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"Hojotoho! Heiaha!"

Tras las cuatro representaciones de "La Valquiria" en la temporada de Oviedo

No resulta sencillo acercarse a Wagner y menos aún llegar a entender su obra a las primeras de cambio. La complejidad poliédrica de sus enfoques y su empeño por conseguir obras épicas e integradoras requieren, no una, sino sucesivas aproximaciones cautelosas e instrucciones de uso que puedan ayudarnos a entender el innovador modelo operístico del Maestro de Leizpig.

En esa búsqueda de la "obra de arte total", Wagner revolucionó el propio espacio de la escena, consciente de que la representación debía enriquecerse mediante la confluencia de todas las disciplinas artísticas posibles, alimentando así la complejidad que su visión pretendía; la música, el teatro, la escenografía (vestuario, pintura y escultura) y, como no, la arquitectura como contenedor de todo el espacio vital.

Para ello no tuvo reparos en transformar, a su antojo, un proyecto de su amigo, el arquitecto Gootfried Semper, en el actual Festpielhaus de Bayreuth como lugar específicamente diseñado para la representación de sus obras. Allí se incorporaron nuevos espacios adicionales para el flujo horizontal y vertical de decorados, el diseño de un doble proscenio que ocultaría totalmente a la orquesta de la visión del público, procurando que se aumentase la sensación virtual de distancia y que la música trasladase ese misticismo que permite extraer de su paleta musical una coloratura orquestal siempre vanguardista y admirable.

Wagner también fue precursor del oscurecimiento total de la sala de teatro, algo que hoy nos resulta normal, pero que en absoluto lo era entonces y que ayudó a centrar la atención total en la música, pero también en el propio contenido, mensaje y desarrollo formal del drama. Siempre escribía sus propios libretos (siempre antes que la música), de los que rara vez movía una sola coma, subordinándoles la música por completo hasta constituirse en soporte fundamental de la narración. Quizá por eso, una de las críticas superficiales a la obra de Wagner suele basarse en la inhabitual duración de sus óperas... ¿Pero acaso pueden mostrarse de forma rápida las miserias y grandezas del ser humano; sus limitaciones y ambiciones; sus perversidades, sus actitudes más nobles y generosas o el amor universal que todo lo puede...?

Otro tanto ocurre con el uso de los denominados "leimotivs", esas cortas y reconocibles secuencias tonales que aparecen en determinados momentos de sus obras y con las que se requiere una llamada de atención del espectador sobre una pista u objeto que se entiende fundamental en la comprensión coherente de la trama de la Tetralogía. Algo que solamente resulta posible desde la atípica estructura del "Anillo del Nibelungo", ya que sus cuatro partes se representan en orden inverso al de su interconectada concepción (durante más de cinco largos lustros), lo que le permite que se incorporen elementos más propios de las sagas, secuelas y precuelas de la cinematografía moderna y cuyo conocimiento resulta importante para la comprensión de la trama como un todo.

Es cierto que las limitaciones escenográficas de nuestro querido Campoamor chocan, una y otra vez, con la ambición de su modelo, conscientes de que nada -ni siquiera el "vídeo mapping"- puede llegar a sustituir el movimiento, la acción humana y la profundidad cuando se desarrolla sobre un auténtico espacio escénico. Quien sabe si algún día será posible convocar un "melómano crowfunding" que permita aumentar el fondo de escenario con una nueva chácena hacia la tranquila calle Diecinueve de Julio y/o la reforma espacial de un foso que sigue oprimiendo sin compasión a cualquier orquesta y no digamos con los requisitos extra de la wagneriana.

Mientras, recordaremos el eco del grito de júbilo de La(s) Valkyiria(s), el que arranca la archiconocida escena primera del tercer acto ("Hojotoho! Heiaha!"), como el que mejor resume la buena impresión general que ha supuesto esta experiencia, con grandes voces a la altura del desafío que se pretende y por la que debemos felicitar, una vez más, a todos los que hacen posible Ópera de Oviedo y su colosal empeño por brindarnos la posibilidad (aún bianual) de acercarnos a una obra de arte única e irrepetible en la historia de la música.

Arquitecto

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