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El bólido de 1929

Los obreros que trabajaban en el exterior de las minas de Mieres se vieron sorprendidos por una faja luminosa que atravesó el cielo del valle en dirección a Langreo y que fue observada en otros puntos de España

El bólido de 1929

Con bastante frecuencia llegan a la Tierra fragmentos de rocas que provienen del llamado Cinturón principal de asteroides, situado entre las órbitas de Marte y Júpiter, desde donde se desprenden como consecuencia de perturbaciones gravitatorias. El viaje es largo y cuando por fin penetran en la atmósfera se sobrecalientan rápidamente por el rozamiento y a veces explotan, con un estrépito que se oye desde la superficie. Luego, los fragmentos casi siempre se queman y toman la apariencia de bolas de fuego que recorren el cielo dejando tras de sí un surco luminoso que puede ser visto desde puntos bastante alejados. Incluso en pocos casos algunos pequeños trozos llegan hasta la superficie donde son recogidos y estudiados cuidadosamente por los expertos como lo que son: un tesoro caído del cielo.

En Astronomía estos meteoros se llaman bólidos, aunque como la mayor parte de los ciudadanos desconocemos esta materia, no es extraño que ante ellos dejemos correr nuestra imaginación y pensemos otras cosas. Dicho esto, ya saben que cuando encuentro un pequeño resquicio en la puerta cerrada con que la ciencia se blinda ante aquello que todavía se le escapa, siempre dejo que pase por allí el saludable aire de la duda.

Y es que benditos sean los beneficios que nos trajo la Ilustración, acabando con las supersticiones medievales y aclarando gracias a los experimentos modernos y a la razón como funciona este mundo, pero que hay que reconocer que el mandamiento laico de creer solo en aquello que puede controlarse y medirse, llevado a sus últimas consecuencias obliga a despreciar lo que aún no tiene explicación, como si ya lo supiéramos todo.

La consecuencia es que esta soberbia científica nos ha hecho ver como normal el rechazo y la burla ante quienes se atreven a afirmar que han visto algo tan puntual que no puede reproducirse en un laboratorio.

Sí; es verdad que la superstición hizo mucho daño en otra época y aún sigue haciéndolo en los países menos desarrollados, pero la cerrazón académica también lleva su propia culpa, porque si es un atraso creer que todo lo que vemos es lo que nos parece estar viendo, igual de dañino es intentar ocultar aquello que estamos seguros de haber visto simplemente porque no podemos ponerle nombre.

Esto viene a cuento porque hoy voy a contarles, para que ustedes saquen sus conclusiones, lo que sucedió en los primeros días de 1929 cuando los obreros que trabajaban en el exterior de las minas de Mieres se vieron sorprendidos por una faja luminosa que atravesó el cielo del valle en dirección a Langreo.

El diario independiente madrileño "La Voz" recogió la noticia el 9 de enero aclarando que, por la claridad desprendida y la estela luminosa que dejó, todo hacía suponer que se trataba de un bólido. Añadía además la información de lo sucedido en San Esteban de las Cruces, donde el resplandor había iluminado todo el pueblo mientras se pudieron ver claramente algunos fragmentos despedidos del meteoro que dieron al cielo un aspecto fantástico, aunque lo más curioso estaba en el dato de que el bólido hizo explosión sobre un monte próximo, dividiéndose en multitud de fragmentos luminosos.

Si la cosa hubiese quedado ahí, con ser llamativa, no le dedicaríamos hoy esta historia, pero es que mientras en Asturias se dio por hecho que el fenómeno no había pasado de aquí, aquella misma noche los pescadores que faenaban en la costa de Bermeo también pudieron contemplar en el mar un globo brillante que "con velocidad espantosa y como un cohete gigante, con su cola de fuego desapreció en el horizonte con dirección al Este", dando la impresión de que se trataba de un cometa.

Dado el gran interés que el meteoro había suscitado en toda España, el mismo diario decidió recurrir a la opinión de los especialistas para que diesen su opinión científica y el día 22 del mismo mes ya publicó un completo informe con todos los datos recogidos por sus corresponsales. Así, se supo que también alguien de toda solvencia llamado Ramón de La Serna, lo había lo observado desde Madrid, lo que ampliaba considerablemente la escala del supuesto bólido.

