El poeta de Ventanielles que enseñó a escribir a los ovetenses

"Creo que Oviedo es una ciudad que tiene una relación específica con la literatura"

ASTURIANOS EN OVIEDO: Fernando Menéndez

Julián Rus

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Fernando Menéndez es el poeta que enseñó a escribir, y a leer con tino, a miles de ovetenses a lo largo de los 30 años que acaba de cumplir impartiendo talleres literarios. Tiene 57 años y así se cuenta a sí mismo

"Me crié en Ventanielles, un barrio que ha mejorado pero que sigue teniendo necesidades que no están cubiertas y que la administración local debería atender. Pero el Ventanielles de cuando yo era crío, o adolescente, era un barrio duro, donde había gente muy humilde y donde la droga hizo estragos. Era una época en la que se jugaba mucho en la calle y de aquel grupo de críos muchos ya no están, o son sombras de lo que fueron. A pesar de eso, Ventanielles ha sido un barrio un ejemplar en la medida que siempre pelearon por sus derechos. Ahí la asociación de vecinal Los Ríos, fue un elemento clave. También hay que decir que fue muy importante el papel del instituto y de ciertos docentes, como Moisés Mori o Marcelino Iglesias. Y el de la biblioteca pública. Ayudaron a vertebrar y muscular el barrio un barrio que acogió a gente de todas partes de Asturias y de fuera y que siempre ha sido un lugar donde han convivido gitanos y payos. Y aunque a veces podían ocurrir conflictos y diferencias, siempre ha sido una convivencia de vecinos bastante natural. De las pocas cosas de las que presumo y estoy orgulloso es ser de Ventanielles".

"Yo llegué al colegio con la lectura ya muy prendida. Ahí fue clave una vecina que ya falleció hace años, que había sido un maestra nacional, Maruja. Daba en su casa clases apoyo. Empecé a leer con los cuentos tradicionales, luegocómics. Por supuesto, el capitán Trueno y las “Joyas literarias juveniles". Descubrí autores y autoras que luego las pasé a leer en libro. El descubrimiento de la poesía fue a partir de los 14 años. Ahí sí que fue un clave un profesor del colegio de los dominicos, el padre de José Antonio Solórzano, que tuvo la capacidad de ver lo que uno respiraba por dentro. No sólo en mí, también en otros alumnos. Fue él quien me dio a leer la poesía de Pedro Salinas".

"Ya en la carrera de Filología, donde también me influyó José Luis Roca, conocer a Daniel Moyano (escritor argentino fallecido en 1992) fue una bendición, un milagro. Todavía me emociono al hablar de él y han pasado casi 31 años de su fallecimiento. Llegó aquí a finales de los 80. Tuvieron que ver en eso personas como Álvaro Ruiz de la Peña o Miguel Munárriz. Primero dio un curso sobre literatura y luego los talleres, un concepto que sonaba a chino. Y eso que era algo ya con mucha tradición en Estados Unidos y Latinoamérica. Había un grupo en la facultad que nos apuntábamos a un bombardeo y, bueno, aquellos talleres nos cambiaron la vida a algunos.

"Con Daniel Moyano aprendí que la literatura no es un compartimento estanco al que acudes de vez en cuando y estás en él unas horas como el que tiene un oficio. La literatura es la vida. Es decir, es tu manera de entender la vida. Daniel era alguien muy especial, un narrador oral fantástico. Si hubiera vivido esta época de YouTube, de los podcast, sería imbatible. Pero la característica que tenía y que yo adoro por encima de muchas, es que te transmitía entusiasmo. Tú acababas una sesión con Daniel y te veías capaz de escribir todas las cosas del mundo".

"Doy un salto grande. En 1993, en un homenaje en el Campoamor a Daniel –hacía un año y pico que había fallecido– me propone Chelo Vega, la bibliotecaria entonces de Ventanielles, iniciar un taller de escritura. Había acabado recientemente en la carrera, no tenía nada que perder. Dije que sí. Mi único currículo entonces era que había publicado una plaquette de poemas, un poema en una revista y que había sido alumno de Daniel. Es decir, soy que soy, y no es nada retórico, gracias a Daniel.

