El lunes 20 de mayo de 1946, Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios y de una parte del Ejército español, iniciaba en las instalaciones de Duro Felguera su apresurada visita por las cuencas mineras asturianas. El acto se incluía en un periplo de cinco días dedicado a recorrer las principales localidades del centro de Asturias y, como ustedes podrán comprobar, si tienen paciencia y ánimo para seguir este artículo, la prensa de la época tuvo que emplearse a fondo a la hora de magnificar el homenaje que por todas partes recibió el dictador. El Generalísimo llegó a la región el día 18, se alojó en Oviedo y se fue el 22 -vía León- con destino al palacio del Pardo.

Y es que, ciertamente, la gira fue un éxito, teniendo siempre en cuenta que en los días previos se había hecho pasar por Comisaría a todos los elementos sospechosos de poder boicotearla, que no eran pocos. Siguiendo las informaciones de los periódicos, nos enteramos de lo que pasó aquel día, o al menos de la parte oficial, porque de los sabotajes que derribaron varios postes de la luz y de la voladura de la vía férrea que interrumpió más de doce horas el tráfico con la Meseta nadie contó nada.

Así y todo, es curioso recordar cómo se desarrollaron los hechos, con las cifras exageradas de asistentes a las que los españoles estaban acostumbrados (recuerden el millón habitual que cada año se juntaba en la plaza de Oriente, incapaz de albergar al tercio de esa cantidad) y los adjetivos desmesurados para describir el fervor de los ciudadanos (en tres páginas del mismo diario he encontrado en seis ocasiones la expresión «entusiasmo delirante»). Ahora, retrocediendo en el tiempo, les hago un resumen, aunque no he podido evitar añadir algunos comentarios que seguramente reconocerán rápidamente.

Franco, acompañado del ministro de Trabajo, llegó a La Felguera a las 3.30 de la tarde siendo recibido por las autoridades y los mandos de Falange provinciales y locales para dirigirse, como ya anticipé, entre grandes aclamaciones a Duro Felguera, donde presenció la sangría de un alto horno y la elaboración con el hierro fundido del triple grito de «¡Franco, Franco, Franco!» que realizaron para él los patrióticos productores; luego recorrió los hornos de coque y presenció una segunda sangría, esta vez en un horno de acero (ya conocen la predilección que sentía por las sangrías de todo tipo); a continuación salió de las instalaciones en automóvil saludando a las Falanges Juveniles que llevaban su nombre y que agitaban al aire sus boinas desde los más altos tenderetes de la fábrica.

En el corto trayecto que media con Sama de Langreo la multitud no cesó en sus aplausos y sólo reinó el silencio cuando la banda del tabor de Regulares que entonces guarnecía la villa interpretó el himno nacional en la plaza del Ayuntamiento. Allí, el Generalísimo pasó a los salones del edificio para recibir a varias comisiones de mineros que le agasajaron, aunque tuvo que poner punto final a la recepción para dejarse ver en el balcón ante las personas que le aplaudían, nada menos que 25.000, según los cronistas, aunque también aclaraban que a los mineros de Langreo se habían sumado los de Sotrondio «que han venido voluntariamente desde lejanos lugares, a pie».

Los locutores de Radio Nacional de España contaron a sus oyentes cómo el Caudillo había sido recibido en el Nalón con un calor y entusiasmo tales que algunos momentos se llegó al frenesí: «Hubo un verdadero delirio por manifestar la adhesión y lealtad al salvador de España». Así y todo, y con tiempo para lo de las sangrías, los himnos, los saludos, las recepciones y el viaje hasta el Caudal, de no menos de media hora, a las 5 de la tarde el ilustrísimo visitante ya estaba en la cuenca hermana.

Los diarios nacionales reprodujeron la curiosa confusión de situar Mieres en el concejo de Aller, pero daba lo mismo: lo importante era reflejar la inquebrantable adhesión de los mineros, y lo de menos estaba en saber dónde vivían: «La llegada de Su Excelencia se anunció al vecindario del valle de Aller con explosiones de dinamita, y la entrada en Mieres fue apoteósica, le esperaban en la calle de Onésimo Redondo el Alcalde y las demás autoridades de la villa, y su marcha hasta el Ayuntamiento fue un verdadero clamor de entusiasmo».

