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«Mi madre posó para su amigo Julio Romero de Torres en "La muerte de Santa Inés", y mis tías fueron ángeles»

«La segunda esposa de mi abuelo, para poder combatir el frío durante la Guerra Civil en Madrid, quemó toda la biblioteca de Mariano Marín Magallón»

«Mi madre posó para su amigo Julio Romero de Torres en "La muerte de Santa Inés", y mis tías fueron ángeles»

Miniaturista de corte.

«Puedo decir que tanto por parte de mi padre como por parte de mi madre mis antepasados han pertenecido al mundo del arte, o de la artesanía más vinculada al arte. Mi tatarabuelo, Florentino de Craene, de origen belga y afincado en Madrid, fue un miniaturista muy importante, de la corte de Isabel II. Dejó una serie la miniaturas que entonces tenían una importancia muy grande, porque eran un medio de comunicación, por ejemplo, para enviar la imagen de una novia que se iba a casar con un cubano. En aquel entonces, no existía la fotografía, salvo por un nuevo fenómeno técnico que estaba naciendo en Francia. El miniaturista realizaba retratos o también elaboraba los dibujos de los billetes. Como miniaturista de cámara, De Craene realizó numerosos trabajos y grabados de Isabel II y de su corte. Conservo fotos buenísimas de sus trabajos y hace un tiempo, cuando el Museo del Prado organizó una exposición sobre miniaturas, con trabajos de Florentino de Craene, me puse en comunicación con su director para decirle que nuestra familia conservaba dos dibujos y dos miniaturas muy buenas, y que, aunque ya no podrían incorporarse a la muestra, podía enviarle reproducciones fotográficas para el departamento de documentación con los datos de los que yo disponía. Las miniaturas se realizaban sobre esmalte o marfil, una plancha de marfil muy escogida y muy pulida y con unos colores también muy elaborados, con matiz vidrioso. Se realizaba un dibujo previo y se aplicaba una técnica como la de la pintura, pero con pinceles de uno o dos pelos. El resultado era de una calidad más rica que la de la cerámica en general, con más transparencia».

Conferencias sobre frenología.

«Florentino de Craene era el recordado en mi familia como el gran artista. Su hija, bisabuela mía, Florentina de Craene era una persona progresista e inteligente, y también se dedicó a la pintura. Además, era una mujer de aficiones e intereses variados que llegó a dar conferencias en el Ateneo de Madrid (fue de las pocas mujeres que lo hicieron) sobre frenología, algo que en aquella época estaba muy de moda y era muy popular y consistía en determinar el carácter de las personas según la forma del cráneo o de las facciones».

Novedades en el teatro María Guerrero.

«De los descendientes de esta familia disfruté yo en Madrid, porque de niño me enviaban con frecuencia a la capital, no sé si porque mi madre padecía asma y tenía mala salud o porque querían que yo aprendiese las primeras letras en Madrid. El caso es que viví con una familia muy peculiar, en la que mi abuela era viuda y tenía ocho hijos, lo que significaba que en aquella casa había poco dinero, pero, sin embargo, la vida era muy rica en las conversaciones. Tengo el recuerdo (y no creo que lo haya adornado con el tiempo) de que allí se hablaba de la cultura del momento, de las exposiciones, de los actos sociales o, por ejemplo, de la última obra de teatro estrenada en el María Guerrero. En esto influía que mi familia tenía mucha relación con los directores del teatro, que eran Huberto Pérez de la Ossa o Luis Escobar, también autor teatral y actor de cine. Ambos eran muy amigos de casa y nosotros (a mí me tocó siendo ya un joven) íbamos siempre a cualquier obra con invitaciones que nos mandaban no para el estreno, pero sí para el día siguiente o en las fechas inmediatas».

Objetivo: Casa de la Moneda.

«Ya digo que mi abuela era viuda, y de un abogado que se dedicó a su profesión y que debió de ser uno de los primeros que en España creó una agencia para el registro de patentes y marcas. Pese a ser hija de Florentina de Craene, no se dedicó al arte de la pintura, pero todos los hijos hicieron su carrera más o menos importante, y a mi madre le correspondió (además de que ella tendría afición) estudiar Bellas Artes. Y fue durante esos estudios cuando conoció a mi padre, Mariano Marín de la Viña, ya que los arquitectos entonces se preparaban en parte en la Escuela de Bellas Artes. Es más, la Escuela de Arquitectura había sido antiguamente una rama de Bellas Artes. Mi madre no pintaba muy bien, pero sí era una dibujante excelente y realizó estudios de grabado. Para una joven soltera había una posible salida profesional con mucho trabajo que era la Casa de la Moneda, donde se elaboraban los billetes, los sellos, las orlas de los títulos de cualquier carrera o los billetes de lotería. Eso significaba un trabajo permanente, y fue el objetivo que se puso mi madre, porque tuvo un número de cualificación muy alto en sus estudios. Pero no llegó a entrar porque se casó con mi padre, en 1924».

