Un pecherín es una pechera pequeña, un pedazo de lienzo que se usaba antiguamente para abrigar el pecho y que los hermanos de La Salle convirtieron en su símbolo más característico. Durante más de un siglo el pecherín, o el «baberu» si quieren que nos entendamos mejor, ha sido popular en las Cuencas y todavía muchos recuerdan su presencia con cariño y lucen con orgullo en su solapa el emblema lasaliano. Hoy vamos a recordar como estos cuellos blancos empezaron a formar parte de nuestro paisaje.

La enseñanza religiosa en las Cuencas tuvo su primer objetivo en la educación de las niñas. En otra ocasión he contado que aunque el paradigma de este tipo de enseñanza fue siempre el poblado de Bustiello, sin embargo el primer colegio privado se inauguró en Sama de Langreo subvencionado por la empresa Duro y Cía y el propio Ayuntamiento de la localidad y bajo la dirección de las hermanas dominicas de La Anunciata; luego, pasado un año, las monjas llegaron hasta el Caudal cuando Fábrica de Mieres decidió reemplazar con ellas a las maestras laicas de sus clases abriendo además una Escuela del Hogar para las hijas de los obreros. En la Sociedad Hullera Española del marqués de Comillas las monjas que se encargaron de las escuelas dominicales femeninas en Ujo, Caborana y Bustiello, eran de la orden de las Hijas de la Caridad y también ejercían como enfermeras en el hospital de la empresa; por su parte los niños se encomendaron a la tutela de los HH de la Doctrina Cristiana que llegaron en 1902 a La Felguera y en 1904 fueron llamados a Mieres. Desde entonces estos frailes de La Salle fueron responsables en nuestros concejos de la educación de varias generaciones y aún conservan abierto en Ujo uno de sus establecimientos.

Miguel Ángel Fernández Palacios, experto en el pequeño mundo de Bustiello, viene trabajando los últimos años en las instituciones y los personajes que lo conformaron. En 2006 formó parte de la comisión que conmemoraba el centenario de la llegada de los hermanos al poblado minero y buscando informaciones sobre ellos se topó con un curioso documento sobre su implantación en Mieres dos años antes de que fueran solicitados por la SHE. Se trata de un álbum conmemorativo de sus bodas de plata en el cual, junto a un abundante material fotográfico imposible de encontrar en otra parte y las correspondientes opiniones de los antiguos alumnos de la época, encontramos una breve crónica de cómo se inició su relación con el concejo, poniendo algo de luz en este capítulo de nuestra historia.

Según el firmante del artículo, el entonces director del colegio Hno. Octavio, la iniciativa partió del capellán de los frailes de La Felguera, Eduardo Merediz, que era primo del famoso Valeriano Miranda, seguramente el cura más popular de esta villa quien falleció en 1927 después de haber pasado 42 años al frente de la parroquia de San Juan y que al haber nacido en Pola de Siero fue reconocido tras su muerte como hijo adoptivo de esta villa. En fin, Eduardo Merediz fue informado de que los Gilhou buscaban la construcción de un colegio religioso que asegurase la buena educación de sus futuros obreros. Los miembros de la familia que dirigía Fábrica de Mieres desde su fundación eran en aquel momento católicos convencidos tras haber evolucionado desde el judaísmo de sus abuelos dejando en el camino el protestantismo de los padres. Doña Enriqueta Gilhou, que aparece en una imagen del álbum posando cubierta con un piadoso velo, y su hija Marta, que luego sería la flamante condesa de Mieres, sabían por la fluida relación que en su casa se mantenía con Francia que en el país vecino los hermanos de La Salle habían alcanzado un gran prestigio y ahora estaban en desgracia a consecuencia de la ley laica promulgada por el Gobierno de Emile Combes que desde julio de 1904 prohibía a las numerosas congregaciones que siempre habían controlado las escuelas galas seguir impartiendo sus preceptos.

