Lecciones aprendidas en el gran incendio del Occidente: lo que quedó tras el mayor desastre forestal de Asturias

Un año después del fuego de Foyedo, que arrasó 10.000 hectáreas entre Valdés y Tineo, el mayor desde que se tienen registros, se hace patente, entre otros aspectos, la peligrosidad de un modelo de paisaje basado en la explotación intensiva de plantaciones forestales de una sola especie y la función mitigadora que tienen las masas forestales de frondosas autóctonas

Un bosque en llamas  durante el incendio que asoló el Occidente hace un año.

Un bosque en llamas durante el incendio que asoló el Occidente hace un año. / JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ

Susana Suárez Seoane

Susana Suárez Seoane

En estos días se cumple un año de la extinción definitiva del incendio forestal de Foyedo, el más grande ocurrido en el Principado de Asturias en las últimas décadas, desde que tenemos registros. El incendio afectó a más de 10.000 hectáreas repartidas entre los concejos de Tineo (15%) y Valdés (85%), lo que triplica el tamaño del mayor siniestro acontecido con anterioridad en nuestra región (3.380 hectáreas, Seroiro, concejo de Ibias, año 2017). De manera reseñable, el incendio de Foyedo se solapó con el sucedido en Busindre en el año 2006, donde se quemaron 1.600 hectáreas.

Bajo unas condiciones de temperatura y sequedad extremas para la época del año, el fuerte viento favoreció la formación de múltiples focos secundarios y la rapidísima propagación del fuego, especialmente a través de las copas de los árboles. Los focos secundarios se iban originando por la llegada de pavesas (fragmentos de ramas, hojas o piñas incandescentes o en combustión) de largo alcance (hasta de 1,2 km), arrastradas por las corrientes de aire y propulsadas desde el frente principal del incendio a zonas aun no quemadas. Como consecuencia de estos "saltos de fuego", varias localidades se vieron afectadas al mismo tiempo, propiciando una situación de simultaneidad a largo del eje de propagación principal del incendio.

De esta forma se generó un incendio con unas características sin precedentes en el contexto regional y que van más allá de su propia extensión. Por una parte, el fuego afectó a un gran número de núcleos habitados, que tuvieron que ser evacuados o confinados por motivos de seguridad, algo que no habíamos visto antes en nuestro entorno. Por otra parte, el 80% de la superficie que se quemó estaba cubierta por masas forestales arboladas de plantación destinadas a la producción de madera (pinares y eucaliptales) y por bosques de frondosas autóctonas dominados por robles, castaños y abedules. Este es un hecho poco frecuente en Asturias, ya que los incendios afectan mayoritariamente a áreas de matorral. En efecto, solo el 16% de la superficie quemada entre los años 2000 y 2022 estaba ocupada por vegetación arbolada. Finalmente, aunque el impacto que produjo el fuego en el suelo fue bajo, el daño en la vegetación llegó a ser moderado en pinares e incluso moderado-alto en eucaliptales, lo que tampoco es habitual en los incendios que sufrimos a finales de invierno-principios de primavera.

Para completar la puesta en contexto, recordemos que este siniestro no fue una catástrofe aislada, sino que se enmarcó en una temporada de incendios particularmente devastadora en Asturias, la de 2023, en la que se quemó la mayor proporción de territorio de las últimas décadas. Entre el 1 de enero y el 10 de abril de 2023 se produjeron 524 incendios forestales, de los cuales 12 se clasificaron como grandes incendios (siniestros con una superficie mayor de 500 hectáreas). En este periodo, se quemaron 38.554 hectáreas, de las que 28.811 corresponden a la oleada comprendida entre el 28 de marzo y el 8 de abril. En solo 12 días, se superaron las peores cifras de superficie quemada que se habían observado en el anterior máximo histórico correspondiente al año 2017.

La amenaza de los incendios forestales está cambiando

Los incendios forestales constituyen un problema socioambiental de primera magnitud que se relaciona de manera inequívoca, ya sea directa o indirectamente, con las actividades humanas. En Asturias, menos del 1% de las igniciones ocurridas entre 2009 y 2018 se asociaron con causas naturales (rayos), de forma que el 61% fueron intencionadas y el 22% estuvieron causadas por accidentes o negligencias. Además, los cambios en los usos del suelo y el cambio climático, ambos igualmente ligados a las actividades humanas, están favoreciendo que estas igniciones deriven en incendios cada vez más grandes e intensos, lo que les hace, en muchos casos, inabordables desde el punto de vista de la extinción.

