El 13 de septiembre de 1923, Miguel Primo de Rivera, entonces capitán general de Cataluña, dio un toque de modernidad a la historia de los golpes de Estado españoles pronunciándose contra la legalidad del Estado sin derramamiento de sangre y empleando en vez de la pistola un medio tan alejado de la violencia como el telegrama. El nuevo dictador quería salvar España, lo mismo que todos los que en los últimos 200 años se han hecho de una forma u otra con las riendas de este país después de pasarse las urnas por sus partes, pero en esta ocasión contaba en su proyecto con muchos más apoyos que enemigos.

A su lado estaban prácticamente todos los sectores que contaban algo en este país: el mismo rey, la oligarquía, especialmente la burguesía catalana, la Iglesia católica, políticos conservadores y liberales e incluso la UGT y los socialistas de Largo Caballero. Enfrente, algunos monárquicos despistados que se resistían a creer que detrás de la jugada estuviese el mismo Alfonso XIII, republicanos, comunistas, la CNT, el otro sector del PSOE y un pequeño grupo de intelectuales, profesores y estudiantes universitarios.

Primo llegó como un cirujano de hierro destinado a erradicar rápidamente los males del país y prometió marcharse una vez cumplida su misión, pero desde un principio su intención era otra y para consolidar su régimen presentó un Gobierno que tenía el mismo número de militares que de civiles, instituyó un asamblea consultiva y apoyó un partido, la Unión Patriótica, que quería estar abierto a todas las ideologías. Su máximo representante en Asturias fue José Sela y Sela, mierense y, para decirlo todo, uno de los mejores alcaldes que ha tenido esta villa ya que bajo su mandato se hicieron obras como el encauce del río Caudal o la traída de aguas y se reformó el urbanismo, prolongando y abriendo nuevas calles al tiempo que se creaban espacios de recreo.

Por otro lado, la prohibición del Sindicato Único de Mineros que agrupaba a los trabajadores situados a la izquierda del SOMA, dejó a esta organización sin competencia, frenando la crisis en que estaba sumida y haciendo que Manuel Llaneza recuperase su influencia, deteriorada a pesar de que llevaba un año como diputado en las Cortes por Oviedo. Llaneza llegó a ser propuesto para conducir el Ministerio de Trabajo, pero renunció, alejando una decisión que en aquel momento pudo haber cambiado la historia del movimiento obrero español.

De manera que la UGT se convirtió en el único interlocutor de la clase obrera, firmando acuerdos tan polémicos como el adoptado en noviembre de 1924 cuando González Peña, José María Suárez y el propio Llaneza para evitar una reducción de plantilla en Fábrica de Mieres aceptaron ante la patronal que se trabajase sólo cuatro días por semana con la correspondiente reducción salarial que implicaba. Aunque en el otro platillo de la balanza, el sindicato acabó consiguiendo en este período numerosos logros como la extensión de la Seguridad Social, el seguro de maternidad o el apoyo económico a las familias numerosas, por citar sólo aquellos que alcanzaron más repercusión social.

Así las cosas, Asturias era un territorio seguro para el dictador, que decidió visitar la región en agosto de 1924. Se lo cuento apresuradamente, para que quepa en esta página.

Llegó aquí el sábado día 2 y ocupó las primeras horas en recorrer las industrias gijonesas y El Musel; el domingo fue a cumplir a Covadonga y el lunes 4 se presentaba en el valle del Nalón entrando en Frieres en automóvil sobre las nueve de la mañana, temprano, ya que la tarde estaba dedicada a otros actos en Trubia y Avilés. Le acompañaba su séquito encabezado por el general Martínez Anido, el gobernador, el jefe del Estado mayor, el alcalde Gil Rodríguez y el juez de Laviana Francisco Calvo. En el Ayuntamiento de Langreo recibió a una comisión de ayudantes de Minas y saludó al pueblo desde el balcón, seguidamente le condujeron hasta El Sotón y allí, acompañado por la directiva de Duro Felguera y algunos ingenieros descendió a la mina por primera vez.

Las crónicas contaron que bajó a 190 metros de profundidad y fue llevado hasta la capa llamada «Lozanita» para que viese de cerca el trabajo minero. Estuvo en el tajo cerca de una hora y luego fue saludado por la Brigada de Salvamento y las autoridades de los concejos vecinos, entre los que se destacó el alcalde de San Martín del Rey Aurelio para entregarle un escrito con diferentes peticiones. Desde allí marchó a la Central de la Cooperativa Eléctrica Langreana, sita en Carrocera, y a continuación visitó las instalaciones y el Hospital de Duro Felguera saludando uno por uno a todos los enfermos.

