La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Román Antonio Álvarez

Un viaje por El Algarve

La belleza paisajística, patrimonial y gastronómica de un territorio conocido como la Andalucía portuguesa

El Algarve, que ocupa la zona más meridional de Portugal, tiene una superficie de casi cinco mil kilómetros cuadrados y una población cercana al medio millón de habitantes. Es conocida también como la Andalucía portuguesa, y está separada de España por el río Guadiana, que desemboca entre Ayamonte y Vila Real de Santo Antonio. El término Algarve proviene etimológicamente del árabe al-Garb, que quiere decir ‘el occidente’. La región se denominaba en árabe garb al-Ándalus y quería decir el occidente de al- Ándalus. Esta referencia histórica nos indica ya la estrecha relación que existe entre todo el sur peninsular. Su límite norte es la región del Alentejo, al este sus linderos se encuentra España y, en el oeste y sur sus tierras son bañadas por el Atlántico.

En el artículo anterior les comentaba mi primera visita al Algarve en 2007, a donde llegué a bordo del buque Creula. Veníamos navegando desde Mallorca e íbamos camino de Lisboa, pero una de las escalas de la travesía era Portimão. Así que amarramos el buque en los muelles de esta ciudad, situada en la desembocadura del río Arade, y tuvimos la oportunidad de visitar la población y sus alrededores. Les narraba mi primera aproximación a la gastronomía y a la enocultura algarveña y, por falta de espacio, no había dicho nada de la repostería, cosa que quiero ahora enmendar.

La tradición es la base de todas las recetas de dulces en la zona, y la almendra es un componente esencial, que se utiliza como base para multitud de tartas y pasteles. Un ejemplo son los almendrados algarveños, que se caracterizan por ser bocaditos pequeños que, en algunas localidades, son presentados con remates de figuras de frutas, pájaros o flores, con un colorido especial que nos recuerda mucho a postres similares marroquíes. Otra delicadeza para el paladar es la Tarta de Algarroba, un delicioso manjar cuyo ingrediente principal es la harina de esta fruta. Tiene su origen en los conventos cristianos de estas tierras que usan el fruto del algarrobo como alternativa al cacao en polvo y al chocolate, debido a que tiene un sabor semejante. Además aporta menos calorías y es rica en fibras y vitaminas, así que miel sobre hojuelas. También podemos disfrutar paladeando los Dom Rodrigos, un dulce incluido en el recetario creado por las monjas Bernardas del convento de Nossa Senhora da Piedade de Tavira, y que es el resultado de la sabia combinación de huevos, azúcar, almendra y canela en polvo. Pero el plato de repostería más popular, para mi gusto, son los Morgadinhos, una auténtica delicadeza gastronómica. Son pastelitos de forma redondeada y color blanco, con un pezón de azúcar en el vértice superior, y cuyo sabor, que deviene de la sabia mezcla de vino, huevos, azúcar y almendras, seguro que no olvidarán.

Quiero presentarles también las bellezas que se pueden encontrar en la región, que volví a visitar con posterioridad a mi llegada a bordo del Creula, recorriendo primero la costa, desde oriente a occidente y luego, las tierras del interior. El antiguo y trágico alejamiento entre las dos orillas del Guadiana, que materializaban las aguas del río y que dio lugar a tristes episodios como el que cantó de forma admirable Carlos Cano, en su fado “María la portuguesa”, ha dado paso a la unidad y a la cooperación, plasmada en la Eurorregión Alentejo-Algarve-Andalucía que, desde 2010, desarrolla un plan transfronterizo que establece una estrecha colaboración de las entidades locales y regionales, con distintas fórmulas jurídicas.

Pasado el Guadiana, la primera localidad portuguesa que nos encontramos es Vila Real de Santo António, frente a Ayamonte. Es una ciudad cuya construcción fue ordenada por el Marqués de Pombal, tras el terremoto de Lisboa de 1755, para sustituir al destruido pueblo de Santo António de Arenilha. Por ello, su centro neurálgico no podía ser otro que la preciosa Praça Marqués de Pombal. Desde allí parte el diseño en malla regular de las calles, similar al de Lisboa y sello inconfundible de esta urbe sureña, inaugurada en 1776. El obelisco de la plaza recuerda a José I, bajo cuyo reinado se construye Vila Real, y en la que destacan con personalidad propia la Iglesia Matriz de Nuestra Señora de la Encarnación, así como más de un centenar de casas que se conservan intactas desde su construcción en el siglo XVIII y en cuyos bajos bajos podemos encontrar gran cantidad de tiendas y restaurantes. Su pasado como centro pesquero pervive también en multitud de edificios y su faro

Faro es la capital de la región, una bellísima ciudad con un centro histórico amurallado que los lugareños llaman Cidade Velha y que esconde en su interior maravillas paseando por sus calles empedradas. Entre ellas, la sólida catedral gótica, el esbelto palacio episcopal, el añejo Arco da Vila, y la misteriosa e inquietante Capilla de los Huesos. Fuera del recinto histórico está la ciudad moderna, llena de calles comerciales, bares y restaurantes, así como preciosas plazas y espacios verdes.

