Del tronco desnudo de un abedul casi recién plantado cuelga una etiqueta con un nombre y una fecha de agosto de 2010. El nombre es el de una niña de apenas un año y el día, el de su nacimiento. En el «bosque didáctico Palacio del Villar», «colgado» sobre una loma desde la que se domina desde el Noroeste la silueta muy urbana de Piedras Blancas, hay un árbol como éste por cada bebé alumbrado el año pasado en el municipio de Castrillón. Son en total doscientos, muchos para esta región en avanzado estado de despoblación y suficientes para que la cifra y la cola de carritos de bebé a la puerta del bosque asustaran a la alcaldesa, Ángela Vallina (IU), el día del pasado mes de marzo en el que se materializó la iniciativa del Ayuntamiento castrillonense. Ya ha dado tiempo a que la maleza se reproduzca por falta de cuidados alrededor de los abedules, pero la extensión de la plantación y su significado siguen sirviendo para saber que esa villa que se ve ahí abajo, con un gran edificio en construcción en primer término y detrás una acumulación apreciable de bloques de ocho plantas fundidos con abundantes chalets unifamiliares, es una pequeña ciudad joven. Joven por la estructura de una población de casi 9.600 habitantes que apenas ha dejado de crecer en este siglo, pero también por el aspecto de una villa sin casco antiguo que se ha hecho deprisa, que al decir de Vallina no eran mucho más de «cuatro casas y unos cuantos prados en los años sesenta» y que a lo mejor, apunta Jaime Luis Martín, ha pasado demasiado rápido «de la inocencia a la madurez, sin escalas en la adolescencia». Él acude a la perspectiva que le dan los 46 años que han pasado desde que «bajó» a la capital desde Arancés, su pueblo, y últimamente también la mirada a la villa desde su despacho de director del Valey, un centro cultural de arquitectura en nada disonante con su entorno moderno y como casi todo aquí muy joven, inaugurado a comienzos de este año mirando a la plaza de Europa, la de la iglesia y el Ayuntamiento en pleno centro de Piedras Blancas.

La capital del séptimo concejo más poblado de Asturias -cerca de 23.000 residentes que casi triplican los de 1950 y configuran la cifra más alta de su historia- ha llegado así, rápidamente, a esta urbanidad evidente de calles anchas, parques frondosos y un largo carril bici. Piedras Blancas se hizo mayor combinando lo que le daba gratis la geografía, la proximidad de todo el centro de Asturias, con la accesibilidad de las buenas comunicaciones, la vecindad de la industria poderosa de la comarca de Avilés y el atractivo residencial de su tranquilidad bien surtida de servicios. Asturiana de Zinc está íntegramente en territorio de Castrillón, Saint-Gobain Cristalería tiene en el concejo parte de sus instalaciones y hay más empresa empleadora impetuosa, menor y más grande, en un entorno del que Piedras ha querido ser una alternativa urbana pacífica, sosegada y asequible. La industria puso en marcha un veloz «efecto dominó» que atrajo hacia aquí a la población, que arrastró con ella a los servicios y que ha terminado por empujar a la capital castrillonense en contra de la corriente del envejecimiento y la penuria demográfica que duelen con persistencia en casi todo el resto de Asturias. La explicación, confirmará Antonio Fernández, director del Orfeón de Castrillón, está a la vista en el rápido «aluvión de gente» que ha hecho a esta ciudad ser lo que es, un entorno «cómodo» con alguna vivienda a precios no tan disparados, para algunos adecuado como punto de destino para una huida controlada de la gran ciudad. La Alcaldesa hablará de «calidad de vida», Jaime Luis Martín de una ciudad «habitable, pensada para el ciudadano», y Ángel Fernández, vicepresidente del colectivo local de comerciantes y hosteleros -Castricom-, de un sitio «tranquilo, pero bien dotado» al que vino a caer «mucho matrimonio joven que no podía permitirse un piso en Avilés». La apertura de dos colegios y un instituto desde mediados de los años ochenta da fe de la edificación acelerada de esta villa, capital del segundo concejo de Asturias en renta per cápita, presume Vallina, que el año pasado proporcionó, sigue, «el cincuenta por ciento de todo el empleo que se generó en total en la comarca de Avilés». Para no pasar necesidad, Piedras Blancas se ha pertrechado de «un buen comercio», de un muestrario de servicios que, a su escala, cubre sin problemas los básicos y tiene muy cerca las grandes superficies avilesinas aunque la oferta de aquí, sostiene Ángel Fernández, cada vez obligue menos a «ir de compras a Avilés».