Una figura yacente.

«Mi madre tuvo otra peculiaridad artística en su vida, y es que estudió con el artista que "pintó a la mujer morena", el cordobés Julio Romero de Torres, que también entró en relación con mi familia. Hay un cuadro suyo que está en el Museo de Córdoba de cierta escala e importancia, "La muerte de Santa Inés", y para el que mi madre posó como la propia Santa Inés. Además, Romero de Torres le pidió que la acompañaran dos de sus hermanas para que hicieran de ángeles. Y en el lienzo figuran las tres: mi madre en horizontal, yacente, y sobre ella dos mujeres, paisanas de donde viviera la santa, es decir, pintadas con rasgos realistas más que simbólicos. El cuadro lo vi expuesto en Madrid hace dos o tres años, en una muestra sobre Romero de Torres, y como había un libro de esos que en ocasiones se colocan para que los visitantes escriban sus impresiones u opiniones, deje consignado que Santa Inés era mi madre, Antonia Rodríguez-Rivas».

Consultas grafológicas.

«Uno de los siete hermanos de mi madre era el periodista Mariano Rodríguez de Rivas, que fue cronista de Madrid y con el que pasé muchas temporadas durante mi etapa de estudios de Arquitectura. Luego hablaré más detenidamente de él. En cuanto al resto de la familia de mi madre, eran personas que no dejaron una huella relevante y que hicieron una vida más o menos dentro de lo que era la burguesía madrileña de la época, imitando a la burguesía francesa, pero siempre dentro de un límite económico, lo cual no evitaba que participasen de la vida cultural. Eso sí, la hermana más pequeña, mi tía Florentina, se hizo un poco relevante porque se especializó en grafología a base de estudiar, y publicaba en algunas revistas. Eran consultas sobre esa materia, y ella participaba más en las reuniones artísticas y en las exposiciones. En cuanto a mi madre, tengo el recuerdo de que yo la acompañé siempre a todas las exposiciones habidas y por haber».

Dos monografías sobre Magallón.

«En cuanto a la familia de mi padre, a mi abuelo, Mariano Marín Magallón, no llegué a conocerlo, y todo lo que sé de él es lo que le escuché contar a mi padre. También hay publicadas dos monografías sobre él: una de Noelia González Fernández, "El arquitecto Mariano Marín Magallón y la Exposición Regional de 1899", y otra de Héctor Blanco, "Gijón 1900: la arquitectura de Mariano Marín Magallón". Les estoy muy agradecido por esos trabajos».

Escenógrafos en Madrid.

«Lo que sé de mi abuelo es que procedía del entorno de la escultura y de la escenografía. Su padre, mi bisabuelo Rudesindo Marín, y un hermano gemelo de mi abuelo, Manuel, se dedicaron al oficio de la escenografía teatral y operística. De ellos conservo precisamente dos bocetos para representaciones en el teatro Real, la típica escenografía que en un caso es un paraje natural con sus dos entradas laterales más otra por el proscenio. Ambos cuadros eran las propuestas que ellos presentaban y después realizaban en el escenario. Mi padre me contaba que ellos vinieron en algunas ocasiones a Gijón, durante los veranos, y en el chalé que tenía mi abuelo en la calle Dindurra esquina con Cabrales tenían una especie de escenario en el que realizaban pruebas colocando decorados, colgando lienzos con las imágenes de la escena y estudiando el efecto que producían. Mi padre de chaval iba a aquel taller a verlos trabajar. Rudesindo Marín comenzó con su oficio en Zaragoza y luego trabajó en Madrid, y debieron de hacer también algo para Barcelona. En una ocasión alguien me comentó que fueron los autores del telón principal del teatro Real, es decir, el diseño y la ejecución de la embocadura del escenario».

Plaza en Artes y Oficios.

«Y pasamos a mi abuelo (1868-1924), que debía de tener unas facultades de dibujo excepcionales, porque cuando yo fui a estudiar la Escuela de Arquitectura de Madrid se acordaban de mi abuelo, que fue también profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, cuando dejó Gijón, en 1912, y muchos estudiantes se prepararon con él. Además, una de las razones para establecerse en Gijón en 1893 fue para hacerse cargo de una plaza en la escuela de Artes y Oficios de la ciudad. Antes había estudiado en la Escuela Central de Artes y Oficios de Madrid durante trece cursos, desde los once años. Después ingresa en la Escuela de Arquitectura».

