quedarse a vivir. A vivir junto a su esposa, Carolina Álvarez Dosal, y sus hijas Eva y Esther. A vivir, a trabajar y a producir desde su Aula de la Miel y a sostener este lugar encaramado en la falda meridional de la sierra del Cuera, que sobrevive con 175 habitantes, capital de un concejo con un cuarenta por ciento de población jubilada. Aquí las cifras oficiales de la estadística demográfica sólo han aprendido a restar en lo que va de milenio. Y en el poblamiento disperso de Alles, entre ortodoxas quintas de indianos e impecables ejemplos de arquitectura rural cuidados con esmero, sólo las campanas de la iglesia pueden algunas veces con el silencio.

Se libra aquí una batalla desigual contra el olvido en la que no se ha patentado aún el mecanismo que conecta las buenas ideas con los resultados visibles, pero Jesús Noriega cede la experiencia de vida que a él le han proporcionado las abejas. Su pequeña industria agroalimentaria es también una empresa turística que produce y vende miel y algunos derivados, pero que además tiene adosada un aula didáctica que aparte de ganar clientela enseña apicultura a aproximadamente 8.000 visitantes al año. Esta combinación, sostiene él, puede ayudar a dar con la solución para el enigma del porvenir del entorno rural y aunque tampoco aquí se conocen fórmulas infalibles, sí se detectan algunos ingredientes básicos y aparece la rentabilidad sobre todas las condiciones indispensables. Él no tomó el camino de vuelta al pueblo, aclara, guiado «por ninguna aventura romántica». Aquí las necesidades «son las mismas que en Madrid y las letras del banco, implacables». Y el gran desafío, pegar a la gente al terreno convenciéndola de que de este lugar se puede sacar provecho además de sosiego. Así sí. Así, confirma a toro pasado, merece la pena colgar el uniforme de guardia civil en Cangas del Narcea y pedir una excedencia, aparcar aquel sueño de tener un barco y jugársela en el durísimo negocio de reflotar la Asturias rural a golpes de ideas innnovadoras. Su isla Utopía es una casa con exposición y explotación apícola de imponentes vistas y ventanas hexagonales, como las celdas de un panal enorme, aupada a estos terrenos que pertenecieron al palacio de El Pedrosu y que fueron de la familia Mier, la que más poder y tierras acaparó en estos valles.

En el bar de Alles, el único, también han coincidido hoy a la misma hora Juan Manuel Álvarez y Benito Fernández. Son mayores que Jesús Antonio y Manuel Ángel, son de otras generaciones que se parecen a aquella en algún punto de sus caminos cruzados. Mientras Juan Manuel vivía y trabajaba casi siempre fuera de Asturias, Benito siguió aquí. Iba y venía a trabajar desde Alles aunque fuera por carreteras mucho peores que éstas que ahora otorgan a la capital del valle alto de Peñamellera el aspecto de una villa «bien comunicada, aunque también puede que todas estas cosas lleguen tarde», les dice Noriega. Unas veces la vida elige sola y otras deja cierto margen para la libertad del individuo, comentan, pero en estas alturas del Cuera son cada vez menos los que, pudiendo elegir, resuelven quedarse para siempre. Porque también empuja hacia fuera, acepta Noriega, «el prestigio social del mundo rural, que está por los suelos» e impone otra tarea, «fabricar ese cambio de mentalidad nosotros mismos, poco a poco».

La alcaldesa de Peñamellera Alta, Rosa Domínguez de Posada, ve el futuro muy pendiente «de la iniciativa personal y del afán de superación de cada uno» y, dado que la industria no es aquí, urge «fijar una actividad económica, ya sea a través de la ganadería ecológica o de monte, del turismo...». «Tal vez no hay nada más sencillo que mirar hacia lo que tenemos en casa», responde Jesús Noriega. Apegado al binomio «producto-territorio», entregado a la tarea de «mantener vivo el medio rural desde ese concepto de posibilidad económica», él insiste en su pretensión de fijar el tiro apuntando a la vez a la industria agroalimentaria y el turismo. Son dos de las potencialidades más visibles de una villa que presume de un magnetismo estético innegable y que tiene una base tradicional de elaboración alimenticia gracias a la miel, las mermeladas, los embutidos, cada vez menos queso... «Tenemos cerca de una decena de pequeñas empresas de agroalimentación, una por cada 75 habitantes», calcula Noriega, una ratio superior a la de Noreña que si se extendiese a toda la región haría que Asturias sumase «casi 14.000». «Hay que darles una oportunidad para que se desarrollen», concluye. Y como «esto no es Silicon Valley», la meca tecnológica de California, la receta más simple consiste en hacerse con una idea global que defina con claridad para qué quiere este pueblo sus abundantes recursos naturales. De modo muy pedestre y para que se les entienda responden aquí con la pretensión de conseguir que «venga gente para que podamos venderle queso y miel». «Soy moderadamente optimista, hubo oportunidades y las seguirá habiendo», apunta Noriega; «aquí se vive del queso, de las mermeladas... Da mucho trabajo, pero sí se puede», le acompaña la Alcaldesa. Sí si saben adaptarse y aprovechar las herramientas del progreso. El Aula de la Miel vende por internet y está en Facebook, porque «el principal camino que tenemos está en un ordenador», afirma su promotor; porque hace diez años «sería indispensable vivir en Oviedo para hacer muchas cosas que hoy hacemos sin ningún problema sin salir de aquí».

Con los pies en el suelo, la estructura demográfica no les va a ayudar y da fe Juan Martínez Llamazares, presidente de la asociación de jubilados El Acebo, ochenta socios en un municipio de apenas seiscientos habitantes que no se distinguen en ocasiones por su dinamismo, lamenta. La pescadilla se muerde la cola cuando se comprueba que tan pocos y tan mayores tienen una fuerza escasa para pedir ayuda. «¿Qué importan seiscientos votos en Peñamellera Alta?», se pregunta la Alcaldesa, consciente de que la política «se hace en grandes despachos y sin pisar la realidad de estos pueblos pequeños» con gestores locales maniatados y a veces con los recursos justos «para pagar la luz». Rosa Domínguez de Posada lamenta ahora la confianza que desató «aquella ley de desarrollo rural que tan a bombo y platillo nos vendieron. Pero cuando ves ese mapa en el que prácticamente todos los concejos de Asturias tienen catalogación de "municipios desfavorecidos" te temes que los que de verdad estamos desfavorecidos vamos a quedar condenados a recoger las migajas».