Parecía mirar con tanta intensidad el mar que asemejaba un emigrante escrutando el horizonte que lo trajo, esa penúltima ola que lo arribó a costas asturianas. Tan quieto y absorto estaba que no parecía pasar el viento entre sus huecos. Desnudo de piel y brillantes colores, con sus alas de madera salada y secada por el sol de un día de noviembre, el dragón con cabeza de caballito de mar se escapó de la realidad de nuestros sueños infantiles y, ante nuestros ojos, se volvió hermoso y real tumbado sobre los cantos rodados de la playa de Cueva, en Canero (Valdés).

No es difícil imaginar, observando este bellísimo arenal elegido por el río Esva para adentrarse en el Cantábrico, que viva nuestro dragón marino escondido en algunas de sus oquedades, ahí donde siempre hay que buscar tesoros abandonados por los vikingos o, en su defecto, diminutas huellas de espumeros o la almohada de arena donde, para dormir, apoyan su cabezas las serenas tras haber cantado con dulzura a los marinos.

A este paisaje se llega desde un sendero que parte del pueblo de Caroyas, aunque también se puede ir por carretera. La artesana y diseñadora de bisutería de ganchillo Cristila García Fernández, residente en Almuña, en Luarca, prefiere la caleya al asfalto; el movimiento del bosque, al sonido de la carretera; el paseo largo y sosegado, al paisaje detenido en la ventanilla de un coche. Por eso recomienda al viajero enamorado de la costa bajar tranquilamente por este camino que, además, forma parte de la red de senderos de pequeño recorrido que pueblan el concejo de Valdés.

Tras años fuera de su tierra natal Cristila García ha vuelto a la casa de su infancia y allí elabora una serie de collares, pendientes y pulseras completamente alejados de lo habitual, de lo cotidiano, de lo repetido, gracias a su pasión por el reciclaje, siendo su obra una mezcla casi perfecta de belleza y originalidad. Licenciada en Bellas Artes en la Escuela de Arte de Oviedo y también por la Universidad en Pontevedra, durante su estancia en los Estados Unidos se sintió atraída por los tejidos y abalorios de los indios.

Desde entonces hasta hoy han pasado veinticinco años de plena creatividad en los que el reciclaje de objetos y su necesidad de hacerlos bellos y atrayentes hacen de esta mujer una creadora singular. «Encuentro un objeto y lo hago diferente, lo convierto en una pieza imposible como es el caso de una bombilla de ganchillo, y, además, me la cuelgo del cuello», dice.

Cuentas de cristal de la India, otras de cerámica, semillas de Brasil o Cuba y perlé de Barcelona le sirven para crear piezas de artesanía donde una bombilla de ganchillo, unos aislantes de electricidad cerámicos y unos nudos chinos se convierten en un collar exclusivo, al igual que sus pendientes. Ella es, claro, una de esas personas que ven al dragón antes que la madera; esa criatura nostálgica con cabeza de caballito de mar que, un soleado día de noviembre, y en la playa de Cueva, esculpió la Naturaleza.