El 16 de octubre de 2006, seis meses antes de las elecciones autonómicas y municipales, nos sorprendía una esquela a cinco columnas publicada en un diario madrileño en la que se recordaba a «Carlos González Álvarez, socialista y minero del concejo de Mieres, muerto a los 19 años, en octubre de 1934 junto con numerosos compañeros también socialistas y mineros en los enfrentamientos con una columna enviada desde León por el general Franco y al mando del capitán Rodríguez Lozano y otros oficiales». En el texto también se añadían referencias a los casi 1.200 caídos y asesinados en aquel episodio «víctimas del odio irracional y del clima de guerra civil creados consciente y deliberadamente por los líderes socialistas Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto, que ordenaron la insurrección armada contra el Gobierno legítimo de la República» y se incluía una última consideración sobre los «miserables que pretenden desterrar y reinventar la Guerra Civil, olvidando y ultrajando a las víctimas».

Lo primero que llamó nuestra atención fue que el recordatorio, tasado en 3.000 euros, lo pagase tantos años después un sobrino del finado, y lo segundo, que citase expresamente a uno de los oficiales -un simple capitán- como responsable de aquellas muertes en los combates.

Pero el misterio se resolvió cuando supimos que el capitán Lozano no era otro que el abuelo del presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, quien había citado a su pariente en aquellos días como un ejemplo a seguir, y que la esquela la había encargado Roberto Centeno, catedrático de Economía en la Universidad Politécnica de Madrid, colaborador de «El Mundo», que, como ya habrán supuesto, fue el diario elegido para la publicación, y viejo conocido de la COPE como responsable del programa «El disparate económico de la semana» y en la tertulia «La linterna de la economía», dirigida por César Vidal.

Siempre me ha llamado la atención la petulancia o, mejor, la inocencia de aquellos ciudadanos de a pie o colaboradores de prensa de corta distancia, como quien esto firma, que publican cartas abiertas dirigidas al Rey, al presidente del Gobierno o al mismísimo Papa, esperando que se distraigan un momento de sus ocupaciones para leer lo que opinan sobre los temas más peregrinos. Vaya la aclaración por delante, porque quiero dejar claro que aunque hoy voy a tratar aquí un aspecto de la biografía del mediático abuelo republicano del señor Rodríguez Zapatero no albergo ninguna esperanza de que la página llegue a la Moncloa y, lo que es más importante, les aseguro que tampoco me importa lo más mínimo. Así que no teman, quienes suelen leer esta página ya conocen lo que verdaderamente me interesa y saben que la única razón que tengo para traer aquí a colación al capitán Lozano es su relación con acontecimientos que hayan ocurrido en las Cuencas.

El caso es que los historiadores de la caverna han descubierto que Juan Rodríguez Lozano fue uno de los capitanes que intervino en la represión de nuestro Octubre revolucionario y por ello no se cortan al insinuar que jugó un papel activo a la hora de «sofocar la revolución emprendida por el mismo partido del que su nieto es hoy secretario general», si a ello añadimos que en el historial del militar figura el haber obtenido en África la cruz al Mérito Militar con distintivo rojo, por su valor contra los moros mientras estaba destinado en el Regimiento de Infantería «Serrallo» número 69, con base en Ceuta, que dirigía el general José Sanjurjo, que luego haría una conocida carrera como golpista, sólo les queda decir que en vez de mandarle al paredón, los franquistas deberían haberle dado un ministerio.

Lo que parece claro es que Juan Rodríguez Lozano fue un militar modélico, y así lo hizo constar el coronel Enrique Álvarez cuando escribió en su hoja de servicios en 1927: «Este oficial es un dechado de pundonor, tiene a su favor el concepto de los jefes y de todos sus compañeros. Su modestia corre pareja con su talento y discreción. Pueden confiársele todas las comisiones y trabajos, que desempeñará a satisfacción».

Pero, ay amigo, al parecer, la consigna era difamar al personaje como fuese y entre ellos no se pusieron de acuerdo en la línea a seguir, ya que si unos le acusaban de matar socialistas, otros se inventaron una historia sobre un comandante que durante la Guerra Civil se especializó en fusilar falangistas en la serranía leonesa enterrándolos en el suelo de forma que sólo saliera fuera la cabeza, y así se pudiera practicar con ella el tiro al blanco. Tremendo, si olvidamos la confusión entre comandante y capitán y si no fuese porque León cayó en manos de los nacionales el 22 de julio, a los cuatro del alzamiento militar, y ni Lozano ni nadie tuvo tiempo para perpetrar tamañas maldades. Aunque debemos aclarar que esta patraña partió también de otro colaborador de «El Mundo», Federico Quevedo, el cual -para que se hagan una idea de sus obsesiones- fue capaz de titular su crónica sobre el tremendo accidente de Barajas echándole la culpa al Gobierno: «Era inevitable: la España de Zapatero se ha teñido de tragedia».

En fin, volviendo a Octubre de 1934, entonces nuestro hombre se encontraba encuadrado en el Regimiento de Infantería «Burgos» número 36, con guarnición en León, y con él se desplazó hacia Asturias el 12 de octubre como ayudante del coronel jefe Vicente Lafuente Baleztena (y no Vicente La Fuente Valeztena, como escriben los manipuladores), donde estuvo hasta el día 31 para volver después a su acuartelamiento. Veamos ahora cómo se recoge este episodio en su hoja de servicios:

«En 5 de octubre y con motivo del movimiento revolucionario estallado en las provincias de Asturias y León se hizo su Coronel cargo de la Comandancia Militar de la Plaza y quedó a las inmediaciones de dicho Jefe de servicio en la misma hasta el día 12 que acompañando al citado Jefe marchó a Campomanes (Asturias), asistiendo a los reconocimientos que se verifican sobre los Montes que ocupan los rebeldes, el 14 auxilia al citado Jefe en el reconocimiento sobre el poblado de Ronzón, siendo intensamente tiroteado el grupo de reconocimiento y quedando en el pueblo de Vega del Rey hasta el día 18, que a las Órdenes del citado Coronel que manda la Columna Centro toma parte en la operación que da por resultado la ocupación de Pola de Lena y Ujo pernoctando en este último punto y continuando al día siguiente a Mieres donde el tan repetido Jefe se hace cargo de la Comandancia Militar, auxiliándole en su carácter de ayudante en las inspecciones que realiza a los pueblos de aquella zona, donde permanece hasta el 31 de octubre, que regresa a su guarnición».

A tenor de este documento no parece que su actuación haya sido demasiado sobresaliente y, desde luego, nada señala su participación en la represión que siguió a la Revolución.