No voy a hablar de Pepe el Ferreiro. No voy a hablar de un señor con boina que inventó un museo en el extremo occidente y al que ahora no le dejan ni entrar a por sus efectos personales, que suena a algo así como si lo estuviesen llamando delincuente. No voy a hablar de los museos de las pequeñas localidades asturianas. Bueno, sí. La política y la cultura a través de una no tan extraña conexión neuronal llevan a que en el córtex cerebral aparezca la imagen de un niño abrazado a las rodillas de su madre mientras ella mira desesperanzada al mar. La «fotografía» está rota en el acantilado de Rebolleres. La siguiente imagen es la de la Policía Local custodiando el Museo Antón de Candás, igualita a la que acabo de ver en Facebook de un «segurata» entre las varas de hierba del Museo de Grandas de Salime. ¿Qué pasará en los pequeños museos asturianos, esos que tanta vida dan a los pueblos?, ¿y en los grandes? Casi es mejor que no se haga el Museo de la Conserva de Candás, porque siempre es mejor prevenir que curar. De todos modos, «¡haxa salú!».