Gijón, Pablo TUÑÓN

«Es lo más bonito que uno pueda imaginarse». Así califica Amador Espejo la experiencia de convertirse en familia de acogida. Junto con su mujer, María José Antiñolo, y sus tres hijos, ya han acogido en su seno familiar a cinco niños que, por una u otra razón, no podían vivir con las sus parientes. Todo un ejemplo de solidaridad que sirve para evitar que los críos terminen institucionalizados en un centro.

Experiencias similares fueron compartidas ayer en un encuentro de familias de acogida celebrado en la Asamblea Local de Cruz Roja en Gijón. «Estos programas son una medida temporal, encaminada, si es posible, a la reunificación del niño con su familia natural», explica María del Mar Nodal , responsable del programa «Familias Canguro». Se trata de proporcionar al crío un entorno familiar temporalmente. Si no puede regresar con su familia, hasta que se tome una medida definitiva en forma de adopción o acogimiento permanente.

Precisamente de esa idea de temporalidad deben estar concienciadas completamente las familias de acogida, que deben pasar un proceso de selección tras recibir una preparación. «Es difícil separarse de ellos pero tenemos que estar preparados», señala María José Antiñolo, que tras cinco niños acogidos en su casa asegura que este gesto caritativo no supone un gasto económico muy grande. «Donde comen cuatro, comen cinco. No me parece un gasto excesivo. Además, las instituciones del programa te dan material, como las cunas, y una pequeña ayuda en forma de dinero», explica ante la mirada de su marido.

Actualmente cuidan en su casa de Montevil a un niño de cuatro meses que les fue cedido en acogida cuando apenas tenía siete días. «Es guapísimo», cuenta Amador Espejo, que añade que «es una alegría inimaginable verlos crecer y cómo empiezan a andar».

La ovetense Teresa Pérez acoge a otra niño, de 13 años y etnia gitana, bajo el programa de «Familias Voluntarias». El chaval, cuyos motivos de desarraigo familiar no importan para nada a Pérez, acude a su casa todos los fines de semana y durante las vacaciones. «Ahora ya no concebimos la vida sin él», explica. Cuenta que no hubo ningún conflicto en la adaptación del acogido a su familia. «A él se le preparó al igual que a nosotros. Puso todo de su parte», narra Pérez, que asegura que los artífices de esta iniciativa fueron sus dos hijos, puesto que uno de ellos trabajaba en el centro de acogida donde estaba el menor. «Lo tenemos muy claro. No es nuestro hijo y cualquier día su realidad familiar puede cambiar y tendrá que marcharse», proclama Pérez. Eso significaría que el programa de acogida ha tenido éxito. Siempre gracias a familias de acogida como la suya.