Elisa CAMPO

A Avilés le fue hurtada, hace más de medio siglo, la contemplación en su totalidad de una pieza fundamental de su patrimonio artístico: la iglesia de los Padres Franciscanos. El convento, que aprovechó los muros del templo románico, ocultó su ábside. En los próximos meses ese añadido será eliminado, piedra a piedra, recuperándose así una estampa inédita en las últimas décadas. «El edificio conventual está enquistado en las fábricas históricas de la iglesia, y con su retirada el ábside pentagonal, que es una auténtica torre, cobrará gran protagonismo», explicó ayer el arquitecto Jorge Hevia. Él es, junto a Cosme Cuenca, el director de una obra que comenzó a realizarse la semana pasada merced a un convenio urbanístico entre el Ayuntamiento de Avilés y Promotora Asturiana de Proyectos Inmobiliarios. La operación también supuso la construcción de un nuevo convento.

Con la desaparición de los elementos añadidos al edificio, las cubiertas de las capillas recuperarán su proporción, con la capilla mayor de cubierta hexagonal y la nave central mandando sobre el conjunto. También se recuperarán dos ventanas en los paños meridionales del ábside, así como los contrafuertes que articulan todo el perímetro de la capilla mayor. Todos estos detalles ya los conoce el equipo de trabajo gracias a un minucioso estudio previo de las condiciones del edificio. La existencia de sillares en los puntos estratégicos desde el punto de vista estructural, como basamento, contrafuertes y cornisa, permiten augurar a los arquitectos una intervención bastante segura.

Por el momento, los trabajadores ya han comenzado a desmantelar el interior del antiguo convento y a neutralizar las instalaciones de agua, gas y electricidad. «Así se minimizan los riesgos», indicó Hevia. Después se desarrollará el desmontaje, siguiendo la siguiente premisa: de arriba abajo, de dentro afuera y elemento a elemento, con evacuación directa de escombros, sin acumulación de pesos en los pisos. Durante el derribo la iglesia quedará cerrada, aunque el culto se mantendrá en la capilla de Pedro Solís, que tiene acceso directo desde el exterior.

Jorge Hevia apuntó que el siguiente paso será «restañar las heridas» de la iglesia, esto es, subsanar los daños que pudiera haber sufrido el edificio histórico. Entre el desmontaje y la intervención en la iglesia están previstos seis meses de trabajo. Por último se realizará una exploración arqueológica y se urbanizará el entorno del templo. El ábside quedará acentuado por una iluminación monumental, para convertirse en un referente visual de la ciudad. La intervención se completará con las mejoras en la capilla gótica de Las Alas, pendientes de adjudicar por parte de la Consejería de Cultura. Ambas obras permitirán dar a conocer un edificio prácticamente desconocido, el de Las Alas, cuyas ventanas ojivales podrán contemplarse también desde el exterior. La pretensión es eliminar un añadido de la iglesia en el punto de intersección con la capilla para permitir que el templo románico quede accesible en todo su perímetro.

Todo está en manos de un equipo pluridisciplinar. Además de Hevia y Cuenca, participan el historiador Vidal de la Madrid, el arqueólogo Sergio Ríos, el aparejador Rubén Martínez (que también coordina seguridad y salud) y María José Bardio, jefa de obra de MC Conservación y Restauración. Araceli Rojo y Luis Valdeón (Gea) se encargan del control de calidad petrológica.

La iglesia de los Padres Franciscanos se construyó entre los siglos XII y XIII, y fue templo parroquial consagrado a San Nicolás de Bari. Del siglo XIV es la capilla de Las Alas, y en fechas próximas se construyó también la del Rosario. La capilla de Pedro Solís es la última de factura medieval. En pleno siglo XVII se realizó una reforma al gusto barroco, la capilla de León-Falcón y la capilla del Marqués de Camposagrado. Del XVIII data la capilla del Cristo. Los últimos añadidos fueron la antigua sacristía y el convento que está a punto de desaparecer.