Un gurú empresarial -no recuerdo cuál- invitaba no hace mucho a acabar con la idea de que el cliente siempre tiene razón. Venía a decir que el cliente puede tener sus razones, y todas son respetables, pero muchas veces vale más perder uno o varios clientes, y quedarte con los que realmente merecen la pena, que quedarte con todos y estar siempre a merced de los caprichos de la masa.

Esto, que en teoría parece muy fácil, en la práctica es muy complicado. Porque da miedo. Porque quien vende y pierde un cliente piensa que quizá, detrás de ese que se va, pueden irse otros cuantos más y con ellos la esperanza de salir adelante.

Todo esto se me vino a la cabeza después de hablar con gente del sector de la sidra a propósito de la manzana, la cosechona y demás problemas. Porque no hay nadie, salvo los clientes (y de estos, no todos), que no opine que el precio de la sidra es irrisorio. Dos euros cincuenta por un producto auténtico, vinculado a la tierra, inestable, que hay que tratar bien en el bar, etcétera. Y si al del chigre se le ocurre subirlo diez céntimos se monta la revolución de los claveles. Y no te olvides de pasar un pinchín de esos pa forrar cada cuarto de hora.

Y después pagamos dos euros en una terraza por un refresco hecho de basura, estable a más no poder -cuanto más mierda lleva, mejor se conserva, esa es la ley no escrita-, no vinculado a la tierra y que no hay que tratar bien. O por un agua, que en realidad lo que te cobran es la botella y el transporte.

Y después está esa uniformidad. Que tiene que valer lo mismo una sidra que otra. Como mucho, la de Denominación un poco más cara. Pero lo demás, todos a una. Entiendo que es un sector muy tradicional pero no sé. No creo que haya nadie en el mundo que se venda tan barato. Eso nunca es buena idea.