Un Sporting sin gracia se hunde en Pamplona lastrado por los graves errores de Gil Manzano, por la máxima eficacia de Osasuna y por una alarmante falta de fútbol. El Sporting, frágil de nuevo en defensa, dominó a los navarros en todas las facetas del juego que no controló Gil Manzano, pero emitió algunas señales alarmantes que le impidieron despachar a Osasuna en un partido en el que sólo importaban los tres puntos. A Osasuna, seguramente el peor colista (por puntos y por propuesta) desde aquel Sporting de la 97-98, le bastó con su sorprendente eficacia ante Cuéllar para comprometer al Sporting, pero no le alcanzó para alimentar la esperanza irracional.

Gil Manzano le ha quitado la vida al Sporting. El extremeño sometió a su vecino Burgui a un marcaje implacable, le anuló un gol, le escamoteó un penalti y se negó a tener con él la más mínima concesión. También fue tolerante en extremo con ese punto de agresividad navarra y perdonó a Roberto Torres por la agresión sin balón que provocó la reacción de Moi Gómez (al que sí amonestó) y miró para otro lado cuando Fausto Tienza presentó su candidatura en firme a la expulsión.

Es cierto que el Sporting fue mejor que Osasuna, lo que tampoco es decir gran cosa, y que tuvo las ocasiones más claras del encuentro, pero también lo es que el equipo estuvo por debajo de lo que se esperaba. El rendimiento, la intensidad, de algunos futbolistas, estuvo muy lejos de lo que anunciaba durante la semana el discurso que emanaba del vestuario. El Sporting está un punto más cerca. Cuatro le separan del Leganés cuando faltan cinco partidos por jugar, pero cuesta un triunfo creer en un equipo que fue incapaz de doblegar al peor colista en años.

Lo bueno del calendario es que no queda tiempo para darle vueltas a lo sucedido ayer. El martes hay otra final ante el Espanyol, pero al Sporting se le acaba el tiempo sin que consiga dar argumentos para la esperanza. Desde el banquillo, tampoco se invita a soñar. Al equipo le falta un técnico de mano firme, que imponga que Cop, el mejor especialista en años del Sporting, ejecute los libres directos y no deje esta suerte al capricho de sus futbolistas. También se echó en falta un poco más de brío en los cambios. Carlos Castro tardó demasiado en salir en una situación que ya era crítica y Burgui, desconectado ayer, pasó demasiado tiempo sobre el césped. Las calculadoras vuelven a echar humo, pero las cuentas cada vez son más sencillas. Por más que Bakambú les eche una mano.

Rubi quiso darle un toque a la alineación y sorprendió con la primera suplencia de Amorebieta estando disponible. Babin, la gran novedad en la alineación, formó pareja con Jorge Meré en una defensa de cuatro. El técnico recuperó su sistema de cabecera una vez superada la visita al dentista blanco y el Sporting se plantó en El Sádar de la manera en que más cómodo se siente. Osasuna tensó el partido desde el principio, pero los rojiblancos se hicieron pronto con la posesión del balón y el dominio campo.

El partido basculaba claramente hacia el área de Sirigu. Burgui había tenido una primera ocasión en una jugada bien enlazada por el Sporting, que salió tocando desde Cuéllar hasta Sirigu. Pero el partido cambió cuando el asistente de Gil Manzano reclamó su cuota de protagonismo. Un pase profundo de Moi Gómez situó a Burgui en boca de gol y el extremeño marcó con facilidad superando la salida de Sirigu. Cuando la Mareona celebraba, el asistente levantó la bandera a pesar de que Oier habilitaba al extremeño.

Mientras los rojiblancos pedían explicaciones, Osasuna salió al ataque. Roberto Torres, el mejor de largo de los navarros, progresó con la anuencia de Douglas y metió un centro venenoso que rozó Kenan Kodro, pero que desvió Jorge Meré a la red. El Sporting quiso devolver el golpe y Burgui dejó a Cop una situación idílica, pero no embocó. Los rojiblancos parecieron acusar más este fallo que el gol rival.

Osasuna durmió el partido, que se volvió un bodrio, hasta la segunda dentellada rojilla en un buen contragolpe resuelto con contundencia por el hijo de Kodro. El Sporting parecía desahuciado, cuando al fin Rubi se acordó de Carlos Castro. Como sucede siempre en los peores momentos, el Sporting buscó orgullo en Mareo y encontró un gol de Canella, otro de Castro y la gran ocasión del partido en la que el delantero de Ujo no pudo superar a Sirigu, en cinco minutos mágicos. Ahí, donde siempre, en la gente de la casa, estuvo la esperanza, la posibilidad de dar un paso de gigante que acercase al equipo a la permanencia.

El Sporting queda entre dos aguas. Las matemáticas no le condenan aún, pero las sensaciones ya no le avalan. Está un punto más cerca, pero no alcanza esa barrera psicológica de situarse a un partido del Leganés. Llegados a este punto, no queda otra que seguir creyendo.