El romanticismo de Edith Piaf no se acababa en sus canciones. La noche en que Marcel Cerdan obtuvo el Campeonato mundial del peso medio frente a Tony Zale en Jersey City, el boxeador francés nacido en Argelia y el Gorrión de París caminaron sobre un lecho de rosas hasta el supremo altar del amor de la cama de un hotel de Nueva York. Los días antes de aquel verano de 1948, en que se conocieron, habían vivido en una nube. Él la llamaba a ella «mi hada». Y ella, cuando se separaban, le escribía a su amado cosas como la que sigue: «Tu olor permanece en las sabanas y mi corazón se acuesta todos los días en brazos de la tristeza».

Me he acordado de esta intensa y fugaz historia de amor entre «la Môme» y el «pied noir» ídolo de los cuadriláteros con motivo de subastarse hace unas semanas las 54 apasionadas cartas que la cantante le envió de su puño y letra al ciclista Louis Gérardin, «Totó», el amante con el que intentó olvidar a Cerdan tras el accidente de aviación que le costó la vida al boxeador.

La correspondencia que Christie's sacó a subasta en París el pasado junio por 60.000 euros se mantuvo entre noviembre de 1951 y septiembre de 1952. Desde que el Lockheed L-749 Constellation en el que Cerdan se había subido para verla en Nueva York se estrelló en 1949 contra el monte Redondo, en San Miguel de las Azores, hasta el momento en que conoció a Totó, dos años después, la existencia de la Piaf estuvo a punto de consumirse entre el consumo de alcohol, la morfina y los barbitúricos.

Con el ciclista quería prolongar la llama que prendió en su corazón al lado del boxeador, pero nada era lo mismo, salvo que tanto uno como otro estaban casados y ninguno parecía dispuesto a abandonar su estado civil. A Gérardin lo llamaba «mi ángel azul rubio» en las cartas que le escribía desde cualquiera de los lugares en que se encontraba de gira, Lyon, Marsella, etcétera... Le hablaba de sus deseos de cambiar, de abandonar la bebida, de casarse, de tener hijos y le decía también que él no era para ella como los anteriores. «¿Crees realmente, mi bello amado, que si te pusiera al mismo nivel que a los otros hubiera quitado la foto de Marcel?», le preguntó refiriéndose al hombre que la tenía por un hada y por el que lloró ante su tumba, abrazada a Marinette, esposa del boxeador y madre de tres hijos.

Lo de Cerdan y Piaf es lo más parecido a un amor imposible, pero no por ello deja de ser una de las grandes pasiones del siglo XX. La cantante se estremecía de dolor en las ausencias del boxeador. «Me he quedado sin ideas, sin nada. En cuanto acabes tu combate, devuélveme mi corazón». Le llamaba por teléfono allá donde se encontrase, le escribía en papeles o en servilletas que deslizaba por el bolsillo de su pantalón. El año en que duró el romance no le dejó el tiempo suficiente a Cerdan para tomar una decisión sobre el matrimonio que mantenía en Casablanca con Marinette y la pasión que le aguardaba, unas veces en París, otras en Nueva York. La relación con las dos mujeres que el propio Cerdan había hecho pública dejó estupefacto a más de uno. El campeón, muy ocupado en los entrenamientos, había perdido, además, el trono frente a Jake LaMotta en Detroit, después de haberse dislocado el hombro, y, una vez recuperado, se disponía a aprovechar la revancha para recuperar el cinturón.

El combate del Madison no llegó a celebrarse. Marcel Cerdan dudó entre tomar el barco o el avión, pero finalmente decidió embarcarse con Air France para llegar antes a Estados Unidos y poder pasar unos días con la cantante, que se encontraba de gira y actuaba en Manhattan. El 27 de octubre de 1949 despegó el avión del aeropuerto de Orly y unas horas después se estrelló en las Azores, donde iba a repostar. Murieron los once miembros de la tripulación, Cerdan y 36 pasajeros que lo acompañaban, entre ellos el violinista Ginette Neveu, que apadrinó Von Karajan y que después de revelarse como un niño prodigio se impuso a David Oistrakh en la disputa en 1935 del premio «Wieniawski».

Piaf había muerto el día en que enterraron a Cerdan y quiso resucitar, pero sólo se vive una vez. Le había escrito al boxeador que moriría si la vida le arrancaba de su lado. Cuando en 1952, después del intento con el ciclista, se casó con el cantante Jacques Pills en Nueva York, su corazón había dejado ya de palpitar. Sólo le quedaba el recuerdo que llevó a la tumba.