Por la nueva crecida a remolque de su sector terciario, Piedras Blancas resiste a su manera los empellones de esta crisis de consumo especialmente sensible para una villa de servicios. «Según nuestros datos de los últimos cinco años», enlaza el vicepresidente de los comerciantes castrillonenses, «han cerrado unos veinte establecimientos, pero desde Navidad hemos registrado siete altas». A su juicio, la capital castrillonense ofrece «oportunidades de negocio inaccesibles en otros sitios, todavía se encuentran locales a buen precio y se percibe que hay una población joven que consume, que hay vida en las calles y entre los comerciantes una mentalidad de servir de verdad al ciudadano». El comercio, le ataja la Alcaldesa, es aquí «mucho y diferente al que se puede encontrar en cualquier ciudad, es el de la tienda pequeña, el de la atención directa y la calidad...». La crisis ha destruido algunos y pasa por aquí, Martín toca madera, sin regulaciones de empleo en las grandes empresas que dan de comer en el concejo y con la construcción caminando a trompicones, pero tal vez menos renqueante en Piedras que en las poblaciones más afectadas por el sonoro estallido de la burbuja inmobiliaria. Eso sostiene Ángela Vallina, que asegura que su Ayuntamiento tuvo en 2010 «más ingresos por licencias que el año anterior» y pone por ejemplo una gran promoción a punto de añadir más de seiscientas viviendas en El Vallín. Hay al menos otra obra en marcha que ofrecerá unas trescientas y tres grúas sobresalen del trazado muy urbano de Piedras cuando la pequeña urbe castrillonense se mira con perspectiva desde la loma que cierra el valle por el Noroeste.

-¿Pero cómo se llaman los de Piedras Blancas?

Gema González Viña, técnica de turismo del Ayuntamiento de Castrillón, busca sin éxito una respuesta de los lugareños a la pregunta por el gentilicio de la capital castrillonense: «Albipetrinos». He ahí un indicio de lo que hay en el reverso de la expansión acelerada de Piedras Blancas, el dorso de la velocidad con la que la capital cubrió aquel tránsito de la infancia a la madurez sin pasar por la adolescencia y el origen de cierto desarraigo que se llama «falta de identidad» en el inventario del director del Valey. Jaime Luis Martín echa de menos esa «identificación con el pueblo» que habitualmente es escasa en las ciudades que como ésta progresaron al calor de la industria empleadora atractiva para los foráneos, pero que aquí el tiempo va debilitando lentamente. A medida que avanzan las generaciones y se fortalece el peso de la tasa de natalidad -la de Castrillón fue la décima de Asturias en 2009-, la villa va agradeciendo el ascenso de la ligazón con ella de los que, ahora sí, han nacido en esta capital de explosión reciente y ya dicen «soy de Piedras Blancas».

Así, argumentan aquí, debería ir alejándose también el fantasma de la «ciudad dormitorio», la amenaza de la población residencial sin alma y de la villa de pernocta, de poca vida, de simple ida y vuelta a los lugares de trabajo. Para que se vea, Martín manda por delante la programación del Valey desde enero y los 30.000 visitantes que ha calculado en su primer semestre de vida. Hay quien se justifica también señalando la vida que el atardecer veraniego deja ver en las terrazas de la plaza Europa, lo que cuesta aparcar a veces o el ir y venir de ciclistas y atletas ocasionales por la zona residencial de El Vallín. «Antes esto tal vez se parecía más a una ciudad dormitorio», observa Gema González. «Ahora la gente vive y pasa el tiempo aquí y yo a veces encuentro más ambiente en Piedras Blancas que en Avilés». Jaime Martín asiente con el programa del centro cultural en la mano y la certeza de que «ahora tenemos actividades los viernes, los sábados y algún domingo. Hace unos años tal vez el público no habría dado para que pudiéramos afrontar una programación de fin de semana». Ernesto García, director de la asociación cultural L'Alborcer, acepta el diagnóstico apuntando hacia sus mil socios y a sus diez años de historia, a los ochenta alumnos de la escuela de música tradicional o a los treinta gaiteros de la banda castrillonense, desde los que tienen trece años a los que ya están jubilados, gente que en su mayoría, agradece, «no va sólo a mirar, participa».

A la dotación de servicios que atiende a la población en Piedras Blancas le urge, coinciden diversas voces, un buen complejo deportivo. La Alcaldesa asume que algunas de las instalaciones de la capital están «obsoletas» y la habilitación de una nueva área deportiva es esa «asignatura pendiente» que su equipo, dice, pretende resolver en esta legislatura. Iría en Ferrota, en la zona norte de la villa que hoy tiene campo de fútbol, polideportivo y pistas de pádel.

Una de ancianos con capacidad para 120 plazas de residentes y treinta en régimen de centro de día que ya está en construcción en la villa. El equipamiento, que se espera para fin de año, vendría a enriquecer la oferta de servicios de esta villa eminentemente terciaria que también necesita atender a un sector de la población numeroso, aunque con menos peso aquí que en otras zonas del Principado.

La oferta cultural de Piedras Blancas se organiza desde comienzos de este año en torno al centro Valey, pero falta una nueva biblioteca, la que se confía en abrir en otoño detrás de la de siempre, la de la travesía de la carretera N-632, transformada en este punto en la avenida de Eysines en homenaje a la localidad francesa hermanada con Castrillón.

A Miguel Fernández, gerente del hotel Piedras, no le disgustaría tener sin salir de la villa otro establecimiento similar «al que poder enviar a la gente cuando lleno», pero hasta ahora en Piedras Blancas no hay más. «Si hubiera más infraestructura hotelera», le acompaña Gema González, tal vez esto podría empezar a aproximarse más hacia una villa con cierto aprovechamiento desde el punto de vista de la rentabilidad turística.

En Piedras Blancas «cada vez hay más, en teoría», pero la extensión de las zonas de aparcamiento en la villa configura una «reivindicación de casi siempre» formulada por la asociación de comerciantes de Castrillón. Para su vicepresidente, Ángel Fernández, las plazas «desaparecen además algunas veces cuando hay fiestas, a lo mejor cuando más falta hace».