Iñaki estuvo 25 minutos muerto, luego revivió y ahora es el corazón de Somao

"El día que me dio el infarto comí cachopo y, oye, ahora le cogí respeto"

ASTURIANOS EN PRAVIA: Ignacio Blanco

Julián Rus

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Iñaki Blanco, hostelero jubilado. Puso en marcha el bar-tienda y merendero El Indiano, un auténtico centro social para Somao y terraza de moda en el Bajo Nalón. Pero ahora está jubilado por enfermedad y es su mujer, Belén Noval, la que lleva el negocio. Iñaki Blanco sufrió en 2018 un brutal infarto: estuvo 25 minutos en parada y, por problemas circulatorios, tuvieron que amputarle una pierna por debajo de la rodilla. Revivió. Todo Somao se volcó con él y ahora, en broma, dice que es inmortal: lleva un desfibrilador bajo la piel. Si el corazón se para, chispazo y vuelta a empezar.

–O sea, que podría decirse que usted estuvo más de veinte minutos muerto.

–Pues sí. En el informe médico pone: veinticinco minutos de ‘no sé qué mortem’. Cuando me iban a jubilar, tuve que ir a pasar un tribunal médico. Llegué, la mujer que me recibió cogió el ordenador, leyó el informe, yo me senté en la camilla y pensé que me tenía que despelotar un poco para que me mirase. Justo cuando iba a quitar la camiseta me dijo: ‘No, espere, espere’. Siguió leyendo y dijo: ‘Ya está, ya está, con lo que tú tienes, ya estás jubilado’. No hizo falta hacer nada.

Habla Ignacio Blanco Martínez, Iñaki para todos. Tiene 40 años y, efectivamente, está jubilado por enfermedad: un brutal infarto que le mantuvo 25 minutos con el corazón parado. A consecuencia de los problemas circulatorios que sufrió, perdió la pierna izquierda por debajo de la rodilla. Lleva una prótesis. Ahora es su mujer, Belén Noval, la que regenta el bar-tienda y merendero que tienen en Somao, el «Pueblo ejemplar» de 2020, lleno de casas de indianos. El negocio se llama, como corresponde, El Indiano, y es uno de los locales de hostelería más concurridos de la zona, especialmente en verano. Hay prau, mojitos ricos, vistas, ye muy soleyero y los guajes pueden correr sin peligros. Iñaki anda siempre por allí. Así cuenta cómo volvió de la otra orilla:

"A ver, mira, un tío mío ya murió con cincuenta y pocos años de infarto. Mi abuela, por parte de mi madre, también murió de infarto. Y, además, mira, te cuento una cosa: mi tío y mi abuela murieron los dos de infarto un jueves, a mí me dio el infarto un jueves y a mi hermano, hará como un mes, un jueves también, le dio un infarto. Pero está bien, está bien. Así que, por parte de mi madre, todos fallamos del corazón".

"Yo estuve parado veintitantos minutos. En el HUCA me decían que tenían que estudiar el caso porque era único, la verdad. Tuve tres paradas seguidas. No me arrancaba el corazón. Mira, yo de aquel día, el 21 de junio de 2018, recuerdo que tuviera una comida con mi hermana, en una sidrería en Cudillero de mi tía. Y estábamos ahí comiendo y tal y pasándolo muy bien. Me acuerdo que comí un cachopo, que desde entonces no te lo vas a creer, pero al cachopo le cogí un respeto de la hostia y antes me encantaba. Desde entonces procuro pasar del cachopo. Bueno, nada, eso, que comí cachopo y vinimos para casa. Me tocaba ese día cerrar el bar, así que fui a dormir un poco la siesta para subir luego y que pudiera marchar mi mujer. Entonces me empecé a encontrar mal. Cada vez que me tumbaba en la cama me entraban ganas de vomitar y dolor en la espalda. Como no estaba a gusto en la cama decidí subir al bar. Cuando llegué, estaban los paisanos que echan siempre la partida y me dijeron: ‘¿Qué te pasa que estás muy pálido?’ ‘No sé, nada, tengo un dolor en la espalda y ganas de vomitar’. Y a mi mujer: ‘Debió sentame mal el puto cachopo, téngolo aquí y no hay cojones a sacalo’. Total que tomé una tónica a ver si eructaba. Y, bueno, estuve de marchar a vomitar a un baño que tenemos ahí a un lado de la finca. Cuando volví, que creo que volví, ahí ya no me acuerdo de nada. Me contaron que venía pálido, frío y sudando a todo sudar como si viniera de correr. Y lo siguiente que recuerdo fue en el hospital, cuando desperté, que me picaba la pierna y me pongo a rascar la pierna y encuentro el colchón. Ya no tenía pierna. Ahí fue el primer recuerdo que yo tengo".

