Llevaba tiempo detrás de esta historia y por fin tengo los datos para cerrarla; me alegro porque es un capítulo sobre el que me pregunta mucha gente y que ya forma parte de la mitología local. Sitúense en el Mieres de finales de los sesenta, en su momento demográfico más alto, sin problemas de trabajo y lleno de jóvenes, pero con pocas opciones para divertirse.

Para salir del tedio algunos grupos forman clubes que se reúnen los fines de semana a escuchar música, hacer guateques y ligar -cuando se tercia-, otros pasean arriba y abajo por Camposagrado, no se pierden la película dominical en alguno de los cuatro cines que estrenan programa cada fin de semana o siguen el fútbol o el hockey sobre patines que, por obra y gracia de Alfredo Visiola, cuenta aquí con un equipo de prestigio.

También hay minorías que practican la halterofilia, la natación o incluso que estudian esperanto. Y entre todos ellos, para que no falte de nada, existe un pequeño grupo obsesionado por el mundo del automóvil que, en cuanto tiene ocasión, se reúne en el taller de Pepe Fernández, «El Chapista», ubicado en la calle Dieciocho de Julio, que, siguiendo el ritmo de los tiempos, va a cambiar su nombre tras la muerte del general Franco para pasar a llamarse «Primero de Mayo».

Éste no es un garaje al uso. Como es lógico, su principal actividad consiste en reparar los coches de los clientes para sostener el negocio familiar; pero además alberga una tertulia apasionada, seguramente única en la Asturias de aquellos años, en la que se habla de carreras, pilotos, motores extranjeros y piezas imposibles, y que cuenta con la característica particular de que la conversación se completa con la práctica y el conocimiento de los motores, intentando fabricar en casa aquello que no se puede conseguir en el mercado habitual.

Pepe ya era entonces un maestro experimentado; y sus dos hijos, Abel y Pepe Luis, no le iban a la zaga ni en habilidad ni en afición. Y mientras la gente de su edad mataba el tiempo en la barra fija del Yaracuy, el Capri o el Portofino, ellos preferían mancharse de grasa a sujetar cubalibres y oler a gasolina en lugar de a tabaco. Tampoco estaban solos; en el garaje se empezó a reunir un puñado de buenos aficionados que soñaban con poder sentarse algún día al volante de su propio bólido: el turonés Valduno, José María «Coré», Francisco Rebolo y José Ramón Fernández Castañón, «Monchu».

Así, resultó inevitable que acabasen formando su propia escudería: la llamaron «Tempus», el presidente era Arcadio «Cayo» y como secretario actuaba Vicente Noriega, otro mierense que acabó triunfando dedicado a una actividad muy diferente, la cocina, y todavía no se imaginaba que un día iba a abrir en Londres el restaurante Arcadia en sociedad con la actriz María Luisa Merlo.

Por fin, cuando empezaba el verano de 1970, Abel y Monchu se decidieron a dar el paso y con un Morris Mini y un Seat 124 respectivamente se inscribieron en Gijón en una de aquellas subidas a la Providencia que eran un jalón indispensable en el calendario automovilístico regional. La experiencia les abrió un horizonte que desde entonces iba a marcar sus vidas, a Monchu su máquina pronto se le quedó pequeña y en cuanto pudo no tardó en preparar un Renault 10, una carrocería poco usual en las pruebas de aquellos años.

Y siguieron corriendo juntos, unas veces en el mismo coche, como sucedió en el Rally «Ciudad de Oviedo» y otras compitiendo amistosamente: en el Rally del Salmón (1971) el Renault 10 de José Ramón obtenía el puesto 13.º en la general y el 5.º en la clasificación de pilotos noveles con Ignacio Osorio como copiloto; e inmediatamente detrás, en el 14.º y el 6.º de las mismas categorías, le seguía el Mini de Abel Fernández con Cesar Solís al lado.

Pero la historia que hoy nos ocupa se inició unos años más tarde; Abel recuerda que fue en el curso de una competición en El Berrón -en la que participan los dos- donde el autocross se les puso delante de los ojos. En aquel momento los motores ya no tenían secretos para ellos y él quería seguir dando pasos en esa dirección; le llamaron la atención aquellos vehículos y se dedicó a observarlos al milímetro, acarició su estructura, miro cada soldadura y se sentó a ver cómo se movían. Luego sentenció: «Creo que podemos hacer uno de éstos».

