Un fósil es el producto de la transformación en materia mineral de lo que fue un organismo vivo mucho antes de que el hombre apareciese por este mundo e incluso de que el paisaje, incluyendo ríos y montañas, se pareciese al actual. Para formarse necesita millones de años de reposo en una roca sedimentaria, un fenómeno que ha ido conformando el subsuelo de nuestras cuencas hasta acabar convirtiéndolas en un gigantesco archivo del pasado, puesto que el bendito carbón al que debemos lo que ahora somos no es más que un gigantesco depósito de fósiles; de manera que con cada vagoneta sacada de las minas en estos últimos siglos hemos ido arrancando también un pedazo de lo que un día fue el hábitat más exuberante e indirectamente nos hemos estado alimentando de sus productos, aunque en vez de comerlos los vendamos como combustible.

Todos los guajes de las Cuencas hemos jugado a buscar y guardar estas postales en relieve fabricadas por el tiempo y a través de ellas hemos visto troncos de árboles con aspecto de cota de mallas, hierbas gigantescas y de diseño imposible y, sobre todo, felechos, seguramente la seña de identidad más antigua con la que nos podemos identificar en la Montaña Central. También hemos oído dentro de la más pura mitología minera hablar de restos de animales extrañísimos y monstruosos hallados en los pozos mineros, que seguramente no fuesen más que formaciones caprichosas de algunos vegetales, porque los verdaderos vestigios animales son mucho más difíciles de localizar, sobre todo los de aquellos cuyo esqueleto orgánico no tiene sales minerales, lo que dificulta que acaben convirtiéndose en piedra.

Ahora hemos leído que en la zona carbonífera de la vertiente leonesa están de enhorabuena porque han encontrado un euriptérido. Ya supondrán ustedes que he tenido que buscar el significado de la palabrita, pero les ahorro el tener que hacer lo propio: los euriptéridos son un grupo espectacular de fósiles muy similares a los escorpiones marinos con una naturaleza que los científicos aún discuten divididos en dos tendencias, ya que mientras unos mantienen que serían efectivamente los antepasados de los escorpiones, otros sólo encuentran algo común en que ambos presentan una «cola» de cinco segmentos, una característica que no aparece en ningún otra especie.

A pesar de que el número de ejemplares que se han hallado hasta el momento es escaso, se conocen muchas variedades, y algunas verdaderamente espeluznantes como lo indica por ejemplo una pinza descubierta hace poco en una roca de una cantera de Renania-Palatinado (Alemania) y que tiene 46 centímetros de longitud, lo que supondría que el animal al que pertenecía medía 2,5 metros. El bicho vivía en el agua y, aunque seguramente su aguijón no servía para inocular veneno, era un feroz depredador que se alimentaba de otros animales no menos extraños: los primeros peces con caparazón.

Otro ejemplo de la existencia de estos seres de pesadilla se encontró también hace dos años en Escocia, aunque en este caso no era propiamente un fósil, sino su huella, un rastro que dejó otro gigantesco escorpión de seis patas mientras intentaba salir arrastrándose del agua y que, según la revista «Nature» debía de medir metro y medio de largo por uno de ancho.

En fin, todo esto viene a cuento porque recientemente se ha dado a conocer el descubrimiento en la escombrera de una antigua mina de carbón, próxima a la localidad leonesa de Garaño, de un fósil raro y muy bien conservado. Según parece, lo vio un aficionado leonés que recorría las escombreras buscando aumentar su colección con alguno de los ejemplares más corrientes que abundan por estos montes situados dentro de la cuenca carbonífera de La Magdalena y tuvo la suerte de hallar el dorso fósil de este euriptérido, de un tamaño mucho menor que los extranjeros, pero al que en la comunidad vecina se le dio rápidamente la importancia que merece.

