No era fácil para mi esposa Margit, cuya familia ha vivido en los valles alpinos de Austria durante siglos, comprender mi deseo creciente por visitar Asturias, donde vivió una rama de mis ancestros hasta que mi bisabuelo emigró a Nueva York en el siglo XIX. España, en nuestros primeros viajes, significaba el sol de la costa Mediterránea y los fantásticos centros culturales del interior. Pero hace años, Margit consintió en realizar una visita a Oviedo tras visitar a un viejo amigo y colega en Madrid que acababa de ser nombrado cónsul general de los Estados Unidos. En lugar de una sombría e industrial ciudad del norte, encontramos una ciudad excepcionalmente limpia, atractiva y joven. Más sorprendentemente aún, a pesar del trauma de la guerra del siglo pasado, sus ciudadanos habían conseguido incorporar con éxito la estética moderna sin sacrificar la atractiva arquitectura histórica.

Yo estaba encantado, no sólo por la ciudad, sino también por la verde, exuberante y montañosa tierra de Asturias, cuyo nombre me resulta muy familiar al de Austria -donde vivimos- pero con el atractivo extraordinario de la costa. Quedé más que entusiasmado cuando mi esposa sugirió que nos quedáramos dos noches en lugar de una.

A parte de poder disfrutar más de la ciudad, aquello me daba la oportunidad de visitar algunos archivos eclesiásticos o municipales donde tal vez encontraría algún dato a cerca del abuelo paterno de mi madre, Félix Manuel López Miranda, que solo y a la edad de 13 años emigró a Nueva York en 1874. Su familia no era pobre, según me dijo mi madre, pero su temprana muerte a la edad de 28 años, a la que siguió la de su mujer irlandesa un año más tarde, dejaron a mi abuelo Ramón, de 5 años de edad, así como a sus dos hermanos pequeños, Félix y Josephina, huérfanos y con muy pocas oportunidades para comenzar su vida. Y me preguntaba qué había llevado al joven Félix a dejar el confort de tan maravillosa tierra en busca de una nueva vida. Tenía poca información para empezar, apenas unos cuantos datos que mi hermano mayor Gerard estaba empezando a recopilar. Dada la prematura muerte de Félix y de su joven esposa, había relativamente poca historia oral de mi familia de la que partir.

La búsqueda para responder esta y otras preguntas me llevó a contactar con otros descendientes de Félix, repartidos por diferentes lugares de Estados Unidos, de los que apenas tenía conocimiento. Desde entonces fuimos reuniendo fragmentos de información sobre su corta pero fascinante vida. Su hermana pequeña, Lucía, se había quedado en Asturias, y ahora sabemos que también lo hicieron otros tíos y primos. Con suerte, otros descendientes de Félix también se unirán en la búsqueda. Tal vez un día brindemos por Félix y su fascinante historia familiar.

Pero primero, una recapitulación de lo que hemos aprendido desde mi primer viaje a Asturias hace una década, y de algunos archivos que no fueron destruidos ni por la trágica guerra civil española ni por la negligencia o el fuego en mi Nueva York nativa. Cuando me presenté por sorpresa en el Archivo Municipal de Oviedo, una encantadora, competente y extraordinariamente valiosa directora interrumpió su tarea para responder con paciencia a infantiles preguntas en francés, en un intento de compensar que no hablo español. Para agravar mi incompetencia lingüística, yo no sabía que Félix era de Santianes, dando por hecho que era de Oviedo, ya que era el aparente punto de partida común de los emigrantes del siglo XIX. Aún peor, ni si quiera sabía que Miranda era parte de su nombre: el apellido materno se utiliza rara vez en las tierras anglosajonas.

Lo que aprendí entonces fue qué información básica necesitaba extraer de Estados Unidos antes de que pudiera encontrar datos sobre el pasado asturiano de mi bisabuelo. Más importante aún, mi esposa y yo nos dimos cuenta entonces de que a pesar de su extraordinario atractivo, Asturias era una región relativamente separada del turismo internacional de masas de otras zonas costeras de España. Sabíamos que volveríamos, con un poco de suerte antes de que el resto de turistas se enteraran de lo que se estaban perdiendo.

