Nueve años después de su última exposición gijonesa, vuelve el artista Víctor Pedra (Barcelona, 1955) a la galería Van Dyck (Menéndez Valdés, 21), que ha elegido pintura y escultura del artista catalán para despedir el año. Ignoramos las razones de esa decisión, pero no es mal programa dejarse llevar en estos tiempos de predicada austeridad por una obra que transmite al espectador, en un primer recorrido, los gozos de una mirada ciertamente generosa.

Víctor Pedra, que estará en la sala que dirige Aurora Vigil-Escalera hasta el próximo 14 de enero, es un artista al que le gusta mantenerse fiel a sí mismo, a un mundo vagamente surrealista, fruto de la conquista de un estilo en el que se mezclan sabiamente elementos plásticos primitivos, clásicos y modernos; carnalidades y metafísicas.

Artista de largo recorrido, expone por sexta vez en Van Dyck. A los óleos sobre lienzo suma una serie de esculturas de hierro policromado. Si hay una figura que domina la obra de Víctor Pedra es el de la mujer, a la que pinta siempre con exuberantes curvas y senos puntiagudos, adueñándose del espacio desde una asumida voluptuosidad. Y es así, aun en cuadros en los que comparte protagonismo, como en esa paradisiaca evocación del paraíso que es «Adán y Eva».

Hay también en las imágenes de este artista catalán, que fue seleccionado para las ediciones de Arco de los años 1995 y 1996, una dichosa y extraña ingenuidad que surge de la combinación de sus figuras femeninas con otras, desde peces hasta gatos, en las que vemos cómo la propuesta de un enigma que sabemos de antemano irresolube. En realidad tampoco importa, porque lo verdaderamente nuclear en esta pintura es la imagen siempre sugestiva, original, creada, que logra el artista.

Otra de las características de esta pintura es que el dibujo, que no oculta un fervor picassiano, se muestra siempre contorneado, una perfilada nitidez que da a cada cuerpo, a cada cosa, una presencia singular, poderosa. El tratamiento frontal de muchas de esas imágenes remite a un primitivismo pictórico que condice con la complicidad manifiesta -sorprendida- de Víctor Pedra hacia sus personajes.

Al artista, muy cuidadoso con las gradaciones lumínicas, le gusta la paleta de los ocres, aunque no es infrecuente que recurra al rojo en busca de un contrapunto, una tensión en sus mundos un poco mágicos, como traídos al cuadro para mostrarnos que en toda imagen necesaria hay siempre la revelación y el ocultamiento de algo.

Víctor Pedra, que ha hecho escultura de gran tamaño para espacios libres, ofrece aquí siete piezas de hierro policromado, como se ha dicho, que son continuidad por otros medios de esas singularidades expresivas y temáticas. Basta ver, por ejemplo, «Mujer múltiple».