Los escorpiones empezaron a lucir su palmito en un período llamado Silúrico, hace 450 millones de años y desde entonces, como si fuesen los «Rolling Stones» de la naturaleza, apenas han cambiado su aspecto, seguramente porque ya nacieron feos. Este ejemplar que tiene la peculiaridad de pertenecer a un animal que vivía en agua dulce, fue presentado a la comunidad científica en unas jornadas de la Sociedad Española de Paleontología celebradas en Albarracín y, después de su estudio, ahora se exhibe en el Museo Geominero de Madrid.

A pesar de su parecido con otros localizados en Europa e incluso en otros puntos de España, casi todos estos hallazgos siempre se reducen a patas, caparazones o fragmentos demasiado pequeños para su análisis y no de restos completos como en este caso, lo que lo convierte en extremadamente inusual, pero no en algo único, porque deben ustedes saber que con anterioridad ya han aparecido en la península Ibérica en otras dos ocasiones: en el norte de Portugal hacia 1890 yÉ en Ablaña en 1973. El abuelo-escorpión de Ablaña pertenece, como ya supondrán, al período carbonífero y se encontró, igual que sus hermanos, junto a otros fósiles de plantas y restos de lo que, para entendernos, podríamos llamar cucarachas primitivas y miriápodos gigantes; en fin, una fauna de lo más sugestivo, que el hombre nunca llegó a conocer, puesto que estamos hablando de una antigüedad cercana a los 300 millones de años, y es también un ejemplar pequeño, pero su existencia nos hace pensar que sus parientes gigantescos también debieron acompañarle en sus andanzas por estos lares. Si quieren saber cómo era, las fotografías que se tomaron en su momento aparecen en alguna enciclopedia temática, pero lo que no puedo asegurarles es dónde se encuentra el ejemplar en este momento. Según los expertos, el de Garaño pudo conservarse gracias a un accidente desafortunado para él, pero que nosotros agradecemos ahora: fue una gran riada, que lo sorprendió bajo una avalancha de sedimentos dejándolo sin aire, de forma que la falta de oxígeno hizo que el pobre bicho se ahogase en un momento sin dar tiempo a la presencia de las bacterias que provocan la descomposición de los cuerpos. Seguramente un drama parecido ocurrió con el de Ablaña, atrapado también por una catástrofe inesperada en una época en la que todo era desmesurado, pero gracias a su presencia podemos saber un poco más del origen de esta sufrida tierra e imaginarnos algo de aquel mundo que a nosotros se nos antoja terrorífico y fantástico.

Ahora los de León afirman que su escorpión es el más antiguo de España porque el equipo de paleontólogos que lo ha visto dice que tiene 300 millones de años. De acuerdo, pero también los tiene el nuestro, y remontándonos a esas cifras a ver quien es el guapo que determina, siglo más o menos, cuál es el que vivió primero. Aquí estamos acostumbrados a dejarnos relegar en todo sin poner ninguna pega y va siendo hora de que no seamos tan sumisos. Cuando hay mal tiempo la televisión nos ofrece imágenes del furor de las olas gallegas y luego conectan con Cantabria para que veamos la playa de El Sardinero; si se trata de escoger al azar varias provincias para preguntar a los ciudadanos de la calle acerca de la subida de precios o la opinión sobre el Gobierno, pongo por caso, también se nos ignora y el día de la lotería de Navidad pueden ustedes conocer los rostros de los agraciados con el quinto premio de Sabadell, pero aquí, como no se trate del Gordo, olvídense, y así con todo; de modo que ya es hora de reivindicar que lo nuestro debe tratarse con el mismo respeto que lo de fuera, y empezar por el escorpión de Ablaña es un buen punto de partida. Mientras que el fósil de nuestros vecinos es una estrella en los congresos de paleontología, el de Mieres anda durmiendo su pena por cualquier rincón y es completamente desconocido en nuestras cuencas. ¿Qué tal si lo recuperamos para presentarlo en el campus de Barredo? Así se ha hecho con el de Garaño en la Universidad de León, y aquí, aunque sea con retraso como casi siempre, aún estamos a tiempo. Todos los ladrillos sirven para ir levantando la casa.