En su recorrido por la villa la multitud pugnó de tal forma por acercarse al jefe del Estado que la fuerza encargada de guardar del orden no pudo contener el alud e incluso hubo un contusionado en el trayecto hasta Barredo, que estuvo protegido por una bandera de Regulares, centurias del Frente de Juventudes y de la Vieja Guardia y mineros de Turón -«puede decirse que se hallaba concentrado todo el vecindario del valle de Aller y los vítores a España y al Caudillo se sucedían sin interrupción»- escribieron los reporteros.

Al pie del pozo se levantó un artístico arco de triunfo flanqueado por dos bocaminas y allí fue cumplimentado por el gerente de la Fábrica de Mieres y por los consejeros e ingenieros de la misma y una nutridísima representación de todas las empresas mineras asturianas, visitó la sala de maquinaria y la central eléctrica e inmediatamente se dirigió a la Casa de España entre grandes aclamaciones, siempre rodeado por millares de personas que le aplaudían gritando sin cesar «¡Franco, sí; comunismo, no!». A continuación, acompañado por su séquito, pudo escuchar a los coros del Frente de Juventudes y de la Sección Femenina, y seguidamente recorrió los locales de la policlínica situada en el mismo edificio teniendo palabras de elogio para las magníficas instalaciones de aquel centro donde había habilitadas quince camas y servicios de las diferentes especialidades aptos incluso para intervenciones quirúrgicas de urgencia.

De nuevo en la calle, las aclamaciones de la multitud volvieron a acompañar al Caudillo en todo el trayecto hasta el Ayuntamiento, y a su llegada fue interpretado el himno nacional por la banda del municipio, luego revistó las fuerzas que le rindieron honores ante el muro del fuerte, pintado para la ocasión con grandes letras que repetían su nombre y que hace pocos años, tras una limpieza de la hiedra volvieron a salir a la luz haciéndonos recordar aquellos tiempos, y entró en el Consistorio para asomarse al balcón y dirigir a los congregados en la plaza una breve alocución en la que, entre otras cosas, dijo. «Hay muchas tierras españolas y muchos lugares de España a cuyo lado sois unos afortunados, porque tenéis trabajo todo el año y tenéis pan todos los días».

Al terminar de hablar el jefe del Estado la emoción fue indescriptible y la multitud, enardecida, no cesó en sus aclamaciones patrióticas hasta que abandonó la villa, prolongándose también durante todo el trayecto de vuelta a Oviedo, donde ya por la noche, en el Palacio de la Diputación, se celebró una cena de gala en su honor, a la que asistió acompañado de su esposa y de varios ministros.

Por aquellas fechas aún quedaban muchos presos políticos repartidos por las cárceles españolas y los fugaos se mantenían activos en la zona de la Montaña Central; precisamente la Guardia Civil acababa de desbaratar el intento de cuarenta maquis que habían intentado dirigirse desde Francia a Asturias pasando por los Pirineos, y a ellos y a los apoyos con los que contaban en nuestras cuencas se dirigió un editorial del diario «La Vanguardia» publicado el día 23, cuando el viaje ya había concluido, que de paso daba una pista sobre su utilidad propagandística: «¿Qué dirán cuando sepan que el Caudillo, acompañado de su esposa, se ha metido en la boca del lobo y ha recorrido en triunfo la zona dominada por los rebeldes? ¿Cómo excusarán el entusiasmo demostrado por los insurrectos ante la presencia del Jefe a quien le tienen declarada la guerra?... Posiblemente se disculparán diciendo que quienes aclamaron al jefe del Estado español no eran tales mineros sino moros de Beni Urriaguel disfrazados?»

Unas frases del discurso que pronunció en Gijón, en el curso de aquella visita, también nos sirven para comprender cuál fue entonces el tono de su mensaje: «El español es demasiado valeroso para conformarse con la mediocridad ¡Desgraciada de España si no existiera esta muestra de virilidad y rebeldía! Por eso nuestro movimiento fue una necesidad. Habíamos de salir de la mediocridad. No hay redención sin sangre, y ¡bendita mil veces la sangre que nos ha traído nuestra redención!».

Y hasta aquí el resumen de prensa, en el que he evitado intencionadamente los nombres de quienes más se destacaron en los agasajos locales. La mayor parte son conocidos de todos, pero seguramente se llevarían alguna sorpresa al conocer a otros. Sólo una cosa más: Francisco Franco fue nombrado en junio de 1944 hijo adoptivo de Mieres y galardonado posteriormente con la primera medalla de oro de la villa. Ustedes mismos.