Una amable lectora, compañera de profesión docente, escribe una carta al periódico a propósito de las «oposiciones 2008 de enseñanza Secundaria» y las noticias y artículos de opinión que sobre ellas se han publicado en LA NUEVA ESPAÑA en las últimas semanas.

Las noticias, firmadas por Pablo Álvarez, remiten al informe de un sindicato educativo en el que se concluye que el «99% de los aprobados en dichas oposiciones 2008, son interinos», y al sorprendente caso de una opositora que obtiene un 10 y se queda sin plaza.

Igualmente, la lectora alude a nuestro artículo de opinión del 5 de octubre «Grupos de presión, clientelismo e interés público» en el que cuestionábamos la ecuanimidad de los criterios de selección y la preeminencia del interino sobre el externo, o lo que es lo mismo, de la antigüedad sobre la nota del examen. A propósito de este texto, la remitente desarrolla una interpretación inexacta de la opinión que los interinos merecen a este autor y que matizamos a continuación.

Es de justicia remarcar el impagable servicio que miles de docentes interinos han rendido a la educación pública a lo largo de los años, así como el ahorro que han supuesto para las arcas públicas a costa de sufrir injustamente una situación laboral mucho menos que óptima. El docente interino ha vivido privado durante años del complemento de antigüedad en su nómina, hasta que se ha alcanzado esta merecida conquista laboral hace tan sólo dos cursos. El docente interino soporta la itinerancia y el desarraigo. El docente interino sufre el difícil trance de quien simultanea estudio con trabajo y vida profesional con familiar El docente interino desempeña la misma labor, trabaja las mismas horas y ejerce la docencia exactamente igual que el funcionario.

No obstante, su mejorable situación laboral, es envidiada por aquel que carece de su principal ventaja: un empleo.

Año tras año cientos de opositores concurren a los procesos selectivos y los interinos no son los únicos. Muchos son jóvenes recién licenciados, pero no faltan veteranos que provienen de sectores profesionales ajenos a la enseñanza. Estos externos empeñan en la preparación de su oposición el mismo sacrificio que un interino: horas robadas al sueño o a la vida familiar, jornadas de estudio maratonianas, ilusiones y vocaciones...

Ni más ni menos esfuerzo, ni más ni menos sacrificio. ¿Cómo someterles a un proceso de oposición que saben perdido de antemano?

Estos opositores carecen de una voz que los represente y defienda sus derechos ya que no son un colectivo profesional y sindicado, como razona acertadamente el profesor Argüelles-Meres en otro de los artículos mencionados por la lectora. Estos opositores merecen su oportunidad y cuanto piden es concurrir al proceso en igualdad de condiciones.

La amable lectora que ha inspirado este texto ha ganado con justicia su plaza en la convocatoria de 2008 tras una década como interina, y gracias a su esfuerzo personal ha obtenido una excelente nota en el proceso. Nos congratulamos por ello y nunca ha estado en nuestra intención desmerecer su mérito ni el de tantos otros opositores interinos; todo lo contrario.

Ahora bien, como ella reconoce en las conclusiones de su carta, el interino tiene viento a favor. Si una cosa así ocurre, más allá del debate antigüedad/examen del que ya tratamos en su día, es porque sus intereses como colectivo han estado bien representados por delante de los del resto de concurrentes.

Desde estas líneas sólo reivindicamos, hoy como siempre, un proceso de oposiciones más ecuánime y que los intereses de unos no lesionen los de los otros.

Ni más, ni menos.

Marcos A. Díaz

Alicante