Don Manuel Álvarez Sánchez fue sacerdote y también escritor. Nació y murió en Avilés, en los años de 1869 y 1950, respectivamente. Estudió la carrera sacerdotal en los seminarios de Valdediós y Oviedo siendo ordenado sacerdote en 1893. Compartió su misión apostólica con la de colaborador de diversos periódicos, a la vez que practicó estudios históricos sobre su villa natal. Fue profesor en el colegio de La Merced y, posteriormente, fue destinado por la jerarquía eclesiástica a ejercer su sacerdocio en Santiago de Cuba. En 1902 se le concedió el título honorífico de Capellán y Predicador del Rey.

Don Manuel ha legado una obra muy interesante sobre Avilés titulada: «Avilés: Leyendas, apuntes de novela, anécdotas, hijos ilustres, curiosidades históricas», que fue publicado en Madrid, en la Imprenta G. Hernández y Galo Sáez, en 1927. La edición fue costeada por el prócer avilesino Victoriano Fernández Balsera, dedicándose el producto de la venta de ejemplares al sostenimiento de las Escuelas del Ave María que, a la sazón, regentaba y patrocinaba la Asociación Avilesina de Caridad. Este libro, actualmente agotado y descatalogado, es de imposible acceso para el público en general y aporta informaciones clave y curiosidades inéditas sobre nuestra ciudad que la convierten en una obra fundamental en nuestra historiografía por lo que, a pesar de lo que algunas personas o grupos políticos puedan opinar, debería de ser candidato a una reedición crítica y noble, en la misma línea que lo han sido los libros de Simón Fernández Perdones o de Julián García San Miguel.

Pero quería contarles algo sobre otra obra, ésta inédita, de don Manuel Álvarez Sánchez: «El Parnaso Avilesino». Doña Amelia Fernández Ovies, vicepresidenta de la asociación de vecinos del Centro de Avilés, persona culta y amante de la historia y de las tradiciones avilesinas, guardaba en su biblioteca particular, como si de una reliquia se tratase, un manuscrito de don Manuel Álvarez, titulado «Parnaso Avilesino, año de 1900 a 1939», una auténtica joya que, en la reedición propuesta debería de incluirse, como parte de la obra literaria de don Manuel. Esa obra sirvió de disculpa y guía para una brillante lectura poética, organizada por la asociación de vecinos de Centro, que tan bien dirige Toni Carretero, el pasado 26 de Abril en Sabugo y a la que por cierto no acudieron, como no acuden a gran cantidad de actos que se organizan en la agenda cultural avilesina, algunas personas con cargo político que curiosamente tan preocupados se muestran últimamente por nuestra programación cultural.

Pero sigo con algunas notas de mitología clásica. Parnaso, era el hijo de Poseidón y de la ninfa Cleodora, y es el héroe que da nombre a una montaña que se encuentra en Grecia, entre los antiguos territorios de los dorios y de los focenses. A Parnaso se le atribuye la fundación del oráculo de Delfos, situado al pie de la propia montaña. Parnaso, por tanto, hace alusión también al monte, de cuyas rocas brotan manantiales que forman distintas fuentes. Sin embargo la mitología griega hace referencia a que, tras la victoria de Apolo sobre la serpiente Pitón, guardiana del tesoro del oráculo, tanto el monte Parnaso como el propio oráculo pasarán a ser dedicados a Apolo. Una de las fuentes más conocidas desde muy antiguo en el Parnaso, fue la de Castalia, que estaba rodeada de un bosquecillo de laureles también consagrados a Apolo. La leyenda y la mitología cuentan que en el monte Parnaso, cerca de esta fuente, se reunían algunas divinidades, diosas menores del canto y la poesía, llamadas «musas», junto con las «ninfas» de las fuentes, llamadas «náyades» y, en esas reuniones Apolo tocaba la lira, entonaba poemas y las divinidades cantaban.

Sobre este contexto mitológico nacen los Juegos Píticos, unos de los cuatro Juegos Panhelénicos, con los de Olimpia (dedicados al deporte), los Juegos Nemeos (dedicados al Hades y los cultos funerarios) y los Juegos Ístmicos (dedicados a Poseidón). Según la leyenda, los juegos Píticos fueron implantados por el propio Apolo, tras su victoria sobre Pitón, y consistían en un concurso musical con una declamación poética, donde cada candidato declamaba o cantaba su himno o composición, acompañándose de una lira. Tenían lugar en el propio santuario de Delfos, al pie del Parnaso, y en ellos se entregaba, como premio al ganador, una corona de laurel así como la gloria y el reconocimiento de Apolo.

Les he contado todo esto para que vean las razones por las que se considera al Parnaso como la patria simbólica de los poetas. Los franceses, tan aficionados a la mitología, denominan a su capital, Paris, nombre del héroe troyano que, tras haber raptado a Helena y provocar la guerra de Troya, da muerte al propio Aquiles. Pero también han dedicado a Parnaso una colina en las afueras de la ciudad y, en el barrio que se extiende por su falda, se congregaron históricamente, los grandes maestros de la literatura universal, especialmente de la poesía. Es por todo ello que se ha venido usando este nombre de Parnaso, para titular las recopilaciones de autores de las más prestigiosas obras artísticas, literarias y sobre todo poéticas.

