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Román Antonio Álvarez

Diario de a bordo

Román Antonio Álvarez

De viaje por Portugal: Aveiro

El autor concluye con este artículo el relato de su estancia en la llamada Venecia portuguesa

Mi amigo Chus, que es grande de cuerpo y de corazón, es a la vez un hombre culto y viajado. Coincidimos en el enfoque de muchos temas, quizás por eso somos amigos. Una de las cosas que tenemos en común es nuestra admiración por Portugal. Chus conoce bien Aveiro y me comentaba no hace mucho que en uno de sus paseos por los canales de la Venecia portuguesa a bordo de los “moliceiros”, estaba embelesado contemplando el caserío modernista cuando, de repente, se sintió transportado por las alas de la fantasía al Avilés de finales del XIX... y se imaginó navegando por el río Raíces en busca de las ruinas del castillo de Gauzón; después regresaba hacia Avilés a través de un canal que conectaba el río con los muelles de Bogaz, entre las marismas de La Maruca. Remontaba luego el Tuluergo hasta Las Meanas, llegando a la falda de los altos de San Cristóbal y más tarde su barcaza surcaba el río Magdalena pasando a los pies de la colina que corona la ermita de La Luz, navegando hasta la misma fuente Santos, muy cerca de la iglesia de Santa María de Corros. Podía incluso remontar la ría hacia Trasona y siguiendo el curso del Arlós, acercarse hasta el Martinete y la capilla de Santa Apolonia...

La Sé de Aveiro. | R. A. Á.

Chus me contó la singladura con pasión, detalle y realismo, haciéndola totalmente verosímil, porque además de ser un romántico y un soñador, tiene mucha labia. Pero claro, me dijo a continuación, volviendo bruscamente a la cruda realidad, que para eso deberíamos haber respetado en su día el estuario y las marismas, y habernos ajustados al proyecto original para el trazado del ferrocarril y su estación. Toda la razón.

De viaje por Portugal: Aveiro

Pero volviendo a Aveiro, les diré que los “moliceiros” son como las chalanas asturianas, con panza ancha, pero más largos y con los extremos a proa y a popa levantados. Tienen la quilla plana, para evitar el fondo poco profundo de los canales. Aunque hoy todos se mueven a motor, anteriormente utilizaban una vela trapezoidal y de esa guisa, pero de tamaño reducido, los venden como souvenir en tiendas para turistas. Su nombre deriva del uso que se les daba anteriormente, el transporte de “moliço”, un alga que se criaba en el fondo de la ría y que los lugareños convertían en abono después de dejarla secar al sol. Extendiendo el moliço sobre los terrenos arenosos e improductivos de las orillas de la ría, lograban fértiles tierras de cultivo, en donde cosechaban legumbres y verduras de extraordinaria calidad. Sabiduría popular portuguesa.

En esta segunda jornada en la ciudad, visitamos la catedral, la Sé de Aveiro, antigua iglesia de Santo Domingo. Está frente al parque de Santa Joana, al lado del Cementerio Central, en pleno centro histórico. Lo primero que nos encontraremos en el patio exterior es el trabajado crucero de Santo Domingo, dispuesto sobre un capitel octogonal y coronado por una flor de lis. El edificio, del siglo XV y una sola planta, tiene una fachada magnífica, destacando en ella las cuatro columnas salomónicas de la portada y la impresionante torre del campanario. Es la iglesia más antigua de la ciudad, mezcla de distintos estilos y producto de numerosas rehabilitaciones.

También visitamos la antigua parroquia de Aveiro, la “Igreja de Nossa Senhora da Apresentação”, en la “rua dom Jorge de Lencastre”. Un edificio de finales del XVI que luce en su fachada un óculo central ovalado con remate cruciforme flanqueado por dos magníficos paneles de azulejos. En el interior, las paredes están rematadas con azulejo dorado y tiene un retablo central también dorado, del barroco, y dos laterales, uno de los cuales está presidido por una espléndida imagen gótica en alabastro de la Virgen.

Llegada la hora de comer, nos acercamos a un restaurante ubicado en la “Rua doutor António Cristo”, el “Snack Bar Picota”, al que acudí por recomendación de José Ignacio, un amigo xagó afincado en Madrid por motivos laborales. Se trata de una tasca de comidas típica portuguesa, con trato y ambiente casero y platos de gran calidad. Comimos un pescado blanco de la zona, corvina al horno con verduras, que estaba espectacular. Para beber, vino blanco de la casa servido en jarra de barro rojo; y de postre, mousse de piña, también casero, rematado con un café pingado. Todo ello a un precio muy razonable.

Por la tarde nos desplazamos a Ílhavo, un municipio vecino sin solución de continuidad con Aveiro. Visitamos el Museo Marítimo para conocer a fondo el gran desafío de la pesca del “bacalhau” y las aventuras de los aguerridos pescadores que, desde el siglo XVI, se desplazaban a las costas de Groenlandia y Terranova, o a las Feroe, Noruega e Islandia, en busca del preciado pez. No solo encontramos aparejos, embarcaciones, instrumentos náuticos y cartográficos o conchas marinas, sino también cerámica, elemento básico y representativo del lugar, y un interesante acuario. Paseando por Ílhavo admiramos lo que aquí denominamos “casas de indianos” y allí “casas brasileiras”, villas señoriales con estupendos jardines y bellísima factura modernista.

Hagan una visita a las salinas, en donde se extrae el oro blanco. Pudimos comprar “flor de sal” para aderezar guisos y ensaladas, y otros productos derivados, como sales de baño y jabones que nos recordarán, ya en casa, nuestra estancia en la zona. Después, para rematar la visita, nos acercamos a “Costa Nova”, en la “Ruta de la Luz” al lado de la ría. Al lado del extenso arenal, las típicas casas de madera, pintadas con rayas blancas verticales u horizontales, que se alternan con otras de colores chillones: rojo, azul, verde, amarillo… La sensación óptica es simplemente espectacular. Luego nos deleitamos contemplando el ocaso, sentados en la terraza de un restaurante con buenas vistas al mar. Elegimos la “Marisqueira Costa Nova”, donde degustamos para la cena un plato típico, arroz caldoso con marisco y pescado, acompañado con vino blanco del país, poniendo así un broche perfecto a un día inolvidable. Si ustedes hacen la visita, fíjense bien, porque con un poco de suerte, incluso puede que lleguen a observar, como yo, el famoso “rayo verde”. Si es así, mucho ojo con quien comparten la visión.

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