Opinión
En memoria de Irene Copado
Acaba el curso de la vida una dama del magisterio, la directora del colegio público de La Paz, en Teverga
“Puedo escribir los versos más tristes (…) Escribir por ejemplo, que ya anidaron los vencejos en el desván del ‘Chalet de don Santiago’; que el heno está presto para la siega; que la balada del lobo se oyó esta noche pasada en La Sedernia; que Amparo está ebria de amor por Jacinto; que las flores inundan con sus colores los campos; que el Principito sigue enamorado de su rosa; que los niños siguen enredando; que concluye el año escolar al tiempo que se nos va de las aulas y de su despacho de dirección Irene Copado tras esa penosa enfermedad cuyo signo se dibuja en el zodiaco en las noches serenas de comienzos del verano.
En estos días la “reciella” y los enseñantes dan por concluida la etapa anual de lecciones, apuntes, actividades, reuniones pedagógicas, libros, deberes, cuadernos, lápices, asambleas con los padres (importantes los vínculos paternos), bolis y demás material para tomarse un buen y merecido descanso estival.
Así lo venía haciendo Irene después de muchos años de una vida consagrada a la educación con su saber ser, estar y difundir el hermoso y no siempre fácil arte de enseñar a quien no sabe a través del don de la palabra, el respeto, la tolerancia, la prudencia, la disciplina y todas esas destrezas y habilidades que un buen maestro ha de llevar consigo.
Escribir por ejemplo que Irene (Paz en griego) llevaba consigo los títulos de mujer y maestra entre las manos: “Tú eres mujer un fanal/ transparente de hermosura…” (Espronceda). Alma sensible, sonrisa en los labios, afable y acogedora. Decir maestro o maestra es hablar de palabras mayores cinceladas en la piedra o esculpidas en una madera noble. “Una tarde parda y fría/ de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía/ de lluvia tras los cristales…” (A. Machado). O en el verano los versos de Gloria Fuertes: “…Para dibujar a un niño hay que hacerlo con cariño…”. O los niños y niñas retratados en los poemas cortos de García Lorca: “Mariposa del aire/ qué hermosa eres/ mariposa del aire/ dorada y verde./ Detrás de los cristales/ turbios, todos los niños/ ven convertirse en pájaros/ un árbol amarillo…”. Irene, es decir Paz, amaba la poesía.
Antes de iniciarse su enfermedad habíamos convenido que para un final de curso, este cronista colaborara con el claustro de maestros y maestras en preparar un recital de poesía. No pudo ser, Irene. Pero el año que viene lo haremos en tu nombre y tú nos ayudarás desde ese lugar hermoso –reservado a las mujeres de bien– donde descansas en Paz. ¡Poesía, eres Tú!
Por el túnel del tiempo me hubiera gustado haber sido tu alumno. Escuchar con atención tus lecciones magistrales y al término de las mismas inclinar con respeto la cabeza y exclamar, alma adentro: “Magíster dixit”.
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