E. CAMPO

Terrazas, juegos infantiles, lugar de paseo y fiestas, trasiego y ocio. Todo ello confluye en el parque del Carbayedo, uno de los principales espacios verdes de la ciudad, cuyos orígenes están ligados a la actividad agraria, y a los mercados de ganado. La Asociación de Vecinos «El Hórreo», del Carbayedo, que preside Juan Carlos Zapatero, «Cali», se ha propuesto revitalizar más si cabe este espacio, y por eso solicitan al Ayuntamiento una inversión para instalar más juegos infantiles y dar un buen repaso a las zonas verdes y paseos.

El caso es que el Carbayedo está de moda, dice Cali -«es un sitio maravilloso para pasar la tarde, tiene ocio, lugares para los niños y está muy céntrico»-, y su asociación está en racha, con 800 socios, que subieron desde los 300 en un plazo de cinco años. «Me gusta coger un puesto y mirar por ello, trabajar en pro del barrio. Pero ya estoy un poco cansado, te lleva mucho tiempo», confiesa el presidente vecinal.

Lo que reclaman los vecinos es que el Ayuntamiento se ponga manos a la obra para que el dinero que hay en los presupuestos para parques y jardines se invierta, en parte, en remozar el espacio verde. «Espero que en este mandato nos toque algo para el parque», indica Cali. Los árboles, al ser tan frondosos, no dejan crecer bien la hierba, y las calvas son numerosas. Además los juegos infantiles son claramente escasos, dicen, a la vista de los niños que se dan cita en ellos, y hace que a Cali le den envidia los columpios recién instalados en Las Meanas.

El origen del parque del Carbayedo está ligado a los señores de Carbajal, que fueron quienes donaron los terrenos para hacer el mercado o, en su lugar, para uso público. Según relata Ramón Gómez, vecino del Carbayedo, hubo una Corporación que quiso edificar en el solar, pero los señores de Carbajal les pararon los pies, preservando este espacio para el disfrute de los vecinos. De su propiedad todavía queda en el parque un vestigio, un naranjo que en su día formaba parte de sus tierras.

Otro árbol célebre es el carbayo que plantó con sus manos el premio Nobel Severo Ochoa, cuando acudió a la ciudad para inaugurar la calle que lleva su nombre. Aunque para robles, el más característico es el que aún crece, frondoso y añoso, junto al hórreo. El parque también tiene un gigantesco eucalipto, sauces y plátanos, entre otras especies.

Hace años, el parque del Carbayedo fue escenario de los mercados semanales, concretamente hasta 1970, que fue cuando se desplazó a La Exposición. De aquella época queda como elemento más significativo el viejo abrevadero del ganado, ocupando una esquina del parque. Todavía muchos recuerdan cómo los compradores de animales daban dos pesetinas a los guajes para que les cargaran los cerdos hasta la estación de Feve, popularmente conocido como El Carreño.

El elemento más emblemático del parque, el hórreo, «llegó» en 1972, procedente de Trasona, de donde hubo que retirarlo por la instalación de Fertiberia. Su propietario decidió entonces ceder la construcción al Ayuntamiento de Avilés, que lo situó en el Carbayedo, donde se ha convertido no sólo en emblema del barrio, sino también en el símbolo de la asociación de vecinos, aunque no tenga escalera fija, por si los vándalos. La asociación, por cierto, se fundó en el año 1986 con el nombre de «Buenavista-Carbayedo-Aleixandre». Al año siguiente, en el que cesó el trabajo de la gestora, ya se fraguó como Asociación de Vecinos «El Hórreo», con el difunto Eduardo García Garduño como presidente. Después le sucedieron Aurora Rodríguez, Rosa Serrano, Dolores Ariza y Cali, que ocupa el cargo en estos momentos.

A unos metros del hórreo está la escultura con la que Favila inmortalizó al «Tratante», tirando de un xato por el ramal. «Ese xato un día se lo llevaron, y cuando fueron a dar con él estaba muy cerca del mercado de Pola de Siero», asegura Ramón Gómez. El xato volvió, pero el que no regresó más fue el lavadero que está en el atrio de la iglesia de San Nicolás de Bari, oriundo del Carbayedo.

En aquellas casas, junto a la zona de terrazas, nació Bernardo Guardado Rodríguez, tío del mencionado Ramón Gómez y escritor en asturiano, que alcanzó bastante fama en vida. Fama, pero gastronómica en este caso, también la adquirieron los locales que servían la longaniza de Avilés, antes de existir Vallina. Esta tradición hostelera continúa viva en el barrio. «La plaza está llena de bares, y no hay más porque no hay bajos libres», asegura Cali, que presume de ambiente agradable para comer, tapear o echarse una sidra al gaznate. «El sitio es maravilloso, por el verano se llena de gente», concluye el presidente vecinal.