Entrevista | Naim Shoshandy Sacerdote iraquí, de visita en Asturias

"Para ser cristiano en Irak tienes que estar preparado para convertirte en mártir"

"Con Sadam Hussein no estábamos tan perseguidos, éramos pobres pero con los musulmanes trabajábamos juntos"

Naim Shoshandy, en la sede de la diócesis de Oviedo. | J. S. L.

Naim Shoshandy, en la sede de la diócesis de Oviedo. | J. S. L. / Javier Sámano Lucas

Javier Sámano Lucas

El sacerdote Naim Shoshandy (39 años, Qaraqosh, Irak) recibe a LA NUEVA ESPAÑA en el Arzobispado de Oviedo con el pecho henchido de orgullo: ha oficiado una misa en Covadonga. "Ha sido impresionante, un regalo para mí", asegura, incapaz aún de sacudirse la emoción. Afincado en Albacete desde hace años, lleva desde el martes en Asturias. Su dramática historia personal no le ha arrebatado el entusiasmo ni mucho menos la devoción.

–¿Qué tal le trata Asturias?

–Doy gracias a Dios por estar en esta tierra. Me siento como en casa.

–¿Cuánto tiempo lleva en España?

–Siete años. Vine por la persecución que sufrimos los cristianos en Irak: asesinaron a mi hermano por nuestra fe. Hace nueve años, todo se complicó mucho para la comunidad cristiana en mi país. Nunca olvidaré el 6 de agosto de 2014. Fue un día negro. Ese día, DAESH, lo que en España se conoce como Estado Islámico, entró en mi ciudad (Qaraqosh, a 33 kilómetros de Mosul) y a los que no éramos musulmanes nos dieron tres opciones: convertirnos al islam, pagar el impuesto islámico o abandonar la ciudad inmediatamente. Como cristianos, tenemos una fe muy fuerte y decidimos dejar toda nuestra vida atrás por Jesús.

–¿Cómo se vive la fe en un lugar en el que está perseguida?

–Es muy difícil. No teníamos derecho a la libertad religiosa ni a la vida. Como cristiano, viviendo en un país como Irak tienes que estar preparado para convertirte en mártir; no sabes si vas a estar celebrando la misa y van a entrar a matarte. Por eso hay que ser fuerte y seguir predicando la palabra de Jesús, como me inculcaron en mi familia.

–¿Cuántos cristianos quedan en Irak?

–Antes de la invasión estadounidense en 2003 éramos casi dos millones de cristiano sobre una población de unos 27 millones. Con Sadam Hussein no estábamos tan perseguidos. Éramos pobres, pero estábamos todos juntos. Nosotros no teníamos problemas con los musulmanes, trabajábamos juntos. Pero después de la guerra, la gente empezó a distinguir en función de la religión.

–¿Sigue allí su familia?

–Mi madre y mis hermanas están Kurdistán, donde estuve casi dos años trabajando en el campo de refugiados en el que vivíamos. Ellas continúan viviendo en Kurdistán, pero no en esas condiciones. Tienen libertad.

–¿Cómo fue su experiencia en el campo de refugiados?

–Ejercía de sacerdote y acompañaba a mi comunidad. Hacía catequesis, visitaba a los enfermos, los animaba… Cada sacerdote tenía asignado un campo, había 12.000 familias en total, cada una con cuatro o cinco hijos como mínimo. En mi campo, éramos 2.000 familias. Me sentía muy necesario. Lo más importante es que estuvimos unidos. Recuerdo darle esperanzas a la gente. Les decía: un día volveremos a nuestras vidas, a nuestras casa.

–Y luego emigró a España.

–Fue el Espíritu Santo (se ríe). Fue gracias a un amigo cura de la diócesis de Albacete, que tenía contactos con la diócesis iraquí y pertenecía al programa Ayuda a la Iglesia Necesitada, con el que la Iglesia defiende a la gente silenciada en aquellos lugares donde hay guerra, hambre y problemas.

–¿Le costó adaptarse a nuestro país?

–No. Venía de un campo de refugiados, de la guerra. Tenía 34 años, y llevaba toda la vida con la guerra a cuestas, y de repente aquí encontré la paz: ponía las noticias y no salían todo el rato bombas, muertos… se me hacía hasta raro.

–En la actualidad, mucha gente muere en el Mediterráneo huyendo de la guerra.

–Me da mucha pena. Hace años, tres o cuatro familias de mi ciudad murieron así. El otro día, cuando vi que había muerto tanta gente en una embarcación, me recordó a ellos.

–¿Nos falta empatía para con estas personas?

–Sí. Se están jugando la vida. La gente está cansada de tanta guerra y tanta dificultad y quiere buscar un futuro, aunque sea jugándose la vida.

–¿Confía en que mejore la situación en su país?

–Sí. Yo confío siempre en Dios. Habrá paz y tranquilidad, pero se necesita tiempo. cuando estamos unidos en la oración, lo que nos une es la paz, el deseo de mejorar el mundo.

–¿Le gustaría quedarse para siempre en España?

–Estaré donde me diga la diócesis. En febrero visité Irak. La situación está un poco más tranquila, pero no hay trabajo y no hay tanta gente como antes, porque muchos se han ido. Todo el mundo tiene derecho a buscar un futuro mejor.

–¿Qué diferencias observa en su forma de vivir la fe con respecto a la de un sacerdote español?

–No mucha. La fe en el Señor es la misma, solo que yo en Irak, por el idioma y porque pertenecía a una iglesia oriental, hacía una liturgia distinta a la que se hace aquí.

–Ahora imparte misa en español?

–Sí.

–¿Recuerda la primera vez que lo hizo?

–Lo recuerdo perfectamente. Fue en Albacete. Venían todos los chavales jóvenes de la parroquia, ellos me ayudaban con el español. Solo tardé tres meses en aprender el idioma. Tenían mucho interés en saber cosas de mí y en conocerme, eso me ayudó mucho.

–¿Qué es Dios para usted?

–Amor.

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