Las "paisanas de la angula" llegaron para quedarse: la historia de las dos únicas mujeres que recogen "oro blanco" en Soto del Barco

"Pensaban que nos cansaríamos pronto, pero no", cuentan María José Granda y Luisa López, con 25 costeras a sus espaldas y sin relevo femenino

Las Rompetechos del 8M: María José Granda y Luisa María Pérez, anguleras de Soto del Barco

Ángel González

Mariola Riera

Mariola Riera

Vaya por delante que lo de la angula no es cuestión de hombres o de mujeres, sino de saber "leer" el río, y en eso, tanto unos como otras están en igualdad de condiciones. Solo es cuestión de veteranía, de experiencia y quizás algo de picardía. Ahora bien, no deja de llamar la atención en el río la presencia de mujeres con la piñera en la mano, noche tras noche (cuando se puede, que cada vez son menos jornadas las que permite la normativa), dispuestas a llevarse a casa el mayor número de esos caprichosos y cada vez más escasos ejemplares que cotizan a precio de oro en la rula y fascinan a la mesa.

Pues ahí están María José Granda, 69 años, y Luisa María Pérez, 67. Las "paisanas de la angula", como las conocen en Soto del Barco. La primera a punto ha estado de jubilarse esta campaña que ahora acaba, pero no, seguirá la próxima. La segunda colgó "el trato" (los artilugios de pesca) el pasado año. Tiene la fecha grabada en su mente: "Mi última salida fue el 5 de febrero de 2023".

Ambas fueron pioneras y abrieron camino hace 25 años para otras que, como ellas, quisieron profesionalizarse y sacar la licencia para ir a la angula, una práctica con gran arraigo en el bajo Nalón. Lo paradójico es que ese techo que rompieron solo lo han atravesado ellas. "Pero no porque sea duro para las mujeres, que siempre hubo muchas que fueron a la angula. Lo que pasa es que en cuanto esto se profesionalizó, ya fue más difícil. Cuesta conseguir licencia, conlleva gastos y al final se pesca poco y no compensa. Entonces ninguna se lo plantea como una fórmula de llevar ingresos a casa como sucedía antes", matizan. "Al principio hubo otra angulera con licencia de Cudillero. Pero deja de contar. Quedamos solo nosotras", aseguran.

Las paisanas de la angula. Nunca han dejado de sorprender. Sobre todo, por su determinación y constancia, costera tras costera, sin apenas perder un oscuro (noches propicias para la pesca). "¿Ya marcharon las paisanas"?, escuchó más de una vez Luisa López mientras pescaba en alguno de los puestos de tierra repartidos por el puente de Muros, El Castillo, La Venturiega... "Les chocaba que ahí siguiéramos. Cuando llegaba la nueva temporada y nos veían en el sorteo de puestos no se lo creían. Pensaban que cansaríamos pronto, pero no", recuerda.

Aunque en el río nunca ha faltado el respeto y nunca nadie ha cuestionado su presencia, no faltó cierto pique, cierto recelo por si ellas pescaban más. "Muchas veces fue así, que conste, y a alguno le jorobaba", apunta María José Granda. "Pero a nadie le gusta decir la cantidad pescada cuando estás en el puesto. Como decía Fermín, mi marido, en el río no hay amigos. Yo me enfadaba mucho si él me ganaba, y con Luisa algún que otro pique hubo", rememora con humor. "Pero eran piques, ahí se quedaban. Nunca tuvimos un problema", puntualiza.

Lo de ir a la angula les surgió por casualidad. La primera fue Luisa López y lo hizo por uno de sus tres hijos. "Yo estuve en el río siempre por ellos. Primero, por el remo. Luego por la angula. Quiso ir uno y me apunté para acompañarle", describe. No olvida las risas que echaron en casa. "Ahora resulta que mamá va a ir a la angula… Hay que ver", comentaron sus hijos. "No se lo creían cuando saqué la licencia", ríe ella.

Pero resulta que mamá fue a la angula. Y encima pescó. Bastante. Así que no dudó en repetir. Pero antes llamó a su amiga María José para contárselo y animarla a ir. Y esta fue. "No tenía ni idea. Yo veía aquellos bichinos en la piñera y para el caldero. Salían bastantes, una docena en cada piñerada. Pasó un pescador y me ayudó a colarlas, pues tenía el caldero rebosando de agua", recuerda. Aquella noche volvió a casa con 700 gramos. "Callaron todos. Tapamos bocas", resumen.

Las dos amas de casa, lo de ir a la angula fue al principio una forma de sumar ingresos a la economía familiar. "Yo tengo llegado a las seis de la mañana del río con una mojadura grande, darme un baño, un café y salir a limpiar un par de casas", recuerda Granda. Primero con la licencia deportiva, que limitaba a un cuarto de kilo las capturas, luego con la profesional. "Al principio compensaba, pero ricas no nos hemos vuelto, no. Alguna vez nos salió caro ir", aseguran.

Muchas veces han escuchado eso de "bien duras sois…", aunque no tienen sensación de haber sufrido mucho a pie de río. Al menos, no con la piñera en la mano. Los problemas son otros. "Lo de María José con los jabalíes...", ríe Luisa López. "Siempre les tengo mucho miedo, algún susto llevé. Pero Luisa aguantaba tan tranquila. Hubo veces de tenerlos al lado mientras piñerábamos y ella, nada".

Docenas de anécdotas tienen las dos para contar de sus noches a orillas del Nalón. No se les olvida aquella en que entre las dos casi llegan a los 16 kilos: "Fue un buen día para todo el mundo". Rechazan de plano eso de que la sensibilidad femenina igual aporte cierta ventaja para comprender mejor el comportamiento de la caprichosa (misteriosa para muchos) angula. Para nada, es cuestión de aprender, fijarse, escuchar a los que saben, y práctica. "Pero no vale cualquiera, ojo. Tiene que gustarte, porque es sacrificado", apuntan.

Por eso mismo, porque le gusta mucho, María José Granda tiene decidido que volverá la próxima campaña. Pese a que hay pocas capturas, pese a que cada vez se puede salir menos jornadas a faenar, pese a esa mano que tiene algo fastidiada y le ha obligado a coger ahora la baja unos días, pese a que ya no tiene a Luisa a su lado... "Esto tiene algo. Llegas a casa sin haber pescado una angula, desmoralizada, pero al día siguiente ya coges el libro de mareas para ver cuándo podrás ir de nuevo a pescar...", se justifica . "La angula es rara, como nosotras", zanja Luisa López.

Son las paisanas de la angula. Las primeras profesionales y quizás las últimas en la orilla del Nalón.

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