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Aurelio González Ovies

Premonición de la ceniza

In memóriam de Marian Suárez

Nadie mejor que ella para escribir el humo de la existencia. Para dejar escrito que la vida es tan breve, una ráfaga apenas, una simple disculpa para decir adiós. Nadie que más deseara haber nacido rosa, para teñir de púrpura los fulgores intensos de la fugacidad, para apropiarse, a veces, de la punzante espina de la desesperanza, para aguijar la mano que profana el candor. Nadie con más certeza de las incertidumbres que nos empequeñecen, de los desasosiegos que nos ciegan las noches, de las inmediaciones de nuestro corazón. Nadie con más vocablos para nombrar los gestos de la monotonía, para desarraigar el luto de las fechas nefastas, para perimetrar el radio del dolor.

No. Nadie que más hablara de los largos silencios del desaliento ni de los intersticios de alguna soledad ni de los socavones del tardo desamor. Nadie con más distancia desde sí hasta su ser para mirar el mundo desde otras latitudes, para oficiar de perspectiva ajena, para otear el vacío y darle voz. Nadie con más bagaje en las ofuscaciones de la cordura ni en el indescifrable fluir del tiempo ni en las íntimas fábulas de la costumbre. Ni en la luz del deseo y su fervor.

Nadie que coincidiera, en tantas ocasiones, con la premonición de la ceniza y su frágil y eterna totalidad. Nadie con más escudos ante la indefensión. Nadie. Nadie que persiguiera con tanto anhelo los panales gustosos de la emancipación. Y expresara tan firme y puntualmente el caduco alfabeto de la carne, los fados que el crepúsculo despliega, la memoria de un beso entre poemas, el inefable envés de la malicia. Su inextinguible condición. Nadie. Nadie con más consignas para profundizar en la belleza. Ni más dispuesta siempre a revestir el peso del cansancio con velos tan sutiles, adjetivos silvestres, oquedades, licores y pulcritud e intrigas entramadas con el hilo escasísimo de la oportunidad y la textura endeble de la palabra no.

Nadie que me dijera con esa exactitud de amanecida el volumen del alma, los pactos con la muerte, la prontitud del hoy. Nadie con más destreza para saciar la sed de los adverbios imperiosos y acorazar las chispas del instante. Nadie. Nadie que tanta estela dejara en el camino hermoso las insinuaciones, consciente como nadie de que nada perdura, de que todo es mirada muy efímera, visión perecedera, perspectiva engañosa, tránsito en extinción.

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