Seguramente lo más destacado de la jornada fue el discurso improvisado que dirigió a los obreros concentrados en la empresa defendiendo el derecho a la huelga como arma de lucha y reivindicación pero aclarando que nunca debía ser revolucionaria ni de solidaridad y tenía que limitarse al taller o al incidente que la hubiese originado.

Pasamos al día 5: Mieres. Aquí se desplazó en un tren especial del Vasco-Asturiano con su comitiva habitual reforzada por varios ingenieros, el responsable de minas y el director del ferrocarril y puso el pie en la estación poco después de las once de la mañana. Le esperaba una multitud encabezada por las autoridades locales y el alcalde José Sela, que a la vez era -como ya he dicho- jefe de su partido, y entre ovaciones se desplazó hasta el Ayuntamiento donde se le obsequió con un aperitivo y como era de esperar, tras escuchar las peticiones que se le presentaron, salió a saludar desde el balcón central. Luego conoció la Escuela de Capataces y en el pozo Barredo no tuvo inconveniente en volver a bajar a la mina, esta vez ya vestido de mahón, con boina y llevando en la mano su propia lámpara y acompañado por los más animosos de sus acompañantes.

En la plazoleta de la explotación, que era entonces la mayor mina de Asturias, con una longitud de 1.800 metros y una producción diaria de quinientas a seiscientas toneladas de carbón, le esperaban millares de obreros que le ovacionaron largamente al ver su indumentaria y atendiendo a sus deseos les dirigió la palabra desde el rellano de una escalera convertida en tribuna pidiéndoles que también prestasen su esfuerzo a la obra de la regeneración de la patria y manifestando su propósito de respeto y diálogo con su organización sindical.

Al terminar su arenga y entre aclamaciones fue llevado al grupo de Casas Baratas edificado por la Fábrica de Mieres y entró en el domicilio del obrero Ulpiano Fernández, visitando todas las dependencias. Después, en los hermosos jardines de la gerencia de la empresa, se le obsequió con una comida que la prensa calificó de íntima aunque estuvo amenizada por 1a banda de música y el orfeón mierense.

Tras los brindis y cerca ya de las cuatro, visitó las instalaciones de Hulleras de Turón, donde por tercera vez volvió a descender a un pozo, en esta ocasión La Rabaldana. Luego en Santa Cruz visitó las instalaciones de Electra de Viesgo y en Bustiello el sanatorio de la Sociedad Hullera Española, llegando hasta Caborana para conocer a los somatenistas de la localidad; merendó en Ujo y seguidamente por la línea del Norte, en un tren especial conducido por un tractor eléctrico, subió hasta Fierros a visitar las obras de electrificación de Pajares.

Entre unas cosas y otras, regresó a Oviedo a las diez de la noche, de manera que hubo que posponer los actos previstos hasta la mañana siguiente. Por fin, el día 6 visitó apresuradamente la capital antes de viajar hasta el puerto de San Esteban de Pravia, importante en aquel momento porque se pensaba convertirlo en el punto de salida del carbón asturiano, y en el lugar llegó incluso a embarcarse en un vaporcito para reconocer desde el mar su escollera. Luego, de regreso a la capital, asistió en el teatro Campoamor a un banquete con 300 comensales ilustres que le mostraron su apoyo y por la tarde ya estaba regresando a Madrid.

Y hasta aquí el resumen de un viaje en el que se evidencia un marcado interés del dictador por congraciarse con los mineros, como queda claro en el tono de unos discursos supuestamente espontáneos en los que se lanzaron unos mensajes al mundo sindical que nunca más volvieron a oírse en la palabra de ningún dirigente gubernamental.

Primo de Rivera fue perdiendo apoyos hasta dimitir en el mes de enero de 1930, entonces el rey Alfonso XIII intentó volver a la monarquía constitucional encargando al general Berenguer esta transición. Aquel fue el período conocido como la «Dictablanda», un fracaso, porque ya se sabe que no se puede nadar y guardar la ropa al mismo tiempo. Mientras tanto, la República llamaba a la puerta de casa.