Don Manuel Álvarez, en su manuscrito, siguiendo la tradición aludida, dio el nombre de «Parnaso Avilesino» al grupo de los 21 poetas que él consideró como dignos de estar en ese paraíso local de la lírica, en los años que van de 1900 a 1938. Guardó un apartado, el 22, «anónimos», para aquellos autores que pretenden estar en el ese Parnaso sin merecerlo, a los que denomina «moscones». También pide disculpas por si ocurriese que, por propio olvido, alguno con merecimientos suficientes se hubiese quedado fuera.

Sin embargo vemos en el manuscrito que los seleccionados no se libran, en algunos, de las críticas ácidas y mordaces de don Manuel. La causa hay que buscarla en las tendencias políticas de los criticados, que no les perdona. Sin embargo, y a pesar de todo, los lleva de igual manera al Parnaso. Por el contrario, hay alguno del que reconoce que sus méritos no son excesivos pero como son de su cuerda política, sus servicios a la Patria y su forma de pensar, les hacen merecedores de entrar en la morada de Apolo.

La selección, por tanto, se hace de acuerdo con los criterios o gustos de don Manuel y las críticas que hace, en ocasiones desmesuradas y, vistas a día de hoy, hasta ofensivas y un poco ridículas, hay que situarlas en el contexto de una persona con un concepto de la lírica muy particular, una visión clásica y academicista de la poesía que, para él debía de contar con una estructura métrica y unas rimas muy definidas. No hace ni una sola concesión a las nuevas tendencias poéticas de libre creación, que no comprendía ni aprobaba y que, ya en esos momentos, estaba apareciendo en la literatura española y eran moneda común en las corrientes literarias europeas.

Por otra parte, no debemos olvidar que don Manuel era un hombre de familia burguesa acomodada de Avilés, un hombre de Iglesia, conservador, que hace la recopilación y el manuscrito después de haber tenido lugar la Revolución del 34 y la Guerra Civil en nuestra ciudad, por lo tanto en los primeros momentos de la Dictadura Franquista en los que se está realizando en una durísima represión a los vencidos, física e intelectual. Pero dentro de todas esas limitaciones, hace la recopilación y sitúa a los 21 poetas en el «Parnaso de Avilés».

Pero ¿por qué 21 poetas?, ¿por qué no 18 o 31? Eran unos años, los de la primera mitad del siglo pasado, en los que los creadores avilesinos, siguiendo la moda de las corrientes europeas, expresaban en sus obras segundos mensajes ocultos, solo accesibles para iniciados y para personas que supiesen leer entre líneas e ir más allá de la epidermis de sus obras literarias, musicales, arquitectónicas o pictóricas. Este es un campo interesante de investigación, pues es una época prolija en estos planteamientos en los que había que interpretar y deducir de lo expresado esa segunda o tercera intención que estaba más o menos oculta, más o menos maquillada, pero para la que siempre se dejaban pistas.

Don Manuel no seleccionó a 21 poetas para el Parnaso avilesino por casualidad. Tenía, seguro, sus razones para cuadrar en ese número y no en otro. Mi teoría, a falta de otras interpretaciones mejor fundadas ante las que, sin duda, me allanaría, les confieso que no es, por otro lado, nada novedosa, y los que estén al corriente del pensamiento de la época sabrán que en otras ocasiones se ha usado para explicar la utilización de ese número especial. 21 es el peso en gramos que pierde el cuerpo de una persona al morir, por tanto se entiende y se dice que 21 es el peso del Alma. Yo creo poder afirmar que don Manuel consideraba que el alma de Avilés eran sus poetas y por eso escogió a los 21 que consideró dignos de representarla, a pesar de que algunos tuviesen sus defectillos, a su juicio.

Pero? ¿qué alma es totalmente pura?. Tampoco podía serlo, él lo sabía de primera mano y más después de la fratricida Guerra Civil, el alma de nuestra villa. Pero, sin embargo, a los 21 poetas los considera dignos de estar en ese Alma de la Villa del Adelantado, de la «Villa ensueño», como cariñosamente llama a Avilés en su libro de 1927. Los sitúa en el «Parnaso Avilesino», como partes fundamentales del alma de esa ciudad a la que él, con sus virtudes y sus defectos, tanto amaba. Cuando se publique, más bien pronto que tarde espero, el libro citado con el manuscrito sobre el Parnaso Avilesino, ustedes mismos podrán comprobar lo que les indico y, les pediría, sean benevolentes con don Manuel y sus críticas.

Valoren el acto positivo de haber seleccionado también a los que consideraba contrarios a pesar de que, como verán, les da un buen repaso y los pone a caldo. Consideren la importancia de las notas que aporta el manuscrito y que, a pesar de todo, a alguno les reconoce también explícitamente méritos concretos. Los 21 son: Luis Amado Blanco, José Benigno García (Marcos del Torniello), Ana de Valle (La Afiladora), Antonio Hevia Torres (Amigo Manso), José María García Robés (El poeta ignoto), Antonio María Valdés (Aneroide), Alberto Solís Pulido (Girasol), Juan Álvarez Casariego (Riego de Casa), Luis García de Castro, Luis Menéndez (Lumen), Marcelo Gago, David Arias y Rodríguez del Valle (Ánemos), Julio García Quevedo (Yxxx), Bernardo Rodríguez del Valle (El Solitario), Gabino Muñiz (Manín de la Llosa), José Martín Fernández, Fernando Vidal Blanco, Luis Iglesias Bayón, Manuel Fontanillas (Fontán), Miguel Bonín, José Campa Corvera.

Si ustedes gustan, yo les invito a que lean algo de cada uno de esos poetas. Seguro que disfrutarán. Así sucedió y así se lo cuento en este «Diario de a bordo».