Cuando regresamos, años después, yo ya sabía que la prima mayor de mi madre, Loretta, y más tarde su hermano Félix López III, visitaron la ancestral Casa de Salas en Santianes de Pravia en las décadas de 1950 y 1970. Loretta había conducido entonces desde Oviedo para ver el lugar de nacimiento de su abuelo en la Casa de Salas y la familia de la hermana más joven de Félix, Lucía, que había muerto recientemente. Lucía vio por última vez a su hermano a finales de 1892, cuando -ya enfermo terminal y habiendo dejado su testamento en beneficio de su joven familia de Nueva York- visitó por última vez a los suyos en Asturias antes de morir a la primavera siguiente. Nosotros sabemos esto, entre otras cosas, por una copia de su pasaporte con sellos de Pravia y del consulado de EE UU en Santander. Esto, junto a otra documentación como los papeles de ciudadanía americana y el alta de la State National Guard de Nueva York, que fueron conservados por el padre de Loretta, Félix López II.

Entre los documentos más fascinantes de los guardados por Félix II y sus descendientes se encuentra la correspondencia, comenzada en 1910, entre Félix y el marido de su tía Lucía, José Saavedra, que había regresado a Asturias después de estudiar Ingeniería en la misma Peekskill Military Academy de Nueva York a la que mi bisabuelo había asistido. La correspondencia continúa de forma esporádica durante la catástrofe nacional de la década de 1930 en España, hasta que Saavedra muere en 1945. Las cartas incluyen gráficas descripciones de la destrucción del hogar familiar, así como pérdidas más irremplazables.

Las cartas, y algo de la historia oral que guardan los primos americanos, ayuda a explicar el «por qué» que se esconde tras la temprana emigración de Félix. Y es que no sólo los hijos de Félix quedaron huérfanos a temprana edad. Félix también habría perdido a sus padres antes de abandonar España, cuando su hermana Lucía tenía sólo 3 años. Mi madre también me habló de un distinguido y elegante tío español de mi abuelo que visitó Nueva York al final de la década de 1890. Quería llevar a mi abuelo y a sus dos hermanos menores de regreso a España. Pero mi abuelo neoyorkino se sentía cien por cien «yankee» y era suficientemente mayor como para negarse al traslado. Su padre Félix había sido capaz de conseguir un hogar en lo que entonces era una nueva área del hasta entonces rural Brooklyn, a punto de incorporarse como parte de la ciudad de Nueva York. Y el soporte financiero de los negocios familiares prosperaba, en parte gracias al impacto del embargo de Estados Unidos contra el tabaco cubano (sí, incluso en aquellos días) y la guerra entre España y los Estados Unidos.

Fueron los negocios familiares de tabaco, asociados con la muerte de los padres de Félix en Santianes a comienzos de la década de 1870, los que llevaron a su familia a enviarle a Nueva York. Félix iba a ser educado allí para poder llevar el negocio familiar en Nueva York. El negocio original en La Habana había sido fundado por la familia de su madre María Miranda en 1820. Fue sólo unos años después de que el rey Fernando VII de España renunciara al monopolio de la corona en los negocios de tabaco en Cuba. Décadas después, durante la guerra civil de los Estados Unidos en 1863, un tal Félix Miranda estableció en la ciudad de Nueva York una sucursal de la compañía llamada F. Miranda & Co.

Los cigarrillos en EE UU, mucho más que en Europa, se estaban convirtiendo muy populares en aquella época. El hermano pequeño de Félix Miranda, Froilán, era el hombre que estaba al cargo del negocio cuando mi bisabuelo Félix López se le unió un tiempo después de concluir su educación en la década de 1880. Aparentemente Froilán dedicó mucho tiempo a viajar entre Nueva York, La Habana y Asturias en aquel tiempo. Descubrimos gracias a una búsqueda en los archivos de Nueva York que Froilán se retiró a Asturias al final de la década de 1890. Eso sustenta nuestra creencia de que era su intención ceder las riendas del negocio a un miembro joven de la familia asentado en Estados Unidos. El destino, desgraciadamente, impidió al joven Félix López jugar el papel que le había sido designado.

