Al maestro Albino Suárez:

A lo largo del siglo XIX la paz de Laviana, igual que sucedió en toda la Montaña Central, se vio alterada por la búsqueda y la explotación del carbón. En la última década de aquel siglo, Coto Musel y Carrio se convirtieron en un polo de atracción para una marea humana que inundó las aldeas acabando con las formas de vida tradicionales. En 1903 llegaba a las librerías «La aldea perdida», una de las mejores novelas escritas en Asturias y que es también la mejor crónica sobre esos tiempos de mudanzas. Como seguramente saben la escribió un hijo de esta tierra, don Armando Palacio Valdés y refleja con maestría la agonía del mundo agrícola que va quedando relegado ante el empuje de la industrialización, teniendo como consecuencia inevitable la sustitución de la vida tranquila y las costumbres sosegadas de sus habitantes por la prisa, la agitación y los hábitos pendencieros que traían algunos de los que llegaban desde otras provincias a trabajar en las minas. Entre aquellos mineros no faltaban los que buscaban el dinero rápido asumiendo los riesgos que otros rechazaban, sin temor a los accidentes o al riesgo de quemar su salud en pocos años y cuando podían se embrutecían con el alcohol y las pendencias en el intento de olvidarse por unas horas de la vida que llevaban. Don Armando describe así esta circunstancia en el capítulo XVI de la obra para mostrar como esos desgraciados contagiaban sus vicios a los jóvenes nacidos en el Alto Nalón: «Aquellos mozos antes tan parcos y sumisos se tornaron en pocos meses díscolos, derrochadores y blasfemos. No solamente cambiaron su pintoresco traje aldeano por el pantalón largo y la boina, sino que se proveyeron casi todos de botas de montar, bufanda, reloj, y lo que es peor, de navaja y revólver? al poco tiempo hubo en aquel valle atrasado tantos tiros y puñaladas como en cualquier otro país más adelantado».

Esta observación sobre los cambios sociales a los que asistía como testigo principal nuestro autor le sirvió para introducir una escena en la cual Plutón «uno de los mineros más hábiles del coto de Carrio», personaje feroz y carente de sentimientos que representa la cara más negra de los recién llegados, hiere gravemente con su navaja a Martinán el tabernero filósofo de Entralgo en su propio establecimiento para huir después tras amenazar a los testigos de la agresión y ser detenido finalmente a media noche por la Guardia Civil en su alojamiento de Canzana.

En ocasiones se ha considerado que el argumento de «La aldea perdida» tiene mucho de exageración literaria, pero ya hemos dicho en otras ocasiones que la realidad supera a veces a la ficción y hoy, sin salir de Laviana, les voy a contar un hecho ocurrido pocos años más tarde de la publicación del libro y que podría haber salido perfectamente de la pluma de Palacio Valdés.

Fue el domingo 7 de junio de 1914, pocos días antes de que Europa se sobrecogiese con el atentado que en Sarajevo iba a causar la muerte a los herederos de la Corona del Imperio austro-húngaro facilitando así el inicio inmediato de la I Guerra Mundial y el inicio de la edad de oro del carbón asturiano. La noticia enviada a la sección de sucesos de los principales diarios nacionales por sus corresponsales, con pocas variaciones decía así: «En Laviana, practicando gestiones una pareja de la Benemérita para detener a un individuo que infirió graves heridas á otro, encontraron á las doce de la noche a un sujeto apodado «El Chamarreta», quien, desobedeciendo la voz de «alto», pretendió agredir a los civiles, revólver en mano, por lo que el guardia Manuel Montero disparó su fusil, dejándole cadáver». El ambiente de aquellos años dejaba las trifulcas de fin de semana que a veces se siguen produciendo en la villa en juegos de niños. En aquellas peleas que no faltaban en cada tarde de domingo y se multiplicaban en las fiestas locales casi siempre había sangre y todas se cerraban con un nutrido listado de heridos, pero lo que hace que nos detengamos precisamente en este tiroteo de 1914 es la implicación de la Guardia Civil en una de las muertes, algo que no era tan habitual.

