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Baloncesto

En el Loyola también se entrenan las emociones

Francisco Vallina lleva dos temporadas trabajando la parte mental con niños de entre 13 y 16 años que juegan a baloncesto en el colegio ovetense

Eladio Rico, agachado a la izquierda, con el equipo alevín del Loyola. LNE

El lenguaje importa. No es lo mismo decirle a alguien que lo hace todo mal que preguntarle qué cosas hace bien y qué cosas puede mejorar. La ira, la rabia, la frustración son emociones que pueden condicionar a cualquiera al realizar cualquier actividad. ¿Por qué no darle la vuelta y convertir esos sentimientos que te pueden bloquear en otros más constructivos? Este tipo de preguntas se las hace Francisco Vallina a los jugadores de baloncesto del colegio Loyola. Chicos de entre 13 y 16 años que desde la pasada temporada han visto cómo sus entrenamientos se completan con las técnicas de este ingeniero técnico industrial que decidió dar un giro a su vida formándose en disciplinas como el entrenamiento mental y el coaching, en principio muy alejadas de esos estudios técnicos.

Las reticencias que algunos dentro del colegio ovetense pudieron tener en un principio con la labor que realizaba Vallina se disiparon rápido. Los chicos están encantados y, encima, los resultados han mejorado. "Hay miedo al fracaso y al éxito, también a las expectativas, piensan 'hice un buen partido y en el siguiente me van a exigir que lo vuelva a hacer'". Éstos son algunos de los "bloqueos" que encuentra Vallina entre los chicos. Y para trabajar con ellos dispone de tres herramientas: la programación neurolingüista (PNL), herramientas de coaching y relajaciones profundas. "Mediante estas tres herramientas gestionamos emociones y sentimientos", explica.

Las palabras no son inocuas y por lo tanto Vallina apuesta por "utilizar un lenguaje que dé más peso a la oportunidad que a poner la atención en lo que te salió mal". Siempre les pido que me digan "tres cosas a mejorar y una que hicieron bien; así consigues que el chico se enfoque en la oportunidad", añade. Las metáforas también son una buena forma de que los chavales interioricen cosas que a lo mejor de forma directa no son capaces de gestionar: "El inconsciente es receptivo a las metáforas y nos sirve para quitar algún bloqueo que puedan tener los chavales", añade.

La irrupción de Francisco Vallina en el Loyola llegó a través de la experiencia que tuvo con un entrenador en un ámbito diferente al del baloncesto. "Esta persona me preguntó que por qué no lo intentaba con un colegio con niños y después me reuní con Eladio Rico (coordinador de los equipos de baloncesto del Loyola)", cuenta. A partir de ahí todo fue rodado y los resultados se pueden ver: "Los entrenadores y el coordinador apostaron a muerte por esto y se empezaron a ver los resultados, y, sobre todo, lo que más me gusta es ver cómo los niños se van contentos a casa".

El trabajo de Vallina en el colegio Loyola ha tenido resultados en lo deportivo, pero el objetivo no es tanto ganar partidos como dar armas a los chicos que les sirvan para el resto de su vida: "Utilizamos el deporte para cambiar a las personas", explica este entrenador mental. Vallina tiene tres normas que ha acordado con los chicos y que nunca se salta: "Siempre les digo la verdad, nunca cuento lo que me dicen y siempre les pido permiso para entrenar".

Uno de los mejores momentos que vivió este entrenador mental la pasada temporada con el colegio Loyola fue la Final Four que disputaron en Navia. Antes, preparándola, a Vallina le dijeron que una de las cosas que les preocupaban de ese torneo era el ruido que harían allí los aficionados en un recinto que iba a estar completamente abarrotado. Él, ni corto ni perezoso, se llevó hasta el entrenamiento unos altavoces y les puso un ruido similar al que se iban a encontrar en Navia. Al principio se quedaron parados, no sabían que hacer. "Más tarde se acostumbraron y lo asociaron a los entrenamientos y cuando jugaron en Navia lo hicieron con total tranquilidad". Francisco Vallina se ha convertido en un arma más de un Loyola en el que el baloncesto no para de crecer. Y en el que los niños van felices a entrenar.

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