En plena industrialización, con el socialismo en crecimiento entre los trabajadores y los humildes, los entierros civiles se convirtieron en una seña de identidad contra las clases dominantes. El primero que tuvo lugar en Mieres fue el de Antonio Rodríguez Fernández, muerto en los primeros días de mayo de 1891, quien dejó dispuesto en su testamento que la Iglesia no tomase parte en sus funerales. 400 personas acompañaron su cadáver hasta su reposo definitivo y el acto se cerró con discursos en los que se hizo apología de la libertad de conciencia. Luego estas ceremonias laicas fueron repitiéndose, cada vez con más asistentes, convirtiéndose en verdaderas manifestaciones populares, aunque en algún caso se debiesen a motivos más prosaicos.

Así, sabemos que en octubre de 1901 se enterró en el de La Rebollada a una joven que acababa de casarse con un carpintero de la Fábrica que no pudo o no quiso pagar las 10 pesetas que el párroco del lugar exigía para darle tierra cristiana. Como protesta, la siguieron hasta el «campo no santo» unos mil vecinos entre los que abundaban los operarios de los talleres de laminación y cilindros que pararon en solidaridad con la familia afectada y despidieron a la finada entre aplausos. Les he contado esto para que vean la importancia simbólica que alcanzaron estos actos y comprendan mejor la importancia que tuvo en su día historia que les traigo hoy.

Arrancamos en junio de 1913, cuando un numeroso grupo de obreros de Mieres constituyó definitivamente una Cooperativa Obrera de Consumo denominada «La Fiesta del Trabajo», cumpliendo el trámite de presentar el acta original en la ventanilla correspondiente para seguir la norma legal. Aunque hay que aclarar que el funcionario de turno la extravió en aquel momento y hubo que esperar varios años hasta que alguien se dio cuenta del error, para inscribirla en el Registro General de Asociaciones de Asturias.

La entidad dependía directamente del SOMA de Manuel Llaneza y en un principio se pensaba llamarla «El 1º de mayo», pero alguien con buen tino se dio cuenta de que ya llevaban ese nombre por toda España cientos de iniciativas de todo tipo y se decidió reemplazarlo por el sinónimo que hacía referencia a la misma fecha utilizando otras palabras.

Lo que sus fundadores pretendían era acercar a las familias socialistas toda clase de artículos de necesidad o de uso corriente a los precios más bajos posibles, sin engaños en los pesos y medidas y en las mejores condiciones de calidad. Es decir, cortar por lo sano para acabar de una vez con los abusos que algunos comerciantes poco escrupulosos llevaban décadas cometiendo, a pesar de las constantes denuncias y motines que en más de una ocasión acabaron tiñendo las calles de sangre.

A la vez se crearon dos fondos: uno colectivo, basado en las escasas ganancias que pudiesen obtenerse con esta actividad comercial, y otro individual, a partir de las aportaciones de cada familia inscrita. Se buscaba, en fin, mejorar la vida cotidiana de los socios y proporcionar un pequeño colchón económico para prevenir las situaciones desesperadas que se creaban cuando sobrevenía un accidente, una enfermedad o incluso una huelga prolongada y había que hacer frente a unos gastos extraordinarios.

La Cooperativa estableció su sede en los mismos locales socialistas de Requejo y empezó a funcionar en el verano de 1912, de modo que cuando se decidieron a presentar oficialmente sus estatutos ya habían pasado unos meses, lo que les permitió acumular un fondo de 4.700 pesetas y de paso echar a andar algunos proyectos, como un despacho de comestibles abierto en una casa que era propiedad de Casimiro Castaño, en Sobrelavega. Luego se fueron dando más pasos en el mismo sentido y a finales de 1918 se comenzó a construir una panadería propia para hacerse de esta forma con el control del alimento más preciado en aquel momento y que no debía faltar en ninguna mesa.

