Gijón, J. MORÁN

El 15 de junio de 1808 -ayer se cumplían doscientos años-, la causa del Principado de Asturias contra Napoleón entraba en el Parlamento británico. Era la constatación formal de que el Reino Unido establecía una alianza con los asturianos y con España, al reconocer como legítima la guerra que la Junta Suprema del Principado había declarado contra Francia el 25 de mayo de 1808, siendo así la primer provincia española en hacerlo.

Ese 25 de mayo, la Junta Suprema asturiana había decidido también enviar comisionados plenipotenciarios a Londres, y éstos, en efecto, habían llegado por mar a suelo británico el 6 de junio, con cartas y peticiones de armamento al rey de Inglaterra, George III, y con las proclamas de sublevación distribuidas en Asturias los días precedentes.

La delegación asturiana llegada a Inglaterra estaba formada por José María Queipo de Llano, vizconde de Matarrosa y después conde de Toreno; los profesores de la Universidad de Oviedo Andrés Ángel de la Vega y Fernando Álvarez de Miranda; el capitán de la Armada Toribio Cifuentes, y Silvestre de la Piniella, intérprete. El grupo, completado por varios asistentes, había partido en una embarcación del puerto de Gijón, para pasar después, a la altura de Cabo Peñas, al buque corsario «Stag». El capitán Fool aceptó llevar a los viajeros al puerto inglés de Falmouth a cambio de 500 guineas.

Una vez en suelo británico, los comisionados actuaron con rapidez y eficacia, de tal modo que en el plazo de nueve días, el Foreign Secretary -ministro de Asuntos Exteriores- del Reino Unido, George Canning (1770-1827), que los había atendido desde su llegada, lleva la cuestión a la Cámara de los Comunes.

El trámite parlamentario era indispensable, pues, aunque el rey George III ya había dado su aprobación a la alianza con Asturias, «era el Parlamento el que tenía que asignar los fondos correspondientes», explica Alicia Laspra Rodríguez, doctora en Filología Inglesa y profesora de esta materia en la Universidad de Oviedo. Laspra ha estudiado a fondo las relaciones astur-británicas durante el período y recoge los documentos de la época en su obra «Las relaciones entre la Junta General del Principado de Asturias y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda en la Guerra de la Independencia» (Junta General del Principado, 1999).

Canning dirá ante el Parlamento: «Declaro ante la Cámara y ante el país que los ministros de Su Majestad contemplan con un interés profundo y vivo la noble lucha que una parte de España está llevando a cabo para resistir la atrocidad inigualable de Francia y para preservar la independencia de su país».

El ministro del Foreign Office explicará también la razón de dicho apoyo: «Actuaremos partiendo del principio según el cual cualquier nación europea que se decida a oponerse a una potencia que, ya sea profesando una paz insidiosa o declarando guerra abierta, es el enemigo común de todas las naciones». Por tanto, ese país que se resista a Napoleón, «cualesquiera que sean las relaciones políticas de esa nación con Gran Bretaña, se convertirá al instante en nuestra principal aliada».

Ha de tenerse en cuenta que, desde el Tratado de San Ildefonso (1796), España y Francia se habían aliado, con ayuda militar mutua, frente a Inglaterra. Ese estado de guerra de España contra la Gran Bretaña duraría precisamente hasta estas fechas de 1808, con episodios como la batalla naval de San Vicente (1797), la «Guerra de las Naranjas» (1801), o el desastre de Trafalgar (1805).

Por tanto, España pasaba, de enemiga, a aliada de Inglaterra ese 15 de junio de 1808. Y ese día no fue sólo Canning el que intervino en el Parlamento a favor de Asturias y España, sino que hubo algo de debate, acompañado del fino humor inglés, al intervenir el diputado Sheridan.

Canning pertenecía al partido Tory, conservador, gobernante en aquel tiempo, y su gran amigo Richard Brinsley Sheridan (1751-1816), irlandés, dramaturgo y político, formaba parte de la oposición, el partido Whig, liberal.

Antes del ministro, Sheridan ya había intervenido en la Cámara afirmado: «No puedo ocultar que se ha producido una especie de negociación entre mi muy honorable amigo de la oposición (el señor Canning) y yo, durante la cual mi muy honorable amigo expresó su deseo de que pospusiese mi moción por esta noche porque las distinguidas personas que han llegado a Inglaterra recientemente para informar al gobierno británico de la situación y la disposición de su país de origen se encuentran en este momento compartiendo la hospitalidad de su mansión».

Es decir, Canning había pedido a Sheridan que no llevase ese día el asunto al Parlamento, pero éste suelta su sentido del humor y declara: «Señor, admito que ésta era una buena razón para que mi muy honorable amigo desease posponer este asunto; porque creo, con todo el espíritu público y entusiasmo de mi muy honorable amigo, que no tiene una inclinación muy acentuada a perderse una buena cena».

A continuación, Sheridan fija su posición: «Estoy lejos de desear a los ministros que se embarquen en una empresa apresurada y romántica a favor de España; pero, Señor, si el entusiasmo y el ánimo que ahora existen en una parte de España se extendiese por la totalidad de aquel país, estoy convencido de que desde el primer estallido de la Revolución Francesa, nunca existió una oportunidad tan feliz para Gran Bretaña de asestar un golpe audaz a favor de la salvación del mundo». Y agrega: «¿No se animará la opinión española al saber que su causa cuenta con la adhesión, no sólo de los ministros, sino del Parlamento y del pueblo de Inglaterra?».

Y dedica finalmente generosas palabras al Principado: «No existió jamás nada tan valeroso, tan generoso, tan noble, como la conducta de los asturianos. Han confesado con magnanimidad su hostilidad hacia Francia; han declarado la guerra a Bonaparte: para ellos no existe la retirada; están decididos a conquistar, o perecer en la tumba del honor y la independencia de su país. Es para que el Gobierno británico acuda en su ayuda con un paso más firme, y con una mente más audaz, por lo que he estado ansioso por proporcionar al Parlamento británico esta oportunidad de expresar los sentimientos que sus miembros albergan en esta ocasión».

Librado el trámite parlamentario, la primera ayuda británica llegará al puerto de Gijón el 2 de julio de 1808, a bordo de dos cargueros con la escolta de una fragata de Su Majestad. Son seiscientas toneladas de armamento y material de guerra, cuyo envío había encomendado Canning al ministro de la Guerra, Henry Robert Stewart Castlereagh, al día siguiente de la sesión parlamentaria, el 16 de junio.

La rapidez y pragmatismo de la burocracia británica eran excelentes, pero fundamental había sido el papel de George Canning, que la historia recordará como carismático estadista y brillante orador parlamentario.