T.P.

El arranque llama a engaño: "Preferiría que esto lo estuviera escribiendo otro, pero ustedes no tienen tanta suerte. Me llamo Daniel Ortiz, tengo 32 años y hasta la fecha mi mayor logro había sido demostrar que la Milan Factis gorda podía durar toda la EGB. ¿Qué quiero decir con esto? Que lo que van a leer es todo lo trepidante que puede resultar la desgracia de un sujeto que fue el único niño al que la goma de borrar se le desgastó por el uso, no por pintarrajearla, morderla, chuparla o propulsarla a pellizcos usando el boli a modo de cerbatana". Podría pensarse que el periodista de laSexta Javier Gómez Santander está avisando al lector de que El crimen del vendedor de tricotosas es una novela meliflua y tirando a aburrida. Pues no. Nos toma el pelo clarísimamente porque en en esta novela (llamémosla negra aunque pasa por muchos colores) de humor abrasivo no paran de suceder cosas. Intrigas. Asesinatos oscuros, claro. Secuestros, cómo iban a faltar. Y neonazis, ultras futboleros, peleas, cuernos, persuciones, linchamientos... ¡Y zombis! También hay periodismo barriobajero y politiquería pestilente. Nuestro protagonista, vendedor de máquinas de coser, mata por accidente a un hombre y se desencadena un auténtico huracán de acontecimientos que pasan de la comicidad al disparate pasando por la farsa y el delirio. La trama es una excusa: lo que hace el autor es pasar revista con ingenio y brillantez dignos de Berlanga/Azcona a una España descacharrante y descacharrada.