Y como la juventud lo puede todo, dicho y hecho. El entusiasmo contagió a toda la tertulia y se vivieron en el taller unas semanas de ajetreo, estudiando y dibujando planos, corrigiendo errores y sopesando las posibilidades; cuando todo estuvo claro, se pasó a la acción con la ayuda inestimable de una flamante balanza electrónica que ayudaba bastante a la hora de determinar el peso exacto de las piezas antes de que los ilusionados mecánicos las rematasen manualmente. Por fin, en 1978 los mierenses pudieron asistir al nacimiento de un proyecto propio al que bautizaron como «La Currutaca» y que tenía 2,40 metros entre ejes, una estabilidad envidiable e incorporaba a una estructura totalmente artesanal el cambio y algunas partes de Renault para moverse con un motor de Seat 1.500.

Era de esperar que se estrenase con Monchu, y así fue. Más tarde también Valduno corrió con ella, y en los meses que siguieron, el novedoso vehículo pudo ganar algunas carreras en el Campeonato de Asturias de autocross que los aficionados celebraron en la villa como si fuesen victorias del Caudal.

Y como la cosa había salido bien, a nadie le extrañó que del taller saliesen más modelos. En aquellos meses el garaje se trasladó desde el núcleo urbano hasta Vegadotos, pero la mudanza no fue un inconveniente para que siguiesen haciéndose cosas; al revés, la fama de «La Currutaca» había corrido entre los pilotos y con más tranquilidad y espacio se recibieron encargos para fabricar otros tres vehículos más modernos y con unas prestaciones avanzadas, como la incorporación del cambio de relación cerrada; dos llevaban un motor Renault Gordini 1.300 y con uno corrió el piloto Aladino Prado, que llegó a ser campeón de Asturias y de España; al tercero, para Pepe Caballé Martí, se le colocó un motor Ford V6.

Ya saben que la vida a veces puede tomar caminos diferentes, Pepe «El Chapista» decidió cambiar un día la llave inglesa por los pinceles y, contra todo pronóstico, se convirtió en un acuarelista de éxito; la evolución de Abel también fue curiosa y actualmente se dedica a la vela de competición, aunque continúa siendo capaz de desmontar cualquier vehículo hasta el último tornillo para volver a montarlo sin problemas y sigue manteniendo la idea de realizar algún día un coche que le deje satisfecho.

Por su parte, Monchu ya no paró desde entonces, salvo entre los años 1983 y 1987, cuando tuvo que aparcar obligado por distintas circunstancias personales, entre ellas aquel servicio militar que servía para que muchos perdiésemos el mejor año de nuestra vida a cambio de nada. De modo que cuando, en 2008, anunciaba que se iba a quitar el casco para siempre, cerraba su palmarés con un total de 192 victorias, entre ellas trece campeonatos de Asturias y dos de España y varios subcampeonatos, más una cifra imposible de premios menores obtenidos en las principales pruebas de autocross, rally y circuitos de montaña nacionales.

En este tiempo ha ido acumulando tantos recuerdos que seguramente le resulte imposible elegir cuál es el más querido; un día declaró en una entrevista que el momento más feliz de su vida deportiva lo vivió en 1998, cuando consiguió en Ibiza el título de campeón de España de montaña del grupo A2 con un M3. Hoy sigue trabajando en lo suyo y viendo las frenadas desde el arcén, aunque sus seguidores no pierden la esperanza de que ésta sea sólo una retirada temporal y vuelva otra vez, como hacen los primeros espadas. De cualquier forma, lo hecho ya no hay quien se lo quite.

Debo decirles que mis conocimientos de automoción se limitan a mi viejo coche, y creo que ni eso. Así que, para no meter la pata al escribir estas líneas, he tenido que ir confirmando cada dato y cada nombre, y me he encontrado con la sorpresa de que Monchu debe ser el piloto más laureado del país y si no es así no anda muy lejos, ¿Se imaginan ustedes hasta dónde podrían haber llegado él y su mecánico Abel, de haber nacido en el lugar y la época adecuados?

Desgraciadamente no se puede retroceder en la Historia, pero lo que sí es justo es que la conozcamos y la valoremos, y por eso se la contamos hoy aquí como un pequeño homenaje que quiere dar una pista a quienes tienen la posibilidad de expresarles un reconocimiento oficial.