Saber dónde consiguió Félix su avanzada educación continúa siendo un misterio para sus descendientes. La Peekskill Military Academy a la que perteneció Saavedra cerró en 1968 y sus registros no están disponibles. Tampoco tuvimos suerte con ninguna de las instituciones de Nueva York donde Félix habría estudiado. No sabíamos que Francia era el mayor intermediario de los negocios internacionales de tabaco, así que la necesidad de dominar el francés tan bien como el inglés puede explicar que el nombre de Félix aparezca en el censo de Estados Unidos de 1880 como un joven de 15 años alumno del French College de Fort Washington, en Nueva York. Los registros del subcomité del Senado de EE UU dedicado a las tarifas guarda correspondencia posterior firmada por Félix como abogado de F. Miranda & Co., así que supuestamente habría terminado los estudios de Derecho. ¡Todo esto mientras levantaba una familia de tres es mucha hazaña para tan corta vida!

Y eso incluye el tiempo con la National Guard, como muestran los documentos. En aquella época el servicio militar no era obligatorio. Él se había convertido claramente en un patriota americano, con un fuerte vínculo a su tierra de origen. Así que al menos podemos tener el consuelo de que no llegó a ver a su país nativo y a su país de adopción enfrentados en la corta guerra de 1989. La amargura de la guerra se hace aún mayor cuando uno tiene vínculos con ambas partes del conflicto, como los españoles saben de sobra. Fue un pensamiento que me preocupó mucho el pasado verano, cuando visité por primera vez la ciudad del norte de Alemania donde nació mi bisabuela y vi en un memorial de la I Guerra Mundial los nombres de los dos hijos de su hermano muertos en la contienda. Yo solía pensar en los parientes muertos o heridos por la parte americana, pero esta confrontación con mis lazos europeos sirvió para ampliar la perspectiva de todo lo que compartimos, bueno y malo.

No dudo, no obstante, que Félix hubiera estado orgulloso del servicio de sus nietos como oficiales americanos en la II Guerra Mundial. Después de regresar de mi visita a Asturias en 2005, pude compartir con la prima Loretta y su hermano Eugene López fotos de la casa ancestral en Santianes que él no había visitado nunca y ella no había visto en 50 años. Gene, recientemente fallecido, era también una especie de leyenda familiar, tras sobrevivir a las peores batallas de la II Guerra Mundial en el Pacífico y a un accidente de aeroplano en 1944. El accidente le tuvo hospitalizado durante dos años y no le permitió regresar en su barco. Este barco fue después destruido en un ataque japonés que costó la vida a sus amigos y sustitutos así como a gran parte de la tripulación. Mientras él contemplaba las fotos de nuestra encantadora casa ancestral de Asturias, le pregunté si esa experiencia del accidente de aeroplano le hizo reacio a los aviones. Él tuvo que volar frecuentemente a Madrid por negocios como abogado de una compañía, pero nunca se desplazó a Asturias por el temor a volar, sino por el deseo de regresar lo más pronto posible junto a su esposa y sus siete hijos en Nueva York. El bisabuelo Félix habría estado orgulloso.

Loretta López, la prima favorita de mi madre y ahora, con cerca de 95 años, el último recuerdo de su generación, fue también quien recopiló la información más importante sobre su abuelo Félix. Considerando su temprana muerte, décadas antes de que ella naciera, es sorprendente lo mucho que sabe de él gracias a su padre Félix II. Desafortunadamente nosotros, los segundos primos de mi generación, comenzamos a recopilar las anécdotas de la familia cuando la memoria de Loretta estaba comenzando a fallar. Si hubiera estado interesado cuando ella me visitó en París a principios de la década de 1970, cuando yo estaba trabajando para una televisión americana, hubiera podido fácilmente visitar Asturias y conocer al familiar que le había mostrado a ella la casa ancestral 20 años antes. Pero, como ahora me hacen recordar mis propios sobrinos y sobrinas, la gente joven tiende a mirar al futuro, no al pasado.