Por una parte, los paisajes se están homogeneizando debido a la conversión de grandes extensiones de terreno en plantaciones forestales monoespecíficas con especies altamente inflamables, como pinos o eucaliptos. Por otro lado, la crisis demográfica que experimenta el medio rural está propiciando el abandono de las prácticas agrosilvopastoriles tradicionales, lo que conduce a un incremento de la carga de combustible. Simultáneamente, el cambio climático induce un aumento de la temperatura y largos periodos de sequía que conllevan un descenso en la humedad de la vegetación. En definitiva, la continuidad de las masas de plantación de eucalipto y pino, el abandono y el clima conforman el "cóctel perfecto" que favorece la rápida propagación del fuego y los incendios de comportamiento extremo.

Estos incendios extremos producen un enorme impacto sobre la naturaleza, la economía y la vida y salud humanas. El riesgo asociado es especialmente relevante en áreas de alta vulnerabilidad, como es el entorno de las poblaciones (lo que denominamos interfaz urbano-agrario-forestal), donde los terrenos forestal y agrario entran en contacto con las edificaciones y, por tanto, la pérdida potencial de vidas humanas y de bienes materiales se incrementa significativamente.

La necesidad de invertir en prevención, formación y vigilancia

Teniendo en cuenta que la amenaza de grandes incendios forestales incontrolables crece en todo el planeta (hasta un 31-57% hasta finales de siglo), tal y como se reconoce en el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), resulta urgente definir estrategias de prevención y mitigación que sean realistas y eficaces en función de los rasgos del paisaje, el clima y las actividades humanas de cada territorio. Si no podemos impedir que las catástrofes ocurran, ni controlarlas una vez ocurridas, al menos podemos prepararnos para que sus efectos adversos se minimicen.

De hecho, en el PNUMA, se pide a los gobiernos que replanteen el gasto en incendios forestales, recomendando que destinen el 45% de su presupuesto a prevención y preparación, el 34% a la lucha directa contra los incendios y el 20% a la recuperación de las áreas afectadas.

En este sentido, es prioritario desarrollar planes integrales de ordenación territorial que estén al servicio de políticas exitosas de mitigación, adaptación o incluso de "evitación" de este tipo de catástrofes. Asimismo, aprovechando las ventajas de las nuevas tecnologías y del conocimiento científico existente, hemos de identificar zonas de alto riesgo de incendio y establecer planes asociados de vigilancia. Debemos desarrollar planes de prevención contra incendios a escala municipal, protocolos de alerta temprana y formar a los técnicos y al personal de emergencias en valoración y prevención de daños. Finalmente, es fundamental que la población sepa cómo actuar en caso de que ocurra un incendio en su entorno, probabilidad que cada vez es más alta.

Oportunidades de aprendizaje en catástrofes ocurridas

Una herramienta clave para el planteamiento de estas actuaciones de prevención y mitigación es aprovechar las "oportunidades de aprendizaje" que nos brindan las catástrofes ocurridas. Cuando sucede un gran incendio, debería ser habitual la evaluación de los mecanismos de propagación del fuego en el paisaje, de los impactos ambientales y socio-económicos generados y de la susceptibilidad y vulnerabilidad del territorio frente al fuego, especialmente en las áreas de interfaz urbano-agrario-forestal. Este conocimiento basado en la experiencia nos ayudaría a entender mejor el problema y a enfrentarlo con criterios más sólidos.

Como ya se reconoce en la Estrategia Integral de Incendios Forestales del Principado de Asturias (EPLIFA), este aprendizaje al servicio de la gestión debería recoger la visión de todos los implicados: población local, personal de emergencias, gestores y técnicos forestales de administraciones públicas y comunidad científica. Solo con la implicación formal y colaborativa de todos ellos, podremos abordar con seriedad y realismo un problema que no es exclusivo de la población rural, sino que es de todos.