"Los talleres empezaron y al primero fui casi con 39 de fiebre, un gripazo de aúpa, pero no podía suspenderlo. Unos meses más tarde, me propusieron también impartirlo en la biblioteca Ciudad Naranco, que estaba a cargo de Sofía Díaz. Pues la cosa empezó ahí. Y este otoño cumplí 30 años dando talleres de escritura, y luego de lectura, que se han ido multiplicando por muchos lugares"

"Aprendo mucho del los alumnos. Aunque no me gusta hablar de alumnos porque no me considero un maestro. Pero ellos me mantienen vivo, evitan que me cubra de unas capas de polvo. En estos años en los talleres he notado con varios ciclos y ahora mismo todavía me falta un poco una perspectiva para ver a qué nos estamos enfrentando. Yo no entiendo la escritura sin la lectura y ahora tengo la sensación de que la lectura sí está corriendo a cierto peligro. Se escribe mucho pero no se lee tanto. Y he notado que las redes sociales no han ayudado mucho. He visto personas, no muchas, que se han creado el espejismo de que realmente que escriben bien porque han recibido 17 me gustas. Entonces tienes que llegar tú y poner los pies en la tierra. Si no lo hicieras, estarías engañando a la gente que va al taller. A veces te toca hacer un poco de poli malo. Como dicen los alumnos, yo clavo es el cuchillo, pero lo clavo con una sonrisa. Claro, el respeto es fundamental".

"La escritura, la literatura, es una actividad lenta. Y es difícil de combinar con la urgencia general que llevamos hoy en día. Es lenta. No puede ser de otra manera. Incluso descubrir esa lentitud, más allá del placer o de la necesidad de escribir o leer, es buena para tu ámbito vital. Ejercer esa lentitud como una contracultura con respecto a lo que se impone hoy en día: este aparato que llevamos en el bolso, una especie de saco roto en el que estamos cayendo continuamente y es insaciable".

"Sí creo que Oviedo es una ciudad que tiene una relación específica con la literatura. Es excepcional que una ciudad de provincias haya sido escenario y personaje de un libro como ‘La Regenta’ de Clarín, el “Tigre Juan” de Pérez de Ayala, o “Jugadores de billar”, de José Avello. O “Nosotros, los Rivero”, de Dolores Medio. Sin olvidar a Daniel Moyano o la impronta de poetas como Ángel González o Gamoneda. Eso no es muy habitual. Y eso de alguna manera tiene que generar algún tipo de dinámica. Creo que por parte de la sociedad civil se ha trabajado para ello. Han sido muy importantes en estos años las bibliotecas públicas de la ciudad, y la Pérez de Ayala, que aunque es la Biblioteca de Asturias, está inscrita en el municipio. Y el trabajo de asociaciones como Tribuna Ciudadana, que promovió el premio Tigre Juan. Yo echo de menos a la Universidad, creo que sigue viviendo un poco de espaldas a la sociedad civil".

"Pese a lo dicho, tengo que decir que Oviedo tiene una deuda pendiente con Clarín y “La Regenta”. No hay una vivencia desde el punto de vista de la lectura. Hay cosas que llevan su nombre, hay estatuas. Pero la verdadera, la única manera de vivir a un escritor, es leyéndolo. Otro caso. Ahora no puedes comprar un ejemplar de “Nosotros, los Rivero”. Está en las bibliotecas pero no hay ediciones en las librería. Sería un proyecto muy bonito, y aquí hace falta dinero aparte de voluntad política, tener una colección de literatura y Oviedo. Acabo de citar esos libros, pero a Daniel Moyano también debería de incluirse. Y a Ángel González. También ampliándola a autores más contemporáneos".