Hace mucho tiempo que no se registran apariciones marianas en la Montaña Central. La verdad es que tampoco abundan en el resto del país, salvo en el irreductible y hermético círculo de El Escorial. En el resto del mundo las visitas de la Virgen también se hacen de rogar. Son tiempos de descreídos y además la necesidad ayuda al materialismo de modo que incluso entre los más religiosos se cuestionan los hechos milagrosos.

Vean sino lo que ocurrió con el último de estos casos que se recuerda en Asturias y que pasó al olvido sin haber llegado a pollero por la acción inesperada de unos vendedores de chatarra: creo que ya estábamos en la década de 1980 cuando corrió por Gijón la noticia de que La Señora se aparecía, no sobre un árbol, como suele ser habitual, sino teniendo como pedestal una bañera que estaba abandonada en un prado de la zona de Cabueñes. La gente empezó a desplazarse hasta el lugar para presenciar el fenómeno, pero a las pocas semanas, antes de que los grupos de curiosos llegasen a convertirse en una multitud piadosa, la bañera desapareció de repente y con ella se fue el misterio.

Sin embargo, en otra época se asumía sin problemas la intervención de María, que además de presentarse periódicamente amenazando con terribles calamidades si este mundo de pecadores no cambiaba de rumbo, en otras ocasiones lo hacía simplemente para dar su opinión sobre los lugares que elegían sus fieles para levantar las ermitas de los pueblos.

Albino Suárez, de quien aprendo continuamente no solo como escribir sobre las cosas antiguas de nuestras tierra sino también como sobrevivir con resignación y dignidad a las actuales, ha recogido y publicado las crónicas de varias supuestas apariciones en Laviana, un concejo que es especialmente pródigo en estas historias. Así, lo sucedido con la Virgen del Obellayo, venerada por los fieles de Ribota y L´Acebal, cuya imagen se intentó trasladar hasta El Quintanal, dado el deterioro que presentaba su ermita, aunque fue inútil porque ella, enemiga de mudanzas, volvía a aparecer una y otra vez en las ramas de un fresno próximo a su antigua morada, llevándose también las piedras de la construcción que amanecían depositadas a sus pies.

La del Obellayo es una virgen pequeña, que se representa sentada y dando de mamar al niño, lo que se denomina en términos cultos galactotrofusa, igual que la de Miravalles, en el concejo de Aller, cuya enigmática imagen de piedra se encontró un día al lado de un manantial, entre un avellano y unos salgueros, cuyo agua siempre tuvo fama de curar las enfermedades de la vista. Luego, los vecinos la llevaron hasta la iglesia del pueblo, pero ella, tan exigente como en Laviana, se desplazó también milagrosamente una y otra vez hasta la fuente mágica hasta que consiguió que los fieles erigiesen su propio templo en el lugar más cercano que encontraron a aquel terreno inestable y húmedo.

Dicen, que ella para hacer ver que lo comprendía hizo crecer en el campanario al avellano y los salgueros que aunque ya fueron talados varias veces, seguían allí la última vez que visité el santuario, aunque de esto hace ya tiempo.

Les contaba antes que en El Obellayo la Virgen se llevaba con ella los bloques de piedra; una tradición que se repite en otros lugares de Laviana. La misma historia se escucha en Cortina, donde los vecinos que insistían en construir una capilla en honor de la Virgen en Saétina tuvieron que desistir porque las piedras y las vigas desaparecían para amanecer amontonadas frente a un pequeño tejo que crecía en un pequeño alto sobre el pueblo, y aún sigue allí, aunque ahora se ha convertido en un hermoso ejemplar que tiene un perímetro de 247 cm y una altura de 11 metros. Otro día les hablaré de la estrecha relación que se puede establecer en nuestras montañas entre el culto pagano a los árboles y la devoción mariana, pero hoy estamos con otra cosa.

Sin salir de este concejo, una leyenda más, la que se guarda en el Otero añade a lo habitual ciertos tintes reivindicativos porque nace del enfrentamiento entre los señores de la zona y los humildes campesinos que trabajaban sus tierras. Los primeros estaban empeñados en edificar una ermita junto a sus viviendas para disponer de ella en sus ceremonias y los pobres preferían hacerlo en un paraje más alejado y por eso más apropiado para el recogimiento que debe acompañar a la oración.

La opción estaba clara y aunque los pudientes se empeñaron en bajar repetidamente los materiales hasta el punto que habían dispuesto con su autoridad, estos volvían a la campa elegida por los más sencillos, que fue donde finalmente se levantó el templo. Tal vez por eso la Virgen del Otero se convirtió en la patrona de Laviana y la procesión que se celebra al atardecer de cada 14 de agosto sigue guardando su carácter popular.

También en el valle del Nalón, pero en el concejo de Langreo, encontramos otra de estas historias, aunque más rica en detalles. A estas alturas no les extrañará conocer que La Virgen del Carbayo, en Ciaño, desmontó también el trabajo de su ermita para depositar los materiales en el lugar de su elección, pero es que aquí, acabó completando su mensaje de una forma que nos cuesta interpretar, transformando la merienda de los obreros en morrillos de piedra. Y no conforme con ello, se apareció sobre un carbayo ante aquellos sufridos varones, después de llamar su atención con un relámpago formidable.

Y así podríamos llenar varias páginas si nos fuésemos deteniendo en la tradición que acompaña a cada ermita de las Cuencas Mineras, y no les digo nada si sumamos además las leyendas que rodean a los santos; con señales dirigidas desde el cielo que indican a los devotos donde excavar para encontrar sus reliquias, como fue el caso de la campa de San Cosme y San Damián, sobre Insierto, en Mieres, cuyos huesos aparecieron en el lugar que iluminaba repetidamente una luz dirigida desde las nubes.

Los dos Mártires, patronos de Mieres, siguen recibiendo cada año exvotos de cera que representan las partes enfermas del cuerpo que deben curar y hay quien considera que un pañuelo frotado sobre sus imágenes constituye un remedio eficaz para aliviar los dolores.

Algo parecido a lo que sucedía antiguamente con la Magdalena de la colegiata de Tanes, procedente de la ermita que se salvó de las aguas de la presa para reconstruirse en Ceceda, donde ahora es testigo de los encuentros de la alta sociedad asturiana. Pues bien, la santa recibía el día de su fiesta la visita de quienes llegaban para untarse los ojos con la manteca de un plato que alimentaba constantemente la lámpara de mecha del altar y que les curaba los males de la vista. Y ahora que lo pienso, espero que este no sea el secreto de la prestigiosa familia de oftalmólogos que tienen ahora la capilla en propiedad.

Aunque, para decirlo todo, también tenemos por aquí milagros con más mala leche, como el acontecido en otro pueblo cercano a Mieres, Paxío, donde un joven, sufrió en su partes pudendas las iras de San Andrés. La cosa ocurrió cuando se trasladaba piedra a piedra el pequeño templo en el que se venía honrando al santo patrono en los prados de «Los Sanandreses» y el zagal, cansado por el esfuerzo, decidió abandonar: «Que acarrete les piedres el cojonudu de San Andrés», se le oyó decir, antes de levantarse a la mañana siguiente con los testículos del tamaño reglamentario de un balón de fútbol.

El colofón a esta historia no puede ser otro que recordar las últimas apariciones acaecidas en la Montaña Central. Fueron las que se iniciaron el 30 de mayo de 1953 en Les Bories -cómo no, dentro del Concejo de Laviana- cuando las niñas Milagros y María Amor contaron a sus vecinos que al pasar por un prado cercano al pueblo habían visto destacar sobre un viejo castaño la forma de una mujer suspendida en el espacio, vestida de blanco, pero tocada con una pañoleta negra que desaparecía cuando intentaban acercarse a ella.

En el mes de junio, las niñas aseguraron haber tenido otras tres experiencias similares y la aldea empezó a ser visitada por quienes querían seguir el fenómeno. Algunos peregrinos empezaron a postrarse de rodillas ante el árbol y a llevarse pequeñas astillas del tronco mientras otros colocaban flores en el lugar e incluso se oyó hablar de fenómenos inexplicables y curaciones imposibles. Hasta que la Iglesia tuvo que intervenir y el párroco de entonces don Emilio Blanco, tras interrogar a las videntes cerró el caso considerando que todo había sido una chiquillada. Desde entonces la Virgen no ha vuelto por estas cuencas mineras, aunque sería bien recibida porque necesitamos un milagro...venga de donde venga.