Crítica / Teatro
Dos Ramones flotando en el aire
Pedro Casablanc pone voz a un Gómez de la Serna rendido a Valle-Inclán en un espectáculo que es redondo de palabra, pero menos de hechos
"Don Ramón María del Valle-Inclán" primero fue un libro –el número 427 de la colección Austral, de 1944– y, después, con el andar de los años, un monólogo, uno de esos que da gusto escuchar (el viernes, por ejemplo, en el Niemeyer), aunque sólo sea por cómo suenan en la voz de Pedro Casablanc sintagmas tan redondos como "zarzal cancerígeno" u oraciones del tipo: "Las cosas no son como son, si no como se desbordan". Porque uno sólo puede rendirse ante lo que, verdaderamente, está bien escrito. Que tengo esa debilidad novencentista. ¿Para qué hablar de la cuarentena postparto pudiendo decir "puerperio"?
Y esto es posible porque Gómez de la Serna es el que escribe. Y el que se encarna en el cuerpo y los movimientos de un Casablanc en éxtasis, tan en éxtasis que los espectadores no pueden más que sumarse a la fiesta que está montada sobre las tablas –casi desnudas– de un escenario que sólo se viste con el diseño de iluminación más grandes de estos alrededores (Juan Gómez-Cornejo).
O sea, Pedro Casablanc es Gómez de la Serna diciendo cosas de Valle-Inclán, cantándole cosas al ritmo de un piano de Restauración que tañe un Mario Molina con chaqué y sonrisa divina.
Entiendo el embrujo de las palabras de Gómez de la Serna en la composición de su homenaje particular a Valle-Inclán –el poeta gallego hacía años que había subido a los cielos que toca el monte del Parnaso–. Y lo entiendo porque uno se vio atado de pies y manos ante la rebeldía anarco del excarlista por estética que fue el autor de las sonatas del marqués de Bradomín. Lo que me cuesta más entender es el motivo del homenaje. Vale, siempre está bien recordar a Valle y, de cuando en cuando, además, a Gómez de la Serna. Pero uno, qué quieren que les diga, andaba buscando una explicación para el florilegio y, al no hallarla, quedó desconcertado. Y eso que Casablanc está tremendo. Cuando, por ejemplo, explica la teoría estética del autor de "Luces de Bohemia": lo de escribir de rodillas, de pie y flotando. Los artífices de "Don Ramón María del Valle-Inclán" se pusieron a flotar y, de cuando en cuando, se llevaron al personal. Pero no siempre.
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