Lo que se aprendió

En este contexto, un equipo de investigadores del Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (IMIB; CSIC-Universidad de Oviedo-Principado de Asturias), el Instituto de Recursos Naturales y Ordenación del Territorio (INDUROT) y la Cátedra de Cambio Climático de la Universidad de Oviedo (CuCC), en colaboración con colegas de otras instituciones científicas y académicas nacionales e internacionales (Universidad de León, Universidade de Trás-Os-Montes e Alto Douro de Portugal e Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC) realizamos un estudio de caracterización básica de los impactos producidos por el incendio de Foyedo, a petición del Gobierno del Principado de Asturias (Consejería de Medio Rural y Cohesión Territorial).

En el análisis se obtuvieron algunas "lecciones aprendidas" que pueden resultar útiles como apoyo a la toma de decisiones relacionadas con la prevención de incendios y que deberían ser exploradas con profundidad en nuestra región, tanto a corto como a medio plazo.

Se pone de manifiesto la peligrosidad de un modelo de paisaje basado en la explotación intensiva de plantaciones forestales monoespecíficas, con alta continuidad de combustible inflamable y, en muchas ocasiones, con ausencia de gestión. En este sentido, se resalta la necesidad de diversificar el paisaje, incluyendo discontinuidades en la planificación y ordenación de unas plantaciones que han de estar gestionadas adecuadamente. Esto se puede lograr poniendo freno a nuevas plantaciones de pino y eucalipto en áreas estratégicas desde el punto de vista social y biológico y delimitando franjas o áreas para la repoblación con frondosas autóctonas y la regeneración natural del bosque.

Queda patente la función mitigadora y protectora de las masas forestales de frondosas autóctonas frente a grandes incendios. En el incendio de Foyedo se vio claramente que estos bosques favorecieron un menor impacto y propagación del fuego, frente a lo ocurrido en plantaciones monoespecíficas de coníferas o de eucaliptos. Entonces, la preservación y promoción de los bosques autóctonos en áreas prioritarias del paisaje puede ser clave para el establecimiento de puntos estratégicos de gestión (áreas del territorio donde pivotar acciones de extinción y defensa eficaces y seguras). No olvidemos que las estrategias de prevención de incendios forestales deberían ser compatibles con los planes de conservación de la biodiversidad y los bienes y servicios que ésta suministra a la sociedad, en línea con los objetivos marcados por la Unión Europea.

Se destaca la necesidad de considerar diferentes modelos de gestión forestal, diferenciando entre bosques, como ecosistemas donde el modelo sería la no intervención o la intervención mínima, debido a su función prioritaria de regulación (por ejemplo, mitigación del fuego o regulación del clima) y soporte (por ejemplo, formación de suelo), y masas arboladas destinadas a producción o superficies dedicadas a pastizales, cuya finalidad sería el aprovisionamiento de alimentos, recursos energéticos o materias primas.

Otro aspecto fundamental es la valoración de la efectividad de los protocolos y procedimientos aplicados en caso de incendios reproducidos (incendios que no se llegaron a extinguir completamente y que se reactivan de nuevo), como es el caso del incendio de Foyedo. Esto es especialmente relevante en situaciones de alta simultaneidad de incendios, que disminuyen la disponibilidad de recursos y bajo condiciones meteorológicas extremas que incrementan la probabilidad de reproducción del fuego.

Finalmente, se subraya la necesidad de impulsar, con carácter urgente, la evaluación de la problemática de la interfaz urbano-agrario-forestal, con la intención de reducir los riesgos para la población y sus bienes y distribuir más eficientemente los recursos de extinción. Por una parte, se necesita abordar la caracterización del riesgo sobre las edificaciones en función de posibles mecanismos de avance del fuego (afección directa o llegada de pavesas) y, por otra, establecer una metodología de análisis que permita mejorar las opciones de defensa y garantizar la seguridad de los habitantes, estableciendo pautas claras de confinamiento o evacuación en cada caso.

Es necesario comprender que, en el escenario al que nos encaminamos (frecuencia creciente de incendios cada vez más grandes, intensos e incontrolables), la gestión del riesgo requiere indispensablemente de una corresponsabilidad público-privada. Por tanto, se considera imprescindible la concienciación y preparación de la población en situaciones de emergencia, así como la mejora de su capacidad de autoprotección y la dotación de medios. Esto redundará en un fortalecimiento de las capacidades operativas y de prevención en el ámbito local.

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