En agosto de 1917, una gran huelga revolucionaria convocada para toda España, paralizó Asturias, que acabó quedándose sola, en un anticipo de lo que sería octubre de 1934. Seguramente ya conocen su desarrollo y consecuencias; hoy les voy a hablar de un episodio previo, que tuvo una amplia repercusión: la convocatoria que hizo la Lliga Regionalista en Barcelona invitando a los senadores y diputados de los partidos nacionales para celebrar una Asamblea extraoficial en protesta contra la suspensión de las Cortes y los actos del gobierno que presidía el conservador Eduardo Dato.

Atendiendo a esta llamada, el 5 de julio de 1917 acudieron hasta el palacio del parque de la Ciudadela, en aquella capital, 68 parlamentarios entre los que había catalanistas, liberales, republicanos y socialistas, que antes de ser arrestados por las fuerzas del orden tuvieron tiempo de poner sobre la mesa la modernización del Estado, la autonomía de los municipios, y otros problemas que paralizaban la vida política del país y acordaron la convocatoria de Cortes Constituyentes pidiendo también más libertad para las regiones y unas elecciones verdaderamente limpias.

En el resto de España se generaron grupos de apoyo y en Mieres, que entonces era un baluarte fortísimo de la democracia, se respondió siguiendo su tradición izquierdista con un entusiasmo enorme que tuvo su reflejo en una sesión del Consistorio convocada para el 29 de julio.

Aquel día, las minorías republicana y socialista que constituían la mayoría del Ayuntamiento dirigieron a sus compañeros de corporación la siguiente moción con la que manifestaban la adhesión a los políticos catalanes: «La asamblea de parlamentarios celebrada en Barcelona el día 19 del actual ha despertado en toda España un eco de consoladora esperanza. Se advierte en ella por de pronto aquel anhelo de renovación patriótica, que va encaminada a librar al país de las oligarquías dominantes, causa fundamental, ya que no única, de su ruina, y se advierte al propio tiempo, el deseo de reintegrar al pueblo en el ejercicio de su poder soberano, para que sea el pueblo quien utilizando al efecto el órgano de unas Cortes Constituyentes libremente elegidas y sobre la base de la autonomía municipal y regional plantee y resuelva todos aquellos problemas que afectan a la vida y al porvenir de España. En tal concepto, los concejales que suscriben, proponen a la Corporación Municipal se sirva acordar la adhesión a las resoluciones adoptadas por la referida Asamblea de parlamentarios al mismo tiempo que exponen su deseo de que en lo sucesivo sean los Ayuntamientos representantes de la soberanía del municipio quienes elijan su presidencia, independientemente del poder central, haciéndolo constar así en acta para los efectos oportunos».

Cuando concluyó la lectura de la moción, el alcalde Manuel Menéndez, del partido reformista, se sumó a ella presentando su dimisión con carácter irrevocable para explicar de esta manera que los deseos de los pueblos que representaban los parlamentarios rebeldes, debían anteponerse al cargo de representante del poder central que él ejercía en Mieres y, tras leer el texto de un telegrama dirigido al Gobierno anunciando su decisión, pasó a ocupar un asiento entre los concejales en medio de grandes muestras de agrado no solo de sus compañeros sino también del numeroso público que llenaba el salón y aplaudió su recto y acertado proceder. Por orden de jerarquía ocupó entonces la presidencia del Ayuntamiento el primer teniente de alcalde Ulpiano Antuña, republicano, y su primera disposición fue poner a votación la exposición que acababan de hacer los ediles de su grupo junto a los socialistas, apoyando la iniciativa catalana. Pero antes, dos representantes de estos grupos quisieron explicar sus posturas pronunciando sendos discursos.

El primero en hablar, en medio de una gran expectación, fue el abogado Vital Álvarez Buylla, el cual ostentaba la representación de la minoría republicana y en su nombre vino a decir que la Asamblea de los parlamentarios representaba el resurgir de España y que ellos como amantes de la Patria corroída por la carcoma de la oligarquía que se había enseñoreado del país, prestaban su más entusiasta cooperación a los parlamentarios, los únicos capaces de salvar a España de la bancarrota, a la que se encaminaba a pasos agigantados. Concluyó haciendo un inspirado y poético parangón con la lucha de los comuneros de Castilla y su discurso fogoso y valiente, gustó mucho al público que lo interrumpió repetidas veces mostrando su agrado. A continuación habló Manuel Llaneza en nombre de la minoría socialista, también para expresar su conformidad con la reunión de Barcelona y manifestó su deseo de sumar fuerzas para hacer una nueva España, en la que, en vez de gobernar las oligarquías, lo hiciese el pueblo, el único capaz de regir sus propios destinos. Dijo que todos los concejales del Ayuntamiento de Mieres debían hacer el juramento de no aceptar la Alcaldía de real orden, porque iría contra los deseos del pueblo y que el poder central con sus injerencias solo era una mordaza para los municipios. Llaneza, concluyó también en medio de estruendosos aplausos.

Luego le llegó el turno al representante de los mauristas, Isidro Fernández Miranda, quien se levantó a hablar como partidario de las instituciones existentes, contra las que iban los parlamentarios. Lógicamente, no estuvo dispuesto a dar su voto de adhesión a los mismos, ya que la Asamblea había sido declarada subversiva por el Gobierno y además tenía un tinte nacionalista muy marcado, pues los convocantes posponían los intereses de España a los de Cataluña. Respecto a los alcaldes de real orden, expuso que mientras no se separasen los cargos de presidente de la Corporación municipal y de representante del Gobierno, no se podía criticar este tema, pero en cuanto a la autonomía de los municipios, sí se mostraba partidario por considerarla necesaria para el progreso de los intereses municipales.

Vital Álvarez Buylla y Manuel Llaneza hicieron uso de su turno de réplica contestando brevemente a Fernández Miranda para negar que la actitud de los parlamentarios atacase la unidad de la Patria y que fuesen regionalistas o nacionalistas, afirmando que se trataba solo de un grupo de hombres ilustres y amantes unidos bajo el grito sublime de ¡Viva España grande!

Acto seguido, y en medio de la expectación del público que llenaba el edificio y sus alrededores, se procedió a la votación: Con la excepción de tres concejales, entre ellos el señor Miranda, todos los demás se adhirieron a la patriótica actitud de los parlamentarios y el entusiasmo reinó durante toda la tarde en el pueblo de Mieres comentándose por todas partes la brillante actitud de republicanos y socialistas, así como también la oportuna gallardía del alcalde Manuel Menéndez , quien antes de ir contra las aspiraciones del pueblo, había dimitido de su cargo.

Finalmente, aquella Asamblea catalana no fue más que el preludio de un intento revolucionario, pactado entre las fuerzas políticas opuestas a la monarquía de Alfonso XIII, que fracasó estrepitosamente por las prisas y la mala organización. Y parte de culpa la tuvo Oscar Pérez Solís, un personaje natural de Bello que ya ha pasado otras veces por esta página.

Cuando todo dependía del éxito de una huelga general que debía paralizar el país, el allerano, que entonces era un vehemente socialista hizo que se adelantase en Valladolid y, como escribió más tarde Andrés Saborit, «con intención o sin ella sirvió a la burguesía y al Gobierno»; poco después se sumó Valencia y los ferroviarios del norte y unos días después -el día 13- la UGT dio la orden para toda España. Aunque a los ocho días el movimiento revolucionario ya había fracasado, en Asturias las minas pararon más de dos meses y este deterioro hizo que no pudiesen trabajar a pleno rendimiento hasta enero de 1918.

Vital Álvarez Buylla fue detenido inmediatamente en Mieres junto a Santiago Orejas; Esteban García, que era síndico del Ayuntamiento y administrador de la Cooperativa Obrera; Vicente Menéndez, facultativo de minas y empleado de obras públicas; Valentín Rodríguez, propietario; Francisco Prado, dependiente de comercio; Antonio A. Aza, abogado y empleado en la oficina de quintas, y los obreros Ramón Rodríguez, Macario Valverde y Leonardo Suárez. Por su parte, Manuel Llaneza, aunque personalmente se oponía a la huelga, la secundó para no romper la unidad de la UGT y permaneció escondido en Oviedo en casa del político Melquíades Álvarez, quien dirigía el movimiento en Asturias y León, hasta que la cosa se calmó y acabó entregándose a las autoridades.

Oscar Pérez Solís tuvo que refugiarse en Lisboa. Luego estuvo entre los fundadores del Partido Comunista, antes de cambiar sus ideas para afiliarse en plena etapa republicana a la Falange; también tuvo una actuación destacada en el alzamiento de 1936 y fue uno de los hombres fuertes del franquismo? pero esto ya se lo hemos contado antes.