Asisto con estupor y con dolor a las noticias que ha venido publicando LA NUEVA ESPAÑA sobre el expediente disciplinario que la Consejería de Cultura quiere incoar al arqueólogo de la misma Ángel Villa Valdés.

El estupor surge porque esa institución quiere aplicarle sanciones de un rigor máximo, nada menos que la pérdida del empleo o la incapacitación para el desempeño de su profesión. ¿Y cuál es el delito para tan severo castigo? ¿Haber descubierto la situación inadmisible de deterioro y abandono en que se encontraban materiales provenientes de la excavación realizada en la Campa de Torres? No. El delito es haberlo comunicado al Ayuntamiento de Gijón, titular del yacimiento y a la directora del Museo Arqueológico, lugar de destino de estos materiales. Deduzco de todo ello que lo que verdaderamente inquieta a los responsables de la citada Consejería no es lo fundamental, el escandaloso estado de unos materiales de gran importancia para el conocimiento de nuestra Prehistoria, sino que los ciudadanos sepamos lo poco que eso les preocupa a las citadas autoridades.

Pero, señores responsables de la cultura regional, los ciudadanos tenemos derecho a saber. Y en todo caso, es inútil su intento de silenciar su desidia porque ya la conocíamos. No hay que estar muy informado, ni ser un experto en la materia para darse cuenta del estado en que se encuentra nuestro patrimonio, basta con observar la degradación de nuestro legado monumental más emblemático: el Prerrománico asturiano, con la vegetación adueñándose de los tejados de estos edificios o las pinturas de San Miguel de Lillo convertidas en recuerdo, entre otras lindezas. Hasta el Icomos (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) tiene que advertirles severamente dado lo catastrófico de la situación. O la espera interminable para poder volver a acceder al Museo Arqueológico que más que en un museo lleva camino de convertirse en el panteón de la arqueología asturiana. No voy a entrar en los pormenores de su ampliación -sobre los que ya me manifesté, en su día, en estas mismas páginas- porque sé por experiencia que es entablar un dialogo con la pared.

El dolor me lo produce el que para disimular su negligencia las autoridades culturales regionales hayan escogido al arqueólogo más importante de su generación. Sus méritos fueron aquí expuestos por el catedrático de Prehistoria Dr. Miguel Ángel de Blas, arqueólogo de prestigio internacional y maestro de varias generaciones de arqueólogos y por el ex presidente del Principado de Asturias, Juan Luis Rodríguez-Vigil, así como lo injusto y absurdo de la situación. Su valentía les honra porque no es fácil en estos tiempos defender las causas nobles contra el poder establecido.

Yo por mi parte no puedo sino suscribir lo dicho por De Blas y Rodríguez-Vigil. Pero quiero añadir, que me produce especial tristeza que se persiga a la persona que nos ha dado las claves, tan confusas hasta entonces, de los tiempos que discurren entre el período del Bronce Final y la llegada de Roma. Ángel Villa dedicó los mejores años de su vida, con el rigor y la brillantez que le caracterizan, a desentrañar la información que los castros del occidente asturiano, en especial el Chao San Martín, atesoraban. Y me consta que lo hizo en condiciones precarias y agobiado por las dificultades. Pero si algo caracteriza a Ángel Villa es su tremenda generosidad, tanto en lo personal como en lo intelectual, virtud más escasa aún si cabe. Puedo dar fe de ello.

Ánimo Ángel, puede que te acosen pero no lograrán derribarte, somos muchos los que no estamos dispuestos a soportar actuaciones que rayan en el despotismo. Por otra parte era casi inevitable que algo así te sucediera porque como dije un día en público, hace mucho tiempo, es un arcano para mí por qué el poder político es tan proclive a ceder a las mezquinas presiones de los incapaces, que en toda época, cifran su triunfo en la descalificación de aquellos que los superan intelectualmente.