"Lo que había pasado en el hospital fue que no había manera de mantenerme el corazón arrancado. Ellos lo intentaban, me ponían placas y me quemaron todo el pecho de las descargas, pero el corazón se volvía a parar. Entonces, para mantenerme con vida, me engancharon a una máquina extracorpórea de esas que suelen poner a los bebés cuando nacen prematuros. Entonces me enchufaron por la ingle izquierda y la máquina hacía de pulmón y de corazón. Me sacaban la sangre, pasaba por la máquina y me la volvían a meter para adentro. Estuve una semana. Más de eso no podría estar. Tuve un edema pulmonar y seis ictus. O sea, pasome de todo mientras que estuve enchufado la máquina (la amputación de la pierna por debajo de la rodilla fue una de las consecuencias indeseadas de ese tratamiento a vida o muerte). Le dijeron a mi familia que no podían tenerme ya más tiempo enchufado. Así que o aguantaba o me quedaba. Y entonces, bueno, me soltaron y hubo tan buena suerte, o algo pasó, que el corazón empezó a bombear".

"Yo había estado en un coma inducido y tenía sueños de cuando estaba allí drogado. Cuando desperté y vi que me faltaba la pierna, no decía nada. Estaba esperando a que alguien me dijera algo. Y, claro, los médicos estaban esperando a que yo preguntase. Porque yo no sabía qué me había pasado. Pero yo tenía un sueño. Hacía poco, cuatro meses antes, en febrero, hiciéramos un viaje la mujer y yo. Habíamos ido a Dubái, de crucero ahí por Emiratos, que ella tenía muchas ganas de verlo. Y yo, aprovechando ese crucero, dije: ‘Nada, pues llevo un anillo y me lanzo’. Le pedí matrimonio. Pues, mira, yo soñé que habíamos tenido un accidente de avión en Dubái. Y yo creía que estaba ingresado por culpa del accidente de avión y que perdiera la pierna por culpa del accidente. De hecho, cada vez que me venían ver a la UVI, donde solo podían estar media hora , yo les decía: ‘¿Pero cómo venís de tan lejos a verme?’ Creía que estaba en Dubái. Porque yo tengo el recuerdo de un accidente de avión. Y me acuerdo de despertar sudando, asustado, en el sueño de que caía con el avión".

"Estuve dos meses y pico hospitalizado, en la UVI un mes. Entonces, cuando se te va pasando el efecto de las drogas, ya vas viendo. Y hasta que te lo explican. Vinieron un día un médico y un psicólogo. Porque no me acordaba del infarto. Tuvieron que contármelo una pila veces porque no daba crédito. Bueno, con todo lo que había pasado, tenía como idas de olla. Me preguntaban cómo me llamaba y yo lo decía. Pero me preguntaban la edad y decía 24 años, cuando tenía 35. Ahora estoy bien, pero de aquella el brazo izquierdo no lo levantaba como el derecho. En fin".

"Yo tuve suerte por la familia, por los amigos, pero sobre todo por la pareja. Ella ye superpositiva y súper echada p’alante . Si te ve un poquito bajo, enseguida te saca p’arriba. Ye muy alegre. Lo que más me ayudó fue eso. Ella es de Soto del Barco, de La Corrada, como decimos nosotros ye ‘del río pallá’. Nos conocimos en el instituto, coincidimos un año en clase. Luego cada uno hizo su vida y, bueno, hasta unas fiestas de Las Bárzanas. Lo típico, tomando las sidrinas y bailando un poco de repente coincidimos. Hacía mucho que no nos veíamos, años. Entonces, bueno: tenemos que quedar un día para comer y contarnos cosas. Así que quedamos, comimos y hasta hoy, 17 años después aquí seguimos".

"Ahora llevo un desfibrilador aquí a la izquierda, debajo de la piel. Quedé con el 37 por ciento del corazón vivo, pero el resto murióme. Ahora, si se me para otra vez el corazón, el aparato me pega un chispazo y arranca. Así que a los chavalucos que están por aquí dígo-yos que soy inmortal, que si muero me pega un chispazo y revivo otra vez. Entre que me ven con la pierna como Robocop y enséño-yos el bulto con el desfibrilador quedan acojonaos".

"Todos los vecinos de Somao se volcaron conmigo. Hasta me emocioné, tío, que yo me emociono muy mal. Ahí ye cuando te das cuenta de que la gente te aprecia. Llamaban a mi familia y a la mujer pa preguntar por mí. En el hospital, de un principio, no quería que me viniera nadie a ver porque estaba muy bajo, como que me molestaba el ruido, pero luego ya cuando levanté la mano y dije que podían ir a visitarme, hostia, era una fiesta todos los días. Eso ye lo que diferencia a los pueblos de las ciudades. Eso se vive de otra manera, ye como si fuéramos la familia. Cuando ya estaba yo en Somao, hubo alguno que venía de fuera, un turista de Madrid, que preguntó que quien era yo, que venía todo el mundo a verme cuando me sacaban en silla de ruedas, antes de que volviera a caminar".

"Es verdad que los bares-tienda como el que tenemos nosotros son muy importantes para los pueblos, sobre todo para la gente mayor. Da mucha vida al pueblo. Ye un punto de encuentro. Por la mañana cuando vienen las paisanas y los paisanos a comprar y aprovechan a tomar el cafetín y aquí dan un poco la parpayuela y luego llevan el pan. Hay veces que algunos dejan el pan y van pa casa y mátalos la muyer y tienen que dar la vuelta. Y luego en verano funciona muy bien. Desde la pandemia cambió mucho la mente de la gente. Hay mucho de terraceo y de poder tomalo fuera. Y aquí hay prau pa ello. Vienen, sueltan a los guajes y no hay peligro".

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