Pallarés y Argenta.

«Creo que en su venida a Madrid influyó Fernando Pallarés, profesor de la escuela gijonesa y suegro de Ataúlfo Argenta, el famoso director de orquesta, que estaba casado con una hija suya. Pallarés era pintor, y fue mi padrino, ya que mi familia tenía mucha relación con él y mis abuelos eran íntimos suyos. Es más, Ataúlfo Argenta, cuando pasaba por Gijón, comía siempre en nuestra casa. Mi abuelo se casó en Gijón en 1895 con Amelia de la Viña, de una familia en la que todas las mujeres han sido guapísimas y siguen siéndolo. Ejerció la profesión de arquitecto en Gijón con gran éxito, pero su vocación (lo deduzco por estos estudios que he citado) era la enseñanza en las escuelas de Gijón y Madrid. No obstante, las artes y los oficios tenían antes gran relación con la arquitectura y en ese punto hay que ver cómo ha evolucionado ésta y la carrera misma».

Forja y molduras.

«Las tecnologías son hoy lo que antes eran los oficios. Hoy en día, por ejemplo, la tecnología de un edificio sanitario te habla de conducciones, de presión, de equipamientos determinados, y lo mismo sucede con cualquier edificio, en el que han desaparecido los oficios, sustituidos por tecnologías muy depuradas: esas ventanas que están espléndidamente hechas, con unos cristales de una trasparencia o de una tonalidad muy lograda. Pero en tiempos de mi abuelo en la construcción de un edifico intervenía, por ejemplo, el herrero, con todos los trabajos de forja. Precisamente el otro día estuve hablando con alguien de la familia de Mercurio Martínez, que abrió hace muchos años en Gijón un negocio de electricidad e iluminación que hoy está en la calle Uría y que precisamente se llama Mercurio. Pues el abuelo de esta persona tenía un taller de escayola con el que mi padre trabajaba, ya que allí elaboraban los adornos y molduras para los interiores. Era un oficio de ornamentación realizado por una persona que valía mucho. Pero hoy para un techo especial te suministran una nueva tecnología que te mandan desde Madrid con una fibra de vidrio especial elaborada por máquinas».

Sujetar la cinta métrica.

«Pero los oficios todavía le tocaron a mi padre, y aún más a mi abuelo, al que tengo entendido que le encantaba la forja y fue profesor de esta materia, entre otras muchas, en la Escuela de Artes y Oficios. Y la forja era algo que había existido a lo largo de la humanidad, desde Vulcano mismo. Han desaparecido los oficios y ha cambiado totalmente el carácter de la arquitectura, o habrá sido al revés: la arquitectura ha prescindido de los oficios a cambio de unas tecnologías que se han desarrollado y que tienen más capacidad para resolver los problemas de habitación de la humanidad. En este crecimiento masivo es más apropiada la tecnología que el oficio. Pero todavía conservo joyas de delineación de las que se hacían entonces, trazados por delineantes que dibujaban maravillosamente. Hoy en día lo que se necesita es alguien que conozca el ordenador y los programas propios de la arquitectura. Y esto me recuerda precisamente cuando yo era niño y mi padre me llevaba a ver todas esas cosas y a todas sus obras, porque mi padre, como cualquier arquitecto, necesitaba quien le sujetara la punta extrema de la cinta métrica, o sea, alguien de quien se fiara totalmente. Y también de niño fui muchas veces al taller de aquel escayolista».

Dibujar con las dos manos.

«Ya dije que Marín Magallón era también muy buen dibujante, y que siendo yo alumno de Arquitectura los que habían sido discípulos suyos me decían que parecía mentira que yo fuera tan mal dibujante. Hasta se enfadaban conmigo, y yo les decía que no lo podía evitar. Si encima les hubiera dicho que descendía también de De Craene me echaban por la ventana. Me costó siempre dibujar, concretamente con línea, pero sí sé dibujar, y dibujo y pinto, con masa, con mancha. No puedo dibujar, y además mi letra es mala. No sé qué me pasa en las manos, y eso siempre me ha traído a la memoria a mi abuelo, que era un fenómeno, capaz de dibujar con las dos manos. Eso mismo se lo vi hacer a un catedrático que tuve en la Escuela de Arquitectura y cuyo nombre no recuerdo ahora. Dibujaba en el encerado con las dos manos, por ejemplo, la sección de una catedral y daba pena borrar aquello. Cuando él se marchaba, no lo borraba, tal vez porque era consciente de que lo que había dejado allí debería conservarse. Asimilo eso con mi abuelo; con él podría haber pasado lo mismo».

