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Celso Peyroux

David Ruiz, historiador, humanista y amigo

Memoria de un referente en el estudio del movimiento obrero

Regreso de un viaje y la primera noticia que me encuentro en mis amadas tierras del Norte –nunca hay que perder de vista la luz de la estrella polar– es el fallecimiento de David Ruiz. En mi ausencia, la Dama del Alba se había llevado, una vez más, a un ínclito historiador, a un humanista y a buen amigo.

David Ruiz, historiador, humanista y amigo

Pocos días antes, había estallado la guerra de Ucrania. Es decir, la maldad del ser humano en su quintaesencia. La guerra de un descerebrado ávido de poder y de un psicópata de cuyo nombre no quiero acordarme.

Cuando en el año de gracia de mil novecientos ochenta y siete, tras los fracasos de Reikiavik, Ronald Reagan y Mijail Gorbachov ponían fin a la “Guerra Fría” para que la Paz volviera al mundo de los vivos y para que, desde entonces, mis hijos, mis nietas y millones de niños pudieran volver a jugar al balón y a las muñecas con la inocencia entre las manos. Me equivoqué. ¿Quién no nace durante una guerra? ¿Quién? El estigma de la violencia lo llevará siempre el ser humano como la sombra tenebrosa de un “... amasijo de barro mal cocido...” (León Felipe).

¡Cómo me gustaría hablar con David en estos días de dolor y rabias contenidas sobre “... los constructores de ruinas...”, como escribiría el poeta Paul Éluard días después del bombardeo de Gernika. Con su voz dulce, amena y pausada, con sus preclaras lecciones, con su sabiduría, una vez más, me hubiera ilustrado sobre este mundo de locos. Pero, sobre todo, con el manual de Historia que llevaba consigo en las mientes, me pondría los aconteceres en su sitio trayendo siempre a colación este o aquel suceso histórico como paradigma analógico para mejor comprender todo cuanto está ocurriendo. Dentro de algún tiempo se pasará página una vez más de este criminal, deleznable e insólito capítulo bélico. Aquí, dentro de algunos años, no pasó nada y volverán los versos frescos de José Hierro (centenario de su nacimiento: “Canción de cuna para dormir a un preso”): “... No es verdad que tú hayas sufrido, / son cuentos tristes que te cuentan...”

Nuestra amistad comenzaba en los intermedios del cine Palladium, a principios de los años setenta, viendo películas de “arte y ensayo” que en otras salas estaban prohibidas: “Hiroshima, mon amour”, “Ma nuit chez Maud”, “El graduado”, “El acorazado Potemkin”, “El séptimo sello”... y los grandes maestros de la pantalla: Ingmar Bergman, Pasolini, Roman Polanski, Buñuel... Era un deleite escuchar sus comentarios, mientras los tertulianos mirábamos a un lado y a otro intentando atisbar por qué rincón oscuro aparecerían los esbirros del comisario Ramos para conducirnos esposados a los calabozos de los “grises”. Más tarde en conferencias, charlas, sus clases en Extensión Universitaria, actividades culturales, reuniones políticas en los lugares clandestinos donde se hablaba y, a título personal, sus apuntes desprendidos para trabajar sobre mi ensayo “Seronda Roja” sobre la Revolución de Octubre de 1934 en los Valles del Trubia.

Para las manos manchadas de sangre de los versos de Éluard, Thomas Hobbes tiene la frase apropiada: “Homo homini lupus” (“El hombre es un lobo para el hombre”). Para la contingencia del ser humano y de lo que de él se puede esperar, Sófocles nos deja una sentencia: “El hombre es lo más bello y maravilloso y lo más terrible y cruel de cuanto en el mundo puede verse”.

Paz y el recuerdo imperecedero para David, y Gloria para Ucrania.

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