Barítono, será el Papageno de la ópera de Mozart que se ofrecerá en el Campoamor

Oviedo, Javier NEIRA

El barítono barcelonés Joan Martín-Royo será Papageno en la ópera «La flauta mágica», de Mozart, que se ofrecerá en el teatro Campoamor, en primera función, el próximo día 13. Martín-Royo es un cantante ya habitual en Oviedo, donde, en ocho años, ha participado en diez espectáculos como funciones de ópera, conciertos o grabaciones.

-¿Es difícil hacer de Papageno, de hombre pájaro, y encima cantando?

-Es la segunda vez que lo hago. Lo debuté hace cuatro años en Santiago de Chile. Este año es muy papageniano para mí porque además de Oviedo canto este rol en el Liceu de Barcelona y en el Baluarte de Pamplona. Y haré Fígaro en «Las bodas». Mozart es básico en mi repertorio. Vengo de estrenar la ópera «Yo, Dalí», de Xavier Benguerel. La canté en Madrid y ahora en el Liceu. Ah, y «Così fan tutte», de Mozart, en París y Valencia.

-Y ahora, Mozart en Oviedo.

-En ocho años ésta es la quinta producción de ópera en Oviedo, donde también ofrecí tres conciertos en el Auditorio y realicé una grabación, así que diez proyectos en ocho años.

-A ver, repase.

-En 2003 hice tres pequeños papeles en «La rondine», de Puccini, y un concierto también con obras de Puccini. Regresé en 2006 para el papel de don Profundo, de «Il viaggio a Reims», de Rossini. Después, «La Pasión según San Mateo», de Bach, con el maestro Haider, en el Auditorio; fue en 2008. Hace dos años hice el Masetto, de «Don Giovanni», de Mozart, y el rey de Escocia, en «Ariodante», de Haendel. Y hace un año, en el Auditorio, con el maestro Haider, el «Talitha Kumide», de Wolf-Ferrari, que se grabó y saldrá ya o cuando la crisis lo permita.

-Y con 34 años, ¿qué le queda?

-Mucho, claro. Mi repertorio se centra en Mozart y en el belcanto, debuté el año pasado con «Cenerentola» y...

-¿Qué versión de «La flauta mágica» se verá a partir del día 13 en el teatro Campoamor?

-El espíritu mozartiano y el del libretista Emanuel Schikaneder están muy presentes en esta producción, con una estética más moderna. La propuesta escénica de Olivia Fuchs es muy inteligente, porque resalta lo que dice Mozart, que en «La flauta mágica» nos invita a un hondo viaje al interior de nosotros mismos.

-¿En qué sentido?

-Habitualmente, nos centramos en las apariencias y en cosas superfluas; frente a eso, la obra propone un viaje al interior de nosotros mismos para dar con una espiritualidad. Nos rodeamos de cosas que creemos necesitar, pero es una forma de huir de los problemas y de nosotros mismos. Lo interesante es que no sólo Tamino y Pamina, los personajes cultos, sino también Papageno evoluciona y hace su propio viaje. Papageno no es sólo un payaso, hay un trasfondo y una evolución del personaje. Descubrimos que yendo por un camino distinto al de Tamino algo cambia también en su vida.

-No es masón ni antimasón, no entra en la dialéctica central de la ópera.

-Es un hombre pájaro. Encarna el espíritu popular, no es un intelectual, es feliz en armonía con la naturaleza, con comida, algo para beber, Papagena, su mujer, y sus hijos. No es superfluo que consiga vivir con un único tipo de transacción: captura pájaros para la Reina de la Noche y, a cambio, le dan comida, pero no hay nada económico en medio, salvo un simple trueque. Es un superviviente, no se agobia por no tener más; es feliz y descubre en este viaje que hay algo más.

-Mozart quizá se identifica más con Papageno que con otros personajes de «La flauta».

-Es posible. Para empezar, el libretista, Emanuel Schikaneder, interpretó a Papageno en el estreno de la ópera, así que escribió el rol para él. Y Mozart tiene la capacidad de ser un músico sublime y también compositor de canciones obscenas o con juegos de palabras, como ese pa-pa-pa de Papageno, lleno de onomatopeyas. El espíritu de Mozart está en Papageno, que canta el dúo de amor con Pamina, que no es realmente de amor, porque no son pareja, pero donde se muestra la armonía de una pareja en un mundo en paz y belleza. Y al tiempo hace bromas y tiene un espíritu rebelde.

-Y en alemán.

-Lo hablo, no tengo problemas.

-Usted es barcelonés y una criatura del Liceu.

-Sí, mi maestra es Mercè Puntí. Estudié instrumentos como piano violín y fagot, composición, dirección de orquesta y canto. De niño pertenecía al Coro del Liceu. Crecí con el teatro y lo viví por dentro. La primera vez que canté allí fue en «Parsifal», en el coro de niños. Vi el escenario, iluminado, y me dije que era lo mío. Soy, asimismo, licenciado en Historia del Arte; todo lo que es el mundo de la cultura y del arte me fascina. Empecé con mi maestra con 11 años. Grabé «El retablo de Maese Pedro», de Falla, con Josep Pons, en el sello Harmonía Mundi. Ahí Trujamán soy yo. Ahora, veintidós años después, vuelvo a cantar en «El retablo», también con Pons como director y la Orquesta Nacional de España, pero en el papel de don Quijote. Así es el paso del tiempo.

-Vive en Barcelona y en medio mundo.

-Sí, en Barcelona, pero soy ciudadano del mundo. Hay momentos duros al estar lejos de mi familia, de mis amigos, de mi ambiente y de mi ciudad. Pero también adquieres mundología, conoces gente distinta, que piensa de otra manera, culturas, gastronomías interesantes. Es fascinante, en todas las producciones hay gente de muchos sitios. Y al final lo tuyo lo ves de otra manera. Además, si tienes un jefe que no te cae bien en un mes lo pierdes de vista. Claro, también pierdes amigos, buenos amigos que haces trabajando y después se van. Con el e-mail mantienes el contacto, pero aun así tengo muy buenos amigos en EE UU o por ahí con los que me gustaría volver a trabajar, pero lo veo difícil.

-¿A gusto en Oviedo?

- Llegué aquí en 2003 y fue un amor a primera vista. No sé qué se produjo, pero fue algo mágico cómo me encontré en la ciudad, cómo me recibieron y cómo se trabaja en el Campoamor. Hay un ambiente de una armonía perfecta, todos tienen unas ganas enormes de trabajar. Tras Barcelona, Oviedo es la ciudad en la que más he cantado, más que en París, Bruselas o Londres, donde canto mucho. El público de Oviedo me ha visto crecer desde aquellos tres pequeños papeles que hice en «La rondine» hasta este Papageno. Me encanta Oviedo, su gente, me siento muy bien acogido y sólo tengo palabras de agradecimiento, sobre todo para Javier Menéndez, director artístico de la Temporada del Campoamor, y para el maestro Haider. Por eso apoyé la candidatura de Oviedo a Capital Cultural 2016.