La Nueva España de Siero

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Celso Peyroux

Música y palabras para la tragedia de Ucrania

La sala del Centro Cultural está pintada de blanco como el cal que ciega los ojos en las fachadas de las casas de la villa de Casas de Lázaro, una bella población a la entrada de la manchega Sierra de Alcaraz.

El numeroso público reunido que asiste al acto para conocer –a través de la imagen, la música y la palabra– habla bajo de lo divino y de lo humano. De pronto, irrumpe la voz del violín con una sonata de Rachmaninoff, interpretada por la joven violinista Ana Piñero, y el yunque del silencio se hace sonar por espacios habitados y el rincón silente donde "teníase al arpa" del poeta. Breves frases de la alcaldesa; entre otras: "…Cuando las cosas se hacen con el corazón, todo sale bien…".

El verbo entra en escena de los labios del cronista que habla del hambre, la sed y las injusticias que la sociedad consumista comete con los niños del mundo. Cada cinco segundos –dice- se muere un alma inocente por abandono: Haití, Etiopía, Afganistán… Y más tarde recita unos versos de Calderón de la Barca emulando a Segismundo: "…Y cuando el rostro volvió/ halló la respuesta viendo/ que otros sabio iba cogiendo/ las hierbas que él arrojó..." El cronista pretende recordar a quienes se quedan por el camino "…Y al volver la vista atrás…" (Antonio Machado, nos daremos cuenta de los seres vivos que se descuelgan del rebaño humano por falta de atenciones y de caridad).

Regresan de nuevo las cuatro cuerdas del noble instrumento con unas "Leyendas de pasión" y de nuevo el cronista toma el verbo para señalar que "…No es más feliz aquel que más tiene sino el que menos necesita para vivir…". Vuelan alas de versos y mariposas multicolores por todos los rincones y su deseo final para los asistentes: "…Que la Paz brille en vuestros corazones como la luz de vuestros ojos iluminan mi camino…".

Ondean al clamor de los vientos las banderas de Europa y de Ucrania y así comienza el documental con un país lleno de vida y de alegría, de trigo y de verdes pastizales, de música folclórica, de bailes de lienzos con todos los colores del arco iris, de bellas muchachas y hombre recios, altos y fornidos. Todo es un bello calidoscopio, hasta que un día febrerino de invierno se oyen a lo lejos los aullidos de los lobos provenientes de Los Urales y de la estepa cosaca. Rugen los cañones, se desmoronan las casas, se hunden los hogares, hay muerte y desolación. Seis millones de almas huyen de la tierra que los viera nacer hacia otros aleros más prometedores.

Al pronto, el violín de Ana Piñero tiembla entre sus manos cuando la partitura corresponde a Jhon Williams interpretando la "Schindler list". Las espigas y girasoles de los campos se vuelven negras y ya no ofrecen sus rostros al sol. Al rapsoda se le quiebra el don de la palabra y solo al final se deja oír como una voz lejana un himno a la esperanza que compusiera un día, pese a su sordera, Ludwig van Beethoven con el conocimiento de que aquella sinfonía habría de servir para múltiples ocasiones, porque durante otras tantas el ser humano estaría en guerra y la melodía habría de servir para clamar por la esperanza.

El documental lo cierran imágenes sobre Haití "el país más pobre del mundo" y sobre el Sahara, "la vergüenza de Europa", en palabras del cronista que los ha visitado hablando con propiedad y conocimientos.

Gandhi cierra la sesión con una salva de aplausos y las gentes salen con el corazón encogido. "No hay caminos para la Paz; la Paz es el verdadero camino que conduce al ser humano a la libertad suprema".

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