La cronista de Avilés cierra el ciclo de charlas sobre Carreño Miranda con una mirada "al hombre"

Pepa Sanz reseña que el pintor apenas mantuvo contacto con la ciudad donde nació una vez instalado en la Corte de Carlos II

Josefa Sanz.

Josefa Sanz. / J. Rus

Saúl Fernández

Saúl Fernández

La cronista oficial de la villa, Josefa Sanz, se va a encargar este lunes (19.30 horas) de desentrañar al pintor Juan Carreño Miranda. Y lo va a hacer en el Centro Niemeyer a propósito de la exposición del retrato "Eugenia Martínez Vallejo, vestida" que pintó el artista avilesino en 1662 y que se muestra en el complejo cultural de la ría hasta el próximo domingo, una cesión temporal del Museo Nacional del Prado con la promoción de Telefónica y el proyecto "El arte que conecta". La suya es la última conferencia de un ciclo de cuatro en el que se han desentrañado tanto la vida de la niña protagonista del cuadro como la época en que ella misma vivió: la corte de Carlos II.

La también ex catedrática de Ciencias y Técnicas Historiográficas explica que su aportación al ciclo "no va a ser sobre la obra de arte". Ella, recuerda, es historiadora y va a poner su punto de vista en el autor: en Carreño Miranda. "Prefiero ‘Carreño Miranda’ y no Carreño de Miranda porque ese era el nombre del instituto en el que estudié", bromea al otro lado del teléfono desde el que atiende la llamada de este periódico.

"La conferencia se titula ‘Encuentros y desencuentros con Avilés’ porque Carreño Miranda nació en Avilés, pero nunca más volvió", recalca. "Voy a contar cómo era ese Avilés en el que había nacido: una villa rica, evolucionada, con relaciones abiertas con otras villas del Arco Atlántico, con Andalucía misma…", añade. "Era hijo de una familia de hijosdalgos venida a menos. Un tío suyo, que también era pintor, se lo llevó consigo a Valladolid. Y allí Juan Carreño y su tío Andrés vivieron un tiempo. Poco después, el padre del autor de ‘Eugenia Martínez Vallejo’ se lo llevó a Madrid, a la corte. Y no se movió nunca más".

Juan Carreño Miranda, que lo fue todo en Madrid, "no regaló un cuadro siquiera a ninguna iglesia de su pueblo, nada". Se había casado, pero no tuvo descendencia. Se le nombra alcalde de hijosdalgo –una especie de cargo de representación de los de su clase–, pero no consta que tomase posesión de su cargo", cuenta la cronista. Pasó lo mismo con el cargo de fiel (el encargado del fielato).

Este desencuentro lo va a trufar, promete, con varios encuentros. "El primero es el bautizo de su calle, en Sabugo". Luego vendrá otro bautismo: el del Instituto de Segunda Enseñanza, el de la propia cronista. "Eso fue en 1934", apunta. Dice que le llama la atención el apego de los avilesinos hacia un hombre que se olvidó de sus orígenes tan pronto. Y menciona la escultura del pintor de Camposagrado y "La Monstrua" que se puede ver en Sabugo, obra de Favila…

Suscríbete para seguir leyendo