Lo primero que llama la atención en el suceso es que se conociese primero en las redacciones de las grandes capitales que en las asturianas y también el enfoque que se le dio desde un principio, ya que aquí no se publicó hasta el día 10 y cuando se hizo se presentó a los lectores como algo que era de esperar en cualquier momento, silenciando la intervención de la autoridad; es más, si leemos despacio nos da la impresión de que se quería ir preparando el ambiente antes de dar los detalles de la noticia al día siguiente para justificar lo sucedido. Vean a lo que me refiero leyendo la crónica de El Noroeste: «El matonismo que anda suelto por Laviana había de producir al fin estas consecuencias que tocamos hoy y que llevaron el luto a hogares humildes y honrados donde se llora en estos momento la pérdida de seres queridos víctima del imperio del hampa dueña desde hace tiempo de los destinos de este pueblo. Uno y otro día, desde estas columnas venimos llamando la atención de nuestras autoridades sobre los desmanes que a diario cometen en nuestra villa una pandilla de desalmados que mantienen en constante alarma al vecindario sin que nadie se preocupe de sentarles mano duramente. Esta pasividad de nuestras autoridades había de conducirnos un día u otro a la contemplación de tristes sucesos como los desarrollados en la noche del domingo último».

Y a renglón seguido se contaba como, avanzada la noche, el tranquilo vecindario se había sobresaltado al oír en una de las calles más céntricas de La Pola voces de reyerta seguidas de tres disparos de arma de fuego. Cuando llegó la calma quedaba en el suelo un hombre joven aún, en lo mejor de la vida, abandonado a su suerte en medio del charco de sangre que manaba de las heridas y que acabaron causándole la muerte. Poco después, ya retirado el herido, otra detonación anunció al vecindario una nueva tragedia con otro joven muerto a pocos pasos del lugar donde acababa de ser recogido el herido anterior.

El diario concluía especificando las causas que a juicio del comentarista habían determinado los acontecimientos: «la corrupción, el vicio, el desenfreno en que vive esta juventud, a quien por otra parte, nadie se preocupa de guiar y dirigir por el buen camino»? casi en la misma línea que había dibujado Palacio Valdés en el final de su novela.

Sin embargo, en el informe manejado por la Guardia Civil para que se pudiesen instruir las oportunas diligencias -encargadas al capitán Antonio García-, se contaban los hechos de otra forma: Al personarse a las 23,45 horas del día 7 del corriente, los guardias de segunda de este puesto Cayetano Sánchez Martín y Manuel Montero Regatero en el establecimiento de bebidas que Concepción González Hevia posee en dicha villa con objeto de proceder a la detención de tres sujetos reclamados por el Juzgado de instrucción como autores de heridas graves causadas a otro, penetró en el local el guardia encargado de pareja Cayetano Sánchez situándose el otro de auxiliar a una distancia conveniente en la parte exterior del edificio con el fin de ejercer continua vigilancia, toda vez que los individuos reclamados se hospedaban en dicho establecimiento.

El guardia Montero observo que se le acercaba una persona y le dio el «alto a la Guardia Civil» a lo que contestó el que se aproximaba «qué Guardia Civil ni que c?» y al mismo tiempo le apuntaba con un revolver. Entonces el guardia disparó el fusil contra el individuo en cuestión que quedó muerto en el acto. El proyectil le había penetrado en la cabeza. Identificado el cadáver por el Juzgado de Instrucción que se personó en el lugar del suceso resultó ser el de José González Orviz (a) «Chamarreta» de 24 años de edad. Soltero, natural y vecino del pueblo de Cabezada, parroquia de Blimea, concejo de San Martín del Rey Aurelio. El revolver con que apuntaba fue hallado en el suelo y debajo de la mano derecha del cadáver. No hace falta pensar mucho para ver que es prácticamente imposible tener la rapidez necesaria para dirigir un fusil a alguien que ya está apuntando con un revolver y disparar antes que él, como también es difícil que la bala vaya dirigida a la cabeza en vez de al pecho y es la mayor de las casualidades que cuando el delincuente es abatido su revolver vaya caer justo debajo de su mano derecha. En fin, a poco que nos paremos en los detalles, vemos como hoy este suceso acabaría en los tribunales. Pero eso ya es lo de menos, lo importante es que, aunque nos parezca mentira, la historia nos dice que las calles de antaño eran menos seguras que las de hogaño, así son las cosas.