Por cierto, esta disposición francesa ocasionó un desplazamiento masivo de las diferentes órdenes de frailes galos que fueron acogidos por la sensibilidad internacional de los católicos más próximos y en gran parte fue el motivo de la implantación en nuestro solar de la mayor parte de las que aún hoy se dedican a la enseñanza concertada en España. Pero, a lo que iba: Merediz habló con don Valeriano, éste con doña Enriqueta y todos con el director del colegio felguerino; finalmente se pidió autorización al provincial de la Salle, el Hno. Juan, y se mandaron los primeros frailes desde Bujedo, en Burgos, que siempre ha sido el centro administrativo y espiritual lasaliano en la península Ibérica.

El pionero, el 24 de marzo de 1904. fue el Hno. Filoteo quien estableció los primeros contactos con las autoridades religiosas mierenses para estudiar el terreno y después de solicitar todas las informaciones precisas autorizó el traslado de otros tres compañeros, los HH. Eustaquio, Diego de Cádiz y Salvador.

Un aspecto interesante de esta crónica cuenta los avatares de la búsqueda de una ubicación para el colegio. Según parece, los Gilhou ofrecieron primero el edificio que ocupaba el hospital de Fábrica de Mieres en Murias, cerca de donde se levanta el actual, pero fue rechazado porque parecía algo distante de la población; se recurrió entonces a los talleres de la empresa Caudal -«onerosos y nada a la mano»- escribe el Hno. Octavio, y finalmente las aulas se habilitaron en una casa de la familia Trelles en La Villa, -«aceptándose por ser punto estratégico y necesitado de escuela»- subraya el texto.

Y aquí me veo en la obligación de aclarar a que se refería el Hno. con esta última y enigmática frase y es que parece que nuestro entrañable barrio debía de ser entonces a los ojos de los siervos de Dios como la antesala del Infierno si hacemos caso de un párrafo que aparece en otro artículo del mismo álbum que hoy estamos comentando: «Hace veinticinco años la Hermandad de La Salle apareció en La Villa, la más insumisa de las kábilas mierenses. Sobre el negro uniforme de esta heroica milicia de Roma, los pecherines blancos proclamaban con su infantil aleteo la pureza de sus corazones: dos páginas en blanco parecían haber sido elegidas como símbolo de su misión educadora».

Nos sorprende la rapidez con que se acometían las empresas en aquellos años. Pasadas pocas semanas desde la llegada de los frailes se abrió la matrícula para la escuela, destinada en un principio a los hijos de los obreros de la Fábrica, pero que en un principio fueron reacios a solicitarla; cuando al fin se decidieron, otros niños habían ocupado su lugar y hubo que habilitar un aula más y llamar a un refuerzo desde Bujedo. El quinto en venir fue el Hno. Basilio «el Francesín» y con él quedó constituida la primera comunidad mierense que se vería multiplicada en pocos años.

Conformada así la plantilla de enseñantes y con 120 alumnos que en dos meses serían ya 170, el 20 de abril se impartieron las primeras clases, pero como la demanda de asistentes seguía creciendo, volvió a cambiarse de locales instalándose en unos que luego ocuparía también la Guardia Civil y que pronto quedaron también pequeños. Así que, una vez solicitados los correspondientes permisos, el beneplácito de la municipalidad y el óbolo de los próceres, es decir, el dinero necesario, el 3 de noviembre de 1915 se inició la construcción del Colegio Santiago Apóstol, un edificio con su propia historia en la que nos detendremos otro día y que es colegio público desde 1971.

El desarrollo de la obra lasaliana les llevó a tener nueve casas en Asturias, de ellas seis en las Cuencas y su presencia es un capítulo indispensable sin el que no se entiende nuestro siglo XX, de la misma forma que para ellos también resultan imprescindibles las décadas vividas en nuestros pueblos y que de ninguna forma pueden reducirse a una sola jornada, la del 9 de octubre de 1934, cuando ocho hermanos de La Salle y un pasionista fueron fusilados en Turón. La casa de la historia debe hacerse con todos los ladrillos y gracias al hallazgo de Miguel hoy hemos puesto uno más.