El escritor Miguel Solís Santos, cuando todavía no era ni escritor, ni artista, ni profesor de instituto, intentó entrar en el parque del Carbayedo cuando éste, más que parque, era mercado de ganado.

-Cuidado. Que sólo era un guaje. Que acababa de salir de clase de doña Jovita, en el Instituto Carreño Miranda, y el parque de ahora no era el parque de entonces.

Todo cambia, y a las zonas verdes, en las ciudades, les pasa lo que a la energía: se transforman. Por lo general, en edificios de viviendas, o, en el mejor de los casos, en vías urbanizables. Esto último fue lo que sucedió con el parque del Carbayedo, allá por los últimos años de la década de los sesenta. Un parque al que se accedía por una calleja, entre Casa Tataguyo y el primer edificio de la avenida de Portugal -un nombre como de realengo, para evitar el original y más republicano-.

-El parque era un gran parque. Sin avenida. Y con muchas vacas.

Miguel Solís Santos se refiere a los años en los que el mercado de ganado -el que está ahora en Siero- estaba en Avilés. Para más señas, en el Carbayedo, antes de La Magdalena, antes de todo lo demás.

El guaje de entonces, que todavía no había escrito la primera novela en asturiano de la historia -«Les llamuergues doraes»-, quería pasar al jardín bovino por esa caleya por donde sólo cabía un carro.

-Y de repente, un gran morlaco, de una tonelada, tirado por el ñarigón, interrumpe el paso.

Miedo. Terror. Una tonelada de carne vacuna contra un guaje de Parvulitos aventurándose en la fauna ciudadana del barrio del Carbayedo. Miedo. Terror. Y sudor frío.

-Me eché contra la pared, no respiré. Tenía que dejar pasar el xato, que era enorme. El miedo que pasé aquel día me marcó para siempre -recuerda ahora con cierta melancolía, cuando el parque del Carbayedo era un gran parque, y no el medio jardín que nació de la apertura de la avenida de Cervantes de ahora mismo. Solís Santos recuerda que más abajo del mercado no había nada más que los prados de Carvajal.

-Creo que entonces sentí, por primera vez, la sensación de haber perdido algo esencial de la ciudad -se lamenta Solís-. Con la avenida, el parque del Carbayedo se quedó a la mitad, aunque hay que reconocer que lo que quedó se reurbanizó hace poco tiempo. Y muy bien.