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Dos décadas bajo los tres palos

Roberto Rodríguez, uno de los jugadores más veteranos del fútbol aficionado de Avilés, cumple 40 años este verano y 20 de ellos los ha dedicado a su pasión: defender la portería

Roberto Rodríguez se lanza a por un balón. MARA VILLAMUZA

Roberto Rodríguez no cumple años, cumple temporadas. El portero del modesto Rayo Villalegre, de la Segunda Regional, finalizó hace escasas semanas su vigésimo curso bajo palos. Tras dos décadas defendiendo una portería, se ve más joven que nunca. No le pesan los 40 años que cumplirá este verano. Y de hecho, ha renovado "su contrato" para seguir año más jugando en el campo de tierra de la Luz. "El fútbol es mi mayor afición. Sé que habrá algún día que toque dejarlo, porque los golpes se acumulan. Pero por ahora me han respetado las lesiones", explica el futbolista, que para esto de las dolencias es una rara avis. "En toda mi carrera, por lesión sólo me he perdido partidos por una pequeña rotura de fibras esta temporada", anuncia.

Espigado, con canas, de tez morena, tiene planta de arquero de los de antes; de los de salir fuerte puños y patear la bola sin piedad. Viéndole jugar, es seguro y tira de experiencia para conocer la portería como la palma de su mano. Es capaz de lanzarse de un palo a otro para sacar, con la punta de los dedos una pelota que estaba casi dentro. Y a pesar de todo, Roberto Rodríguez es la síntesis del infra fútbol. Ese balompié del barro, de los golpes, de la arena y de las pocas oportunidades. En el fondo, la historia del portero del Villalegre es la tantos futbolistas que nunca llegaron.

"Sí que es verdad que de pequeño se me veían maneras. Quizás si alguien me hubiera echado una mano, me hubieran explicado en lo que fallaba, habría podido llegar algo más lejos. Probé suerte en el Avilés y en el Navarro, pero me decían que me faltaba saque", lamenta.

Quizás por ello, a Roberto Rodríguez no le quedó más remedio que convertirse en un trotamundos del fútbol amateur. En sus 20 años de carrera, ha estado en seis equipos de diferentes torneos de aficionados. Como jugador federado, militó en la desaparecida escuadra de La Luz, dos temporadas. "Nos federamos porque tuvimos una sanción, por falta de jugadores y tuvimos que salir del torneo de forma temporal", explica el cancerbero, que en realidad es dependiente en un concesionario.

Acumula mil y una historias de fútbol. Por ejemplo, cita el torneo de fútbol siete de La Morgal. "Jugaba en un equipo, con gente de Perú. Los Pumas se llamaba el combinado. No es que fuéramos muy buenos, nos faltaba técnica. Pero en cada partido, el presidente se metía en el vestuario, para escuchar la charla del capitán del equipo. Era como un ritual. Logramos el ascenso en los penaltis. Paré tres penas máximas", recuerda Roberto Rodríguez sobre la que probablemente fue una de las tardes más felices de su vida.

"Es que cuando eres portero, cuando estás ahí debajo de los palos, al parar un gol, es como si vieras las dos jugadas. La que podría haber sido, y la que fue", reflexiona casi en actitud filosófica sobre su vocación. Una vocación, que al contrario que muchos porteros famosos -Víctor Valdes, por ejemplo- no empezó de forma tortuosa. Roberto Rodríguez era portero casi antes de nacer. "A mí nunca nadie me dijo que fuera portero. Lo normal es que cuando eres pequeño, si estás gordito o corres poco, es que te metan para dentro. Pero en mi caso no, yo siempre dije que fuera de la portería, que era para mí", se sincera.

Aunque si hubiera un momento primigenio, un punto cero, una momento en que el niño se convirtió en arquero, Roberto Fernández señala un partido de profesores contra alumnos, en el que su padre, maestro, jugaba en el equipo contrario, en el colegio público Poeta Ángel Ochoa. "Me motivaba jugar contra mi padre. También me gustaba fijarme en el más grande de todos. Ver cómo jugaba y pararle balones. Cuando eres portero, en el fondo lo que haces es tratar de defender a los tuyos. A mí me gusta poder ayudar a los más pequeños de mi equipo", apunta.

Ahora, que cumple 40 años en verano, que han pasado más de dos décadas de esos partidos, Roberto Rodríguez se machaca los codos en el penúltimo campo de tierra de Avilés, el de La Luz, en una especie de cuenta atrás. Algún día se dejará de vestir de corto. Pero si fútbol es un estado de ánimo, Roberto Rodríguez nunca dejará de ser portero.

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