Comienzo por las disculpas. El día de San José, fallecía en Mieres, a los 95 años, Soledad Montes Cueto, natural de Sienra (Ceceda) y viuda de Mateo Gutiérrez Martín. Por una serie de circunstancias, que lamento de verdad, no tuve conocimiento del hecho hasta pasada la hora del funeral, que tuvo lugar en Ceceda a las 13 horas del día 21. Por tanto, ni pude acudir al tanatorio local para presentar mis condolencias ni asistir al funeral. Y siendo, como es el caso, una familia para mí muy estimada, quiero desde aquí hacerles patente mi sincero y profundo pesar, confiando, al mismo tiempo, en su indulgencia.

"Por San José / las golondrinas veré", dice el refrán. Pero pasó el día 19, que cayó en domingo, sin que se cumpliera el dicho. Y el 20, el mismo día que entraba la primavera, finaba en Gijón Constantino Ovín de la Vega, más conocido como "Tino el de La Barraca". Si alguna vez dije que Pin Ureta era un escabecheru trasplantáu a Madrid, hoy digo que Tino era un navetu trasplantáu a la villa de Jovellanos. Buen conversador, empleado eficiente (Banco del Norte, Banco Hispano Americano, etc), le recuerdo en viejos tiempos jugando como portero en equipos del campeonato local de tertulias, en el campo de Grandiella y, en especial, en época mas cercana, subido en la bici de carrera, practicando su gran afición; el ciclismo.

Maestro de escanciadores, Tino fue autor del texto de un decálogo sobre el asunto que, resistiendo el paso del tiempo, ahí está, lozano y actual, como los buenos clásicos, porque está hecho con dos ingredientes fundamentales; sabiduría y experiencia. Aunque solo sea por eso, amigo Tino, ya mereces estar en la historia; de Nava y de la sidra. (Decálogo cuya impresión, auspiciada por mi amigo Fermín Sastre, tuve, por cierto, el honor de ilustrar).

También acreditado catador, creo que uno de los reconocimientos que a Tino más le prestó recibir fue el de Cofrade de Honor de la Buena Cofradía de los Siceratores, hecho que tuvo lugar una hermosa tarde de mayo de 2015. Lucía un sol espléndido sobre la plaza de Manuel Uría, ocupada por las gentes de las numerosas cofradías que, ataviadas con sus coloridos uniformes, acudieron y dieron prestancia al acto. Tino, de pie en la escalinata, luciendo la capa verde de cofrade y tocado con la montera reglamentaria, escuchó atento la lectura pública de sus méritos, a cuyo término le fue escanciado un culete, que él procedió a saborear con estilo. Y entonces su silueta, con el brazo derecho flexionado sosteniendo el vaso, y recibiendo de lleno la luz dorada de la tarde, se destacó sobre el cielo azul, el fondo ocre claro del edificio del ayuntamiento y el abigarrado colorido de la plaza. Fueron apenas unos segundos. Pero yo no estaba lejos, y así quiero recordarlo.

Hemos adelantado los relojes, y ahora disfrutamos de unas tardes notablemente más largas. Y, como todo llega, también lo hicieron, por fin, las golondrinas. Yo las he visto por vez primera en la tarde del 29, un día estupendo, por cierto, pero mi amigo Luis Gonzaga, "Lito", ya las avistó el 28, según me tiene comentado. Que sea para bien.