Desconocemos quién era este Ramón, aunque seguramente no se trataba del escritor Ramón Gómez de la Serna, puesto que en aquel momento ya era lo suficientemente famoso como para que se citase en la crónica, y además su visión de estas cosas era más original: "El cometa es una estrella a la que se le ha deshecho el moño", decía una de sus greguerías. Seguramente fuese el periodista Ramón de la Serna y Espina, el primogénito de Concha Espina, que residía en Madrid por aquellos años. Pero esto es lo de menos.

Siguiendo con los datos, desde El Ferrol también llegó la noticia de que unos testigos afirmaban que la estela había seguido el curso de su ría, lo que le daba una dirección aproximada de Suroeste a Nordeste, la misma que se había notado en Mieres. Pero comparando lo visto en los dos puntos existía la notable diferencia de que en Galicia no se había llegado a sentir ninguna explosión y en Asturias sí. La novedad de Bermeo estaba en que la opinión de los testigos era que la luz llevaba una trayectoria ascendente, como si tratase de un cohete, lo que parecía contradecir el hecho de el bólido se hubiese fragmentado con anterioridad.

La observación más completa fue la que proporcionó don Ramón de La Serna. Para él se había tratado de un espectáculo espléndido que apareció en la sierra madrileña por el lado de El Escorial y siguió la trayectoria Nordeste haciendo explosión hacia Somosierra.

Según los investigadores del periódico, basándose en los conocimientos de aquel 1929, los meteoritos se hacen incandescentes al penetrar en la atmósfera terrestre a una velocidad comprendida entre 30 y 100 km por segundo y casi siempre pueden verse cuando se encuentran entre los 120 y los 80 km de la superficie, dándose la circunstancia de que aquellos que de mayor tamaño suelen explotar entre los 50 y los 20 km.

Este es el destino -aclaraba el periódico de muchos miles de millones de estos cuerpos que en su inmensa mayoría se consumen vaporizándose antes de llegar a la superficie de nuestro mundo, pero cuando el uranolito (preciosa palabra en desuso) es lo suficientemente grande, su poca conductividad para el calor y la falta de homogeneidad de la materia que lo forman, determinan la explosión, que generalmente va acompañada de un resplandor vivísimo y de una fuerte detonación.

Hoy sabemos que no se equivocaban mucho en estos datos, aunque se estima que solo unos cien meteoritos de diverso tamaño logran entrar en la superficie terrestre cada año y menos de diez pueden recuperarse para ser estudiados por los científicos.

Los españoles aún tenían en la memoria el que había estallado sobre la Península el 10 de febrero de 1896 con un fulgor tan grande que en la zona centro, a pesar de que todo estaba a pleno sol, se había notado incluso en el interior de las casas, donde también llegaron a retemblar los cristales a causa de la enorme detonación.

La investigación de "La Voz", a partir de todas las informaciones, fue envidiable. Combinando todos los datos, sus redactores se atrevieron a asignar al bólido un recorrido probable sobre España de 240 km, apareciendo cerca del zenith por Benavente, en la provincia de Zamora, para estallar sobre el Cantábrico en un punto situado a 42 km de Bermeo, 215 de Mieres, 340 de Madrid y 405 de El Ferrol.

En cuanto a la explosión, para poder contemplarse desde puntos tan distantes, tuvo que haberse producido a unos 50 km de altura, lo que explicaría que en Bermeo y Madrid pareciese un cohete, ya que el ángulo de visión sería entonces en las dos ciudades respectivamente de 50 y 80 grados. Mientras tanto en Mieres solo llegó a 12 grados y a 5 en El Ferrol, por lo que en Asturias dio la impresión de que había estallado en un monte próximo y en Galicia pareció que había seguido su curso sin más. Además, la caída del uranolito en el mar también era la razón por la que no se pudo recoger ningún pedazo para su análisis.

Un trabajo perfecto para la época, completado con un dibujo a mano alzada, donde se colocaron todos estos datos a la manera de las antiguas enciclopedias para que los lectores pudiesen comprender de qué se trataba sin agobiarse por tanto número.

Pero si repasamos las informaciones, vemos que hay algunos mimbres que quedan sueltos en este cesto, ya que realmente en Bermeo no se notó la gran explosión de Asturias, sino -ya lo hemos visto más arriba- un globo brillante, que dejó tras de sí como una cola de fuego, siguió su camino y desapareció en el horizonte con dirección al Este. Parece que los técnicos se saltaron ese detalle.

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