Gijón, J. MORÁN

El socialista asturiano Ramón González Peña (1888-1952) fue minero «desengolador» y político pragmático. Lo primero significaba no «una especialidad técnica, sino psicológica», puesto que «cuando el pozo, convertido en una falsa tolva por la descarga repentina del carbón, se "engolaba", es decir, se cerraba en su boca sobre la galería más profunda, era menester que hubiera un hombre que lo desatrancara sin morir necesariamente, y que para ello reuniera tres condiciones íntegras: valor, serenidad, fortaleza».

Así describió Matilde de la Torre (1884-1946), escritora cántabra y diputada republicana por Asturias, la naturaleza de aquel militante socialista que fue alcalde de Mieres (1931), presidente de la Diputación Provincial de Asturias (1932), diputado por Huelva (1931, 1933 y 1936), «caudillo» de la Revolución de 1934, comisario político de las tropas republicanas del Norte y ministro de Justicia en el segundo Gobierno de Juan Negrín (1938).

La figura de Ramón González Peña acaba de ser rehabilitada en el reciente congreso del PSOE, partido del que fue expulsado en 1946, junto a otros 35 compañeros, encabezados por Negrín (1892-1956). En dicho grupo estaban también la citada De la Torre y el asturiano Amaro del Rosal (1904-1991), quien sostuvo económicamente a Peña, con fondos de los sindicatos franceses, en los difíciles años del exilio francés.

Curiosamente, la rehabilitación de Peña en el PSOE ya había tenido un precedente asturiano, en 1979, cuando la Agrupación Socialista de Ablaña homenajeó a su paisano, nacido en Los Llerones, cerca de Ablaña, aunque otras biografías le traen al mundo en el concejo de Las Regueras.

Los 36 expulsados en el congreso de Toulouse (mayo de 1946) fueron acusados de criptocomunistas, de caballos de Troya de Rusia, pero, en realidad, lo que se ventiló en aquella asamblea refundadora del PSOE fue un ajuste de cuentas entre facciones socialistas gravemente enfrentadas.

La evolución política de González Peña muestra las causas remotas y cercanas de aquella expulsión. «Peña está en la línea de Llaneza, fallecido en 1931, y del Sindicato Minero de Asturias (SMA): pragmatismo, es decir, lo que se persigue son las conquistas de la clase obrera, pero no interesan las discusiones ideológicas», explica el historiador asturiano Enrique Moradiellos, experto en el período, profesor de la Universidad de Extremadura y autor de la monografía «Negrín».

En virtud de dicho pragmatismo, «Peña incluso pacta con el régimen de Primo de Rivera, ¡qué más le da!», agrega Moradiellos. Instaurada la República, el PSOE mostrará tres tendencias, según explica el historiador, «la de Julián Besteiro (no mezclarse obreros con señoritos republicanos y abstenerse de participación política), la del asturiano Indalecio Prieto (socialdemocracia, según influencia del laborismo británico, y apoyo a los republicanos) y la de Francisco Largo Caballero (que también pactó con el primorriverismo, pero que evoluciona del pragmatismo sindical hacia la revolución y la colaboración con el Partido Comunista)».

Entre estas coordenadas, se produce un giro en el pragmatismo de los asturianos Peña, Amador Fernández y Belarmino Tomás, sucesores de Llaneza en el SMA. «En 1934, ante la posible entrada de la CEDA en el Gobierno, el socialismo asturiano se radicaliza y se encamina a la revolución. Es una contradicción que no tengo estudiada», señala Moradiellos, quien agrega que «Saborit llegará a decir: "Os pedimos a los asturianos una huelga general y nos disteis una revolución"».

En aquel tiempo, «el SMA es de tendencia prietista, y el prietismo apoyará a Largo en el 34, aunque, inicialmente, no con pretensiones insurreccionales». El caso es que «Prieto y su república de burgueses, y Largo, con su dictadura del proletariado, deciden que van a la revolución, aunque el primero la entiende social, y el segundo, violenta», explica el historiador. Ante dicha entente, los socialistas asturianos permanecen distantes de Largo. Incluso se reúnen con él en Madrid para preparar las acciones, y salen decepcionados. Peña ve indefinición en Largo, pero el temple de aquel «desengolador» ya había tomado la decisión de implicarse.

Llega el día 5 de octubre de 1934 y, a causa de la citada indefinición de Largo, Asturias casi se queda como única región insurrecta. En cambio, días antes del levantamiento, el mismo Prieto viene a la costa asturiana a descargar las armas del buque «Turquesa».

Peña será el «caudillo» de 1934 y es condenado a muerte por ello, aunque la pena le será conmutada con prisión en el penal de Burgos. «Prieto y Negrín dirán después, en el exilio, que el acuerdo revolucionario con Largo fue un error, e Indalecio afirmará, además, que contra el Estado no se puede emplear la fuerza, como ya habían mostrado los laboristas ingleses en 1926», precisa Moradiellos.

Lo que sucede después, entre 1934 y 1936, en el debate del socialismo, será «una lucha a muerte entre prietistas, que dominan en el PSOE, y largocaballeristas, que ganan en UGT». La lucha no sólo será de posiciones, sino que llegará a los tiros, como sucederá en el mitin socialista de la plaza de toros de Écija, en mayo de 1937: al intervenir González Peña, un asistente exhibe un revolver y, entre vítores a Largo Caballero y a Carrillo, se produce un tumulto del que salen heridos Prieto y Negrín.

En junio de ese mismo año, la renovación de cargos en la comisión ejecutiva del PSOE enfrenta a Peña y a Largo Caballero. El asturiano obtiene 12.088 votos, y Caballero, 10.624. Peña se hace con la presidencia. El político de Ablaña será también secretario de UGT cuando «Largo es expulsado del sindicato por no dar apoyo al Gobierno de Negrín, que en mayo 1937 sustituía a aquél como presidente del Gobierno», expone Moradiellos, quien encadena con que «en ese momento, los prietistas se han vuelto negrinistas: Vidarte Zugazagoitia, Lamoneda, González Peña...».

Pero las buenas relaciones del prietismo y el negrinismo se romperán cuando «en la crisis de Gobierno de abril de 1938, Negrín destituye a Prieto como ministro de Defensa Nacional, a causa de sus desplomes de moral». En esa circunstancia, «Peña está con Negrín». El pragmático asturiano «ve que las vías de Negrín eran único camino». El grancanario persigue una capitulación aceptable, que nunca llegará, por lo que el caballerismo y el prietismo le demandarán después cuentas.

Tras la guerra, los prietistas impugnarán la legitimidad del Gobierno de Negrín en el exilio. «Uno de los motivos será el de la utilización de fondos a nombre de UGT y PSOE. Prieto cuestiona a Negrín, y Largo se suma de inmediato, cuando, en 1945, acaba la Guerra Mundial y sale del campo de concentración». Al año siguiente, Negrín, Peña y 34 compañeros son expulsados.