Al sur de Faro está el parque natural de Ría Formosa, con extensas playas de aguas limpias y transparentes y finísimas arenas blancas, como la praia do Barril en isla Tavira. No lejos de Faro está Albufeira, una antigua villa pesquera convertida en un centro turístico de primer orden. Es característica la praia do Paneco o praia do Túnel, cuya denominación obedece al túnel excavado en la roca que conecta la playa con el centro histórico de la ciudad, en donde podremos hacer visitas interesantes a la Igreja de São Sebastião o al Museu Municipal de Arqueología. Cercana ya a Portimão está Lagoa, una pequeña localidad cuyas casas blancas rodean a la iglesia parroquial. En su término municipal está la preciosa praia de la Marina. Hemos hablado de Portimão, con su famosas e internacionales praias da Rocha y três Irmãos.

Lagos, está situada ya en el Algarve Occidental y tiene una significada historia ligada a la navegación. Destacar su casco antiguo amurallado, y aunque en su entorno la costa comienza a elevarse y ya encontramos acantilados, abundan también las playas, entre las que singularizo la de Dona Ana. Más hacia el oeste, y a medida que nos acercamos a Sagres, vamos percibiendo sus inquietantes acantilados, siempre azotados por el viento, hasta encontrarnos con el Cabo de São Vicente, el finisterre europeo. En esta imponente roca que preside el atlántico, se erige el faro y un antiguo convento, que ahora aloja un museo, precisamente sobre faros. Hacia el norte, la costa vicentina continúa con bellos parajes, como la praia de Bordeira cercana al pueblo de Carrapateira, que es un paraíso para los surfistas, o la Praia de Arrifana, un arenal de casi un kilómetro bordeado por acantilados negros de pizarra, ambas pertenecientes al municipio de Aljezur. El nombre de esta ciudad, fundada por los árabes en el siglo décimo, está tomado del río homónimo y, de esa presencia agarena dan fe los restos de su castillo. En Aljezur existe un rico patrimonio histórico.

Y si la costa algarveña nos obsequia con sus magníficos rincones arenosos, el interior tiene lugares no menos atractivos. Hay quien lo denomina el Algarve secreto, por sus tesoros aún por descubrir. El paisaje está salpicado de suaves colinas y valles, con dos zonas montañosas que se yerguen vigilantes y delimitan la región. Son las sierras de Monchique y de Caldeirão; la primera está en el oeste, siendo su altura máxima el pico Fóia, de casi mil metros, que se erige como el punto más alto de todo el Algarve.

La sierra de Caldeirão, al noreste, es la divisoria natural entre la costa y las zonas llanas del Bajo Alentejo y, aunque su altura máxima no sobrepasa los quinientos metros, sin embargo es una barrera natural que impide el paso de los vientos fríos del norte y también las depresiones del noroeste, por lo que determina la existencia de ese clima mediterráneo del que goza la costa, con bajas precipitaciones y temperaturas cálidas en verano y muy suaves en invierno.

Para visitar el interior podemos iniciar el camino desde Portimão hacia el norte, siguiendo el cauce del río Arade. Llegaremos a Silves, la antigua capital, en la que podemos admirar su imponente y amurallado castillo rojo, desde el que los musulmanes gobernaron todo el Algarve; o su impresionante catedral gótica, construida sobre una antigua mezquita. Silves domina la campiña algarveña, donde abundan plantaciones de naranjos, pero también las vides con cuyo fruto se elaboran excelentes caldos.

La Sierra de Monchique, con sus escasos mil metros de altitud, se eleva con comedida altivez sobre el entorno y es famosa por sus aguas termales, cuyo estandarte es el antiguo Balneario de Caldas de Monchique. En sus piscinas podremos tomar los baños con chorros de hidromasaje o de vapor en antiguas saunas, ya usadas desde tiempos de los romanos. Dicen los lugareños que estas aguas son perfectas para tratar problemas respiratorios. Experiencia no les falta.

Otro sitio encantador es São Brás de Alportel, una aldea pequeña en la que se asienta el Museo Etnográfico del Algarve, con una fachada de azulejo impresionante, que alberga en una completa y muy interesante colección de trajes típicos de la región. En São Brás nació Carlos Gago Coutinho, el primer aviador que completó el cruce aéreo del Atlántico Sur. En los alrededores de São Brás se pueden visitar plantaciones de alcornoque que convierten la localidad en el mayor centro de producción de corcho de Portugal y uno de los primeros del mundo.

Finalizo aquí mi visita, pero hay muchos más rincones que ustedes pueden descubrir y que seguro les encantarán, sobre todo, porque disfrutarán de esta preciosa tierra, de sus gentes, de sus paisajes y de su gastronomía.

Compartir el artículo

stats