Yo no estaba totalmente carente de curiosidad sobre mis raíces, y como la mayoría de los americanos en Europa había leído mucho a Hemingway. Así que después de un viaje en coche con amigos desde París a Pamplona para participar en el rito de los encierros de las Fiestas de San Fermín, aprovechaba para echar un vistazo a la costa norte que fue el hogar de incontables generaciones de antecesores. Nunca íbamos mucho más allá de Bilbao, pero entonces estaba satisfecho de haber visto lo que había que ver de las raíces familiares.

Es una pena también que Loretta ya no pueda apreciar la acumulación de información que ella contribuyó tanto a reunir. No fue hasta el año pasado que finalmente obtuvimos una copia de la partida bautismal de Félix, mediante la intervención de la archivera de Oviedo y de un sacerdote en Pravia que espero conocer algún día. Ese documento confirma lo que ya suponíamos: que la madre de Félix era una Miranda. Esto refuerza nuestra creencia de que los responsables de la compañía F. Miranda & Co. eran primos, tíos y quizá incluso hermanos de su familia por rama materna. Además nombres de las generaciones de Froilán y Félix Miranda, como Norberto Cueva, Juan Campano, Benjamín y Ramiro López, conservan referencias a su hogar asturiano y a cerca de un siglo de lazos comerciales de la familia en Florida, Cuba y Nueva York.

Los viajes en barco entre Cuba y Nueva York del bisabuelo Félix le sitúan como un negociante que no era ajeno a las operaciones tabacaleras de la familia. Fue en uno de esos viajes de negocios cuando Félix presumiblemente contrajo la tuberculosis que acabaría con su vida. Diligentes primos de EE UU investigaron durante más de un año y después nos reunimos en Manhattan para buscar en archivos. La exploración finalizó con una estupenda conversación en un restaurante próximo: uno español, por supuesto.

¿Pero qué hay de los ancestros de Félix por parte de padre? A mi esposa todavía le gusta dejarme en evidencia contándoles a nuestros amigos que en nuestra segunda visita a Asturias pedí en el hotel de Pravia un directorio telefónico donde podría encontrar «algunos» López. Era lo suficientemente ingenuo como para pensar que podría rápidamente encontrar a un primo lejano por vía telefónica. Como el Meyer de mis raíces germanas, o incluso el Miranda de la rama asturiana, mis ancestros parecen haber tenido apellidos muy comunes. Cuando, de nuevo sin avisar, mi esposa y yo visitamos la villa de Santianes, la entrañable Conchita, una de las actuales propietarias de la casa familiar, que entonces tenía 80 años, se mostró tan interesada como yo en conocer posibles lazos familiares. Su propio bisabuelo había comprado la casa a finales del siglo XIX, según dijo. Pero pese a ser tan común el apellido López, ella no conocía a ninguno conectado con la Casa de Salas.

Eso fue al menos tan decepcionante como descubrir este año que el nombre del padre de mi bisabuelo recogido en el certificado bautismal eran un simple José López, hijo de Juan López y Teresa Menéndez. Fue deprimente porque estábamos esperando encontrar al último propietario de la Casa de Salas recogido en nuestra lista, que murió sin hijos en 1860 (cuatro años antes de que mi bisabuelo naciera). Era un senador, Pedro Manuel José Timoteo de Salas Omaña, que también firmaba «Suárez de Miranda», quizá para que no se le confundiera con otro.

Un amigo francés me confesó un día que sus compatriotas estaban secretamente envidiosos de los británicos por no haber decapitado también a su rey en el siglo XVIII. Un vistazo a cualquier revista que recoge las bodas o aventuras de la realeza europea, por no mencionar las pomposas ceremonias de los presidentes de EE UU, me convence también de que hay una inconfesada añoranza por la nobleza y realeza incluso entre los más ardientes defensores de la república. A mí me pasa. Así que deseé que mi inicial disgusto por la brevedad de los nombres familiares en la partida bautismal fuera prematura.

Buscando en otras fuentes nos enteramos de que Pedro Salas Omaña y su esposa Ramona de Valdés Flórez habían legado la Casa de Salas después de su muerte en 1860 a Pedro López de Grado (Salas y Omaña), el hijo mayor de su hermana. ¿Podría ese Pedro López ser el hermano mayor del abuelo de Félix López, cuyo hijo José y su esposa María estaban viviendo en la misma casa cuando mi bisabuelo nació? ¿Fue el sacerdote que registró el bautismo que se ahorró tinta aquel día en noviembre de 1864? ¿O era un republicano secreto, como muchos republicanos de estos días son en realidad realistas? ¿Fue Ramona la tía abuela de Félix y en su recuerdo bautizó él Ramón a su primer hijo? Para nosotros son todo posibilidades sin respuesta.

Según algunos reportajes de «New York Times» y otras publicaciones, un muy «anglo-sounding» Charles Fox se había convertido en la cara pública de F. Miranda & Co. a principios del siglo XX. Había sido el testigo del formulario de pasaporte de Félix en enero de 1891 y se menciona en otro artículo como distinguido invitado a la boda del primo de Félix, Norberto Cueva. Norberto, designado (pero rara vez mencionado) tutor de los hijos huérfanos de Félix, enlazó por vía matrimonial con una destacada familia de New England y formalmente dejó el negocio de F. Miranda & Co. en 1925. Esa es la última referencia pública que encontramos de los más que centenarios negocios familiares.

Mi abuelo Ramón, igual que su hermano Félix, fue obligado a dejar la escuela a corta edad para ganarse la vida. A diferencia de Félix II, que tenía unos fuertes lazos emocionales con los antepasados españoles de su padre, el abuelo Ramón se convirtió en un impresor de periódicos, dedicado al activismo del «trade union», y también una estrella del béisbol. Mantuvieron su relación como hermanos, pero sus discusiones sobre política, especialmente durante las turbulencias de los años treinta, hubieron sido dignas de ser escuchadas. Su hermana Josephine, parcialmente retirada en un convento antes de comenzar una familia por su cuenta, fue la inspiración del inquebrantable catolicismo de mi madre Helen, cuya propia madre pertenecía al movimiento germano luterano. ¡Por muchas razones, la quintaesencia de la familia mixta del siglo XX americano!

Suelo contar a mis amigos en Europa que, para mí, la Unión Europea comenzó en Nueva York hace más de siglo y medio. Es comprensible que muchos vean en el proyecto europeo una pérdida de la identidad nacional o regional. Pero, según observo, las ricas culturas históricas pueden continuar prósperas en medio de las poderosas tendencias de globalización, sin quedarse aisladas. La gente puede mantener un fuerte sentido de quién son hoy en día sin perder las señales de donde vienen, incluso si esos orígenes ancestrales se convierten cada vez más globales. Puede llevar un poco de trabajo, pero el trabajo puede ser a la vez diversión y plenitud.

Continuando con mi búsqueda de las piezas perdidas del linaje de Félix Manuel López de Miranda en Asturias, me siento un poco más entendido por mi esposa Margit. Ella es una emigrante de otro tipo, desde las estribaciones alpinas del sur de Austria a la cosmopolita Viena cuando ella llegó por primera vez como estudiante, hace años. No conseguí persuadirla de que pusiera el tradicional "dirndl" (traje tradicional similar al vestido tirolés) de su provincia natal, Styria (Estiria). Pero nuestro común interés en la historia, en la que se incluye la historia de nuestra familia, nos enseña a apreciar los logros de aquellos que nos antecedieron a la vez que aprendemos de sus errores. No necesitamos usar determinado vestido para valorar la riqueza de esa herencia. Como descubrí durante mi primer visita a Asturias, no obstante, es estupendo que tantos símbolos de su rica y maravillosa historia aún existen y siguen siendo accesibles.

Texto traducido por Elisa Campo.