Pero durante las obras de construcción del horno sobrevino una desgracia inesperada que trajo como secuela la reacción poco ética en los responsables de una sociedad que incluía en sus estatutos la importancia de fomentar la fraternidad entre iguales. El hecho tuvo su inicio el 25 de octubre cuando la techumbre de la flamante panadería se hundió por sorpresa alcanzando a tres obreros que trabajaban en el local. Dos resultaron heridos de poca gravedad, pero el tercero, Celestino Martínez, tuvo menos suerte y resultó aplastado en el acto.

Hasta aquí no fue más que un accidente, que podía haber ocurrido en cualquier parte sin que nadie tuviese una responsabilidad directa ni pudiese ser acusado de haber tenido parte de culpabilidad en el suceso, pero lo que pasó a continuación ya tomó un cariz más turbio. Porque, según la información que publicó el diario «La Acción» casi un mes después del siniestro, los dirigentes de «La Fiesta del Trabajo» trataron de ocultar la noticia y «el muerto fue llevado al cementerio como a un perro, por calles extraviadas, evitando que el pueblo se apercibiera».

Por su parte, la prensa socialista también obedeció la consigna de no mencionar el caso, al contrario de lo que ocurría siempre en circunstancias similares donde se honraba la memoria de los fallecidos en una sección especial titulada «Mártires del Trabajo», o incluso siguiendo la costumbre, especialmente en las minas, de abandonar las labores el día del entierro para poder acompañar en manifestación al cortejo fúnebre hasta el cementerio.

El mismo periódico recogió una carta de protesta que la viuda de Celestino había dirigido el día 9 de diciembre a la atención de José González, quien entonces era presidente de la Sociedad Cooperativa y por lo tanto, la persona más visible de aquella desgraciada y poco solidaria actuación:

«Muy señor mío, como primer representante de dicha Sociedad, me dirijo a usted por lo siguiente: deseo ponga en conocimiento de todos los socios que integran esa entidad el resentimiento que me acompaña por no tener el honor siquiera de darme el pésame por la horrible desgracia que en estos momentos me amarga. Si esa Sociedad se inspira en el altruismo y en la solidaridad, lo debiera haber demostrado en los primeros días de mi infinita desgracia, siquiera para darme ánimo en tan penoso trance. No sé lo que hará esa Sociedad en tal fatal desgracia a favor de una mujer que queda desamparada; lo único que sé es que es que las primeras atenciones no fueron satisfechas, y por esto tengo que llamar la atención como si se tratase de un mal burgués. Por altruismo, por dignidad, por sentimiento de compañerismo, por deber de humanidad, por honrar a las ideas de redención, debe la citada Sociedad ser debidamente atenta para consolar y dar ánimo a las personas que como yo en estos momentos necesito de las atenciones que reclama mi desgracia, y como hasta la fecha nada de esto hizo esa Sociedad, por esto me he propuesto, como primer paso, la presente carta».

Según parece, cuando los líderes del sindicato recibieron esta misiva contestaron a la mujer de malas formas, negando de paso cualquier derecho a una indemnización, aunque acabaron suavizando su postura cuando se les explicó que no la redacción no era cosa de ella, sino que llevada por su desesperación había aceptado el consejo de los enemigos de la Cooperativa que aprovecharon el traspiés de los socialistas en provecho propio. Entonces se le hicieron algunas promesas a costa del erario municipal, que en aquel momento estaba controlado por ellos.

«La Acción» -diario conservador como ya habrán deducido- no dejó pasar aquella ocasión para comparar las exigencias de mejora que los líderes obreros hacían con respecto a la Ley de Accidentes del Trabajo con la realidad de su cumplimiento cuando les afectaba a ellos; incluso el informador se extendió en consideraciones de este tipo «Vean, pues, los obreros, lo que pueden esperar de sus jefes para el día en que cambien de amo (no se hagan ilusiones, que una revolución, aunque sea social, no será nunca más que un cambio de amo). ¡Qué cierto es aquel refrán: ni sirvas a quien sirvió, ni pidas a quien pidió!».

Ya ven que, una vez más, nuestra historia está llena de rincones oscuros. Yo, abusando de su paciencia, solo procuro enseñárselos.