La senda modernista de Víctor Horta.

«Marín Magallón es el arquitecto del Gijón que pasa del XIX al XX, un arquitecto de estilo modernista que es una influencia de la cultura de la época. Él visita París en algunas ocasiones y aprovecha sus viajes para ir a conocer la obra de Víctor Horta, que era como el Le Corbusier de aquella época. Horta era lo más moderno de entonces, y creo que mi abuelo va a conocer su obra con la misma voluntad con la que yo fui a Marsella para conocer "La Maison" y aquellos sistemas de los dúplex y el modulor, y sus teorías. Horta era un avanzado, y eso le interesó a mi abuelo, que lo aplicó, por poner un caso, en su edificio de la calle Cabrales, frente a la confitería Balbona, una obra que se conserva y está muy bien restaurada. En la calle Corrida hay algunos edificio suyos, y también es su proyecto el denominado después «martillo de Capua», al igual que el teatro Dindurra (hoy teatro Jovellanos), que sufrió transformaciones importantes y durante la guerra se incendió, creo recordar que a causa de un bombardeo».

Contrario a la frivolidad.

«Considero que mi abuelo, a la vista de su obra, fue un hombre muy riguroso en su trabajo, con una ornamentación muy meditada, es decir, que no era nada frívolo. Era todo lo contrario de la frivolidad, un hombre que se exigía mucho rigor a sí mismo y que no desplazaba una ventana así como así por necesidades funcionales. Se lo pensaba mucho y le preocupaba el efecto del edifico como entidad. Un profesional de gran rigor arquitectónico, en suma; además de culto y cultivador de los oficios a los que me he referido ya. En Gijón fue también arquitecto responsable de la Exposición Regional de 1899, cuya organización dependió de la Escula de Artes y Oficios».

Afición al cine.

«Pero en 1912 deja Gijón y regresa a Madrid, y allí es curioso que abandonara la profesión de la arquitectura y se consagrara a la docencia. ¿Por qué dejó Gijón? Contaba mi madre que lo hizo porque su segundo hijo, Manuel, quería abandonar la carrera de Arquitectura y él trató de impedirlo estando cerca de él. Pero, de hecho, su hijo se marchó a París y abandonó los estudios. Yo sólo vi en una ocasión a este tío mío, Manuel, y lo que sabíamos de él es que vivía como podía porque era muy aficionado al cine. Es curioso que por parte de mi familia de los Viña hubo también una vinculación con el cine, porque fueron de los primeros que anduvieron por ahí con máquinas de proyección cinematográfica, en diferentes lugares, "dando cine", que se decía. Pero este tío Manuel tomó muy en serio lo del cine y se marchó a París a hacerse su vida en el mundo del celuloide. No sé adónde llegó, pero sí sé que era conocido y que las amistades que iban París y le visitaban decían que se defendía y que sabía mucho de cine. Yo no oí que triunfara, pero lo que sí es cierto es que no tenía una perra, y mi madre, que tenía la conciencia de que debía hacerlo, le ayudaba enviándole trajes o abrigos que habían sido de mi padre. Yo creo que andaba con dificultades más por abandono personal, pero nunca pidió dinero a la familia, a su hermano, que se lo hubiera dado, como era lógico. El caso es que mi madre decidió enviarle ropa y él nunca dio las gracias, o sea, no contestaba, aunque también es cierto que él no había pedido nada».

Caserón en San Bernardo.

«Mi abuelo enviudó de su primera esposa y se casó en segundas nupcias con doña Juana Gutiérrez, una señora que a mí me trató como nieto, aunque nunca dormí en su casa. Quiero decir que había un respeto. Era una señora elegante, pero es curioso que durante la Guerra Civil se calentó quemando todos los libros de mi abuelo. Ahí desapareció todo, porque yo no tengo de mi abuelo absolutamente nada. Supimos que se quemó cuando la guerra en Madrid durante el invierno, para combatir el frío. Vivía en una casa muy grande, de las típicas de Madrid, con pavimento de azulejo cerámico y habitaciones enormes. Era una casa típica del Madrid manchego, en la calle San Bernardo. Mi madre decía que entre las pertenecías de mi abuelo había también una colección de grabados de Durero, impresionantes, que valían mucho. Pero todo ello también se quemó o se perdió. Mi abuelo había fallecido en 1924, año en el que se casaron mis padres, y por ello mi madre